Susana Ovalle/ Colaboración/
Guatemala es un país relativamente pequeño, pero rico en su diversidad natural: ríos, lagos, selvas y montañas. Sus pueblos fríos, cálidos y templados se venden fácilmente para el turismo; sin embargo, hay otra Guatemala, desconocida por muchos: la que es inhóspita, de difícil acceso, la olvidada por autoridades y políticos. Aquella, donde cientos de personas, principalmente niños y niñas, padecen hambre, falta de educación y oportunidades. Entre estos lugares, AP.
¿Qué es Ap? ¿Existe en Guatemala un lugar con ese nombre? Quién iba a creer que el nombre de una comunidad siendo tan corto tendría un camino tan largo que recorrer. Estamos en el municipio de Concepción Huista, Huehuetenango. Nuestro destino es la aldea Ap, somos seis compañeros dentro de un pickup con la mejor de las actitudes para ir a hacer un trabajo de campo. Empieza lo difícil, las calles son muy angostas y solo pasa un carro a la vez. No encontramos el camino correcto, pero un trabajador de la municipalidad nos dirige a una nueva ruta. Vamos entrando a un camino que nunca creímos ver. Se siente el calor de las ocho de la mañana, el camino es de terracería y el carro no va muy rápido. Estamos rodeados de plantaciones, se ven los árboles resplandecientes por el sol y nos contagian el ánimo de la naturaleza, todo es verde. Aparecen algunas flores, pocas, pero de colores muy vistosos.
Encontramos a unos campesinos trabajando la tierra, les preguntamos si ese camino nos lleva hacia Ap y dicen que sí, que sigamos “derecho”. Seguimos y nos encontramos con un paisaje asombroso. El camino baja y sube; a la distancia se ve como que partiera dos montañas, pequeño y lejano. La vista del paisaje es increíble, hay neblina. Pareciera que estamos en otro lugar del mundo, esta no es la Guatemala que vemos todos los días. Pasa un campesino con un machete en mano y encima de su espalda carga varios trozos de madera, se le nota el cansancio pero seguramente ha de estar acostumbrado a ese “trajín ” de todos los días con el cual vive. Varios metros atrás volvemos a encontrar a una madre de familia, con una carga que se ve muy pesada sobre su espalda, sosteniendo el morral con su cabeza.
Atrás de ella viene la hija siguiendo el ejemplo de su madre, con una carga igual de pesada sobre su espalda. Seguramente así será toda su vida y será el mismo ejemplo que ella dé a sus hijas.
Ya ha pasado bastante tiempo y aún no llegamos a Ap. Volvemos a encontrar a otros campesinos y decidimos volver a preguntar:–Buenos días, – les dice el conductor- para llegar a Ap, ¿vamos bien?.–Buenos días, correcto, sigan el camino y ese que se ve allá, hasta arriba, es Ap, contestó el señor. Soltamos una risa, risa nerviosa de ver lo que nos esperaba, tendríamos que bajar la montaña que ya habíamos subido y luego subir la de la par y llegar hasta arriba de ese camino lleno de curvas o ganchos, como les llaman. Lo que encontramos más adelante cambió nuestra forma de pensar.
En un basurero abandonado hay tres niños, dos están escarbando la basura, tienen entre 6 y 8 años, nos ven con miedo; del lado contrario está el otro niño más pequeño, tiene unos 4 años. Sus semblantes muestran hambre. No apetito, hambre, esa desgarradora necesidad que cruje en las entrañas. De inmediato buscamos qué darles de comer, lo más cercano era agua pura, jugos y algunas galletas. Ellos siguen asombrados y no quieren acercarse a nosotros, les damos el agua pura y el primero en tomarla rápidamente es el más pequeño. Luego de unos minutos les damos confianza y los tres comen. Qué escena tan cruel, tres indefensos niños sin nada que comer se sienten agradecidos con lo poco que les hemos dado.
Ya vamos subiendo la segunda montaña, empezamos las curvas finales. No tenemos nada a los lados, los árboles se han escondido, no hay señal telefónica, sólo está el camino de tierra y piedras, con el más mínimo error el carro puede ocasionar algún desastre. El conductor se detiene, bajamos del carro, observamos ese paisaje aun más increíble que la primera vez, estamos a 2,500 metros de altura aproximadamente y aún falta para llegar a Ap. Después de varios kilómetros vemos un letrero que dice “Ap”. Ya se ven algunas casas dispersas, luego de casi dos horas y media de camino estamos listos para empezar nuestro trabajo de campo.
¿Dónde está el estado de Guatemala velando por la protección y seguridad de estas familias? ¿Dónde están los derechos constitucionales que tienen los niños, hombres y mujeres que viven ahí?
Lastimosamente en el camino se logran ver algunas pintas utilizadas para hacer publicidad electoral de algunos partidos políticos que para época de campaña sí se aparecen pero que en definitiva, al llegar al poder se olvidan por completo de estos ciudadanos que al igual que todos tienen derecho a tener una vida digna.
El estado de Guatemala tiene una deuda con el pueblo. Su territorio es pequeño, pero la incomunicación, la poca presencia y el abandono lo hacen parecer mucho más grande. Quien crea saber cuáles son los niveles de pobreza en Guatemala sin conocer las comunidades más lejanas, no sabe nada. Ningún gobierno se ha preocupado por el bienestar de estas familias que están a lejanos kilómetros de los centros urbanos de sus municipios. Esa falta de atención, esa falta de respeto y protección a los derechos de todos los guatemaltecos llevan a que los niveles de vida disminuyan considerablemente. Estos niños y niñas, estos hombres y mujeres se merecen una vida mejor. Por eso cuando digan “Allá donde la llorona dejó olvidados a sus hijos”, tengamos en cuenta que ese lugar, tan lejano que nadie se imagina, sí existe.