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Mynor Alonzo / Opinión /

De pequeño me enseñaron que si la policía me detenía, buscarían cualquier excusa para sacarme algo de dinero, ya que mis padres crecieron en tiempos donde la autoridad representaba el terror. También me enseñaron que los políticos indudablemente eran corruptos, los diputados no trabajaban y quien quedaba de segundo en las elecciones estaba destinado a ganar a las próximas.

En el colegio me explicaban que mis padres debían pagar para que me enseñaran a comportarme en sociedad, me enseñaron la historia de Cristóbal Colón, el adelanto tecnológico de los “países desarrollados”, ¡Suéter!, ¡Monograma!, ¡Zapatos lustrados!, ¡Pañuelo!, ¡Pelo corto!, ¡Cincho!, ¡Camisa Adentro! Y ¡Párense firmes y fórmense en orden!

En el mercado (donde mi familia ha estado vendiendo por décadas) me enseñaron que las autoridades no defienden los intereses del pueblo, que si queríamos seguridad debíamos organizarnos, y que sobrevive el “más pilas”.

En mis clases de derecho me enseñaron que así era el sistema, que yo no podía salirme de allí.

Si el policía que mi familia me enseñó a temer me hacía daño, debía quejarme con las autoridades que no defienden mis intereses. Y si quería modificar esa ley o cambiar ese sistema, debía pedírselo al político corrupto para que el diputado que no trabaja cambiara la ley. Pero tranquilos, si estos no resolvían nada, siempre tendremos al que perdió la última vez para rescatarnos.

Mientras yo aprendía todo esto, miles de jóvenes eran asesinados por robos, venganzas, secuestros y extorciones. Quizás a los delincuentes nadie nunca se tomó la tarea de explicarles todo lo que a mí me explicaron (aunque no sé si hubiera servido de algo). No soy abogado, pero sí sé que lo que permitió desarrollarme como persona fue el cariño y la protección que mi familia me dio de este sistema corrupto, y no las leyes o legisladores.

Las organizaciones sindicales, campesinas y estudiantiles honestas que he conocido en mi vida (más de las que podrían pensar) me han enseñado que llegamos a la meta juntos, o simplemente no llegamos. Y mis clases de teoría del Estado me aseguran que el gobierno está en búsqueda del bien común, que los diputados son nuestros representantes y que el pueblo es soberano de elegir como, quienes y de qué manera nos gobiernan.

En estos últimos 4 meses junto a mis compañeros y compañeras de lucha hemos tomado la valiente decisión de ya no callarnos y adaptarnos. De ya no ser esos guatemaltecos que ven que las cosas funcionan mal y simplemente se alejan para no ensuciarse.

Yo no quiero irme de mi Guatemala, yo quiero sacar a los corruptos que la tienen en las ruinas.

Es por eso que mi consigna (y la de muchos) es clara: ¡En estas condiciones no queremos elecciones! No tengo problema con que exista el gobierno, no tengo problema con la democracia y definitivamente no quiero que se regrese a las armas. Quiero al menos las condiciones mínimas para sentir que mi voto es digno, que el sistema me representa y que el gobierno respeta mi voluntad.

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