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Luis García/ Colaboración/

Día normal en la ciudad. Un grupo de niños, unos más pequeños que otros, aguardan en la acera de la calle. Aprovisionados solamente con una botella de jabón y un limpiador de parabrisas, esperan impacientes a que el semáforo marque el alto para lanzarse sobre los autos que transitan en la vía y así ofrecer sus servicios de limpieza a cambio de unas monedas. Un miserable servicio que muchos aceptan recibir para contribuir, según ellos, de alguna forma para sacar a esos niños de la precaria situación en la que se encuentran. Ésto es falso. Una gran equivocación.

El sol del mediodía brilla radiante. Se les ve cansados, pero firmes en su labor. La miseria, el miedo y la tristeza puede verse en sus rostros. Muchos de ellos no pueden alcanzar a comprender realmente lo que sucede. Les preocupa nada más reunir la mayor cantidad de dinero y entregarla a su explotador. Muchos de ellos no tienen claro que están siendo víctimas de explotación laboral infantil, que lo que están haciendo no es algo normal para alguien de su edad, que nadie puede forzarlos a recibir semejante trato y que ello es penado por la ley con cárcel.

Una vida que nadie ha elegido vivir

Estamos tan acostumbrados a ver este tipo de escenas en las muchas de las calles de la capital de nuestro país que lo podemos llegar a ver con normalidad. Ofrecer unas monedas es lo más lógico ante una situación similar, pero en realidad no lo es. Por lo general ésto solamente contribuye a enriquecer los bolsillos de los explotadores, personas inhumanas que ven en los niños la oportunidad de obtener dinero. Ganancias fáciles de obtener en los cuales juegan un papel clave la ingenuidad e inocencia, ya que un niño no puede analizar el trasfondo total de este asunto y fácilmente puede ver a cualquier adulto como una autoridad. Nada más idóneo para un explotador. Tierra fértil para que cualquier individuo haga lo que le plazca con ella.

¿Qué reciben a cambio? Según el propio relato de uno de los tantos niños rescatados en la zona 9 de la capital en un operativo contra la explotación infantil lanzado en mayo de este año coordinado por el Ministerio Público y la Procuraduría General de la Nación – PGN –, solamente se les otorga el derecho a dormir hacinados en uno de los tantos hospedajes utilizados por los abusadores, veinticinco quetzales, tortillas y una que otra salchicha para comer. Condiciones infrahumanas de una vida que no eligieron vivir y de la cual estoy seguro que nadie alguna vez podría imaginar.

Entre angustia y desconsuelo

Esta es la triste realidad, el mundo de los niños explotados, en el cual no hay tiempo de juegos o travesuras. No hay espacio para cariño o amor, para abrazos de mamá ni para ese sentimiento protector de pertenecer a un hogar como se supone debería de ser. Nada de eso. Cuando entras a este invisible entorno te conviertes en una máquina de hacer dinero y sólo hay tiempo para sentir la aflicción por reunir los trescientos quetzales diarios, para caer rendido por las noches tras un extenuante día y para temer a los impredecibles golpes de tu explotador.

Por años los maltratos, abusos y explotación de todo tipo contra los niños en nuestro país han sido ampliamente discutido por las autoridades, quienes han tratado a toda costa de erradicar dichos males, siendo un hecho que dichos esfuerzos no han sido suficientes ya que últimamente, de forma abrumadora, ha sido expuesto en los medios de comunicación un dramático incremento en la cantidad de estos casos, los cuales involucran diferentes episodios de violencia intrafamiliar, tráfico de menores, explotación laboral, redes de prostitución y pornografía infantil, entre otros.

El blanco perfecto

¿Por qué los niños? ¿Cuál es su culpa? Absolutamente ninguna. En Guatemala como en todo el mundo, los niños representan un sector vulnerable, un excelente objetivo para que sean sometidos a todo tipo de abusos. Es posible asegurar que la totalidad de los niños víctimas de redes de trata y explotación provienen de hogares sumidos en la pobreza o desintegrados, siendo además muchos de ellos huérfanos. Niños quienes no tienen a nadie en este mundo. Niños que muchas veces pasan desapercibidos y que son una terrible evidencia de en Guatemala no se hace lo suficiente por defender y procurar los derechos de la niñez.

Un niño en estas condiciones fácilmente puede ser captado por explotadores, quienes ven en ellos un potencial ingreso económico, poniéndolos a laborar arduas y agotadoras jornadas en todo tipo de oficios: vendiendo golosinas en las calles, lustrando zapatos en los parques, haciendo malabares en la vía pública, fabricando juegos pirotécnicos o bien, obligándolos a realizar trabajos mucho más denigrantes y que dañan severamente la integridad física y psicológica del niño, tal y como lo es la explotación sexual. Niñas ofreciendo su cuerpo a desconocidos, quienes sabiendo que son partícipes de tal atrocidad, buscan solo un momento de placer sin importarles si arruinan toda una vida. Inclusive sabiendo que son menores de edad y se suponga deberían estar jugando con muñecas.

Recientemente leía con cierta indignación algunas notas sobre muchos recientes casos de explotación infantil y pude observar que en muchas ocasiones, los padres de los niños se encuentran conscientes de las situaciones a las que sus hijos son expuestos, haciéndolos de esta forma cómplices junto a los explotadores de estos delitos, que más allá de ser una forma inapropiada de hacerse de un ingreso extra para la familia, dejan huellas que difícilmente se borrarán de la vida de cada uno de los infantes sometidos.

Las cifras que alarman

La pobreza es un factor determinante. Hace unos días fue publicado por el Instituto Nacional de Estadística – INE – un informe en base a los resultados de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, en la cual se evidencia que en la actualidad el 59.3% de la población guatemalteca vive en pobreza, lo cual supone un aumento de 8.1 puntos porcentuales respecto a los resultados arrojados por el mismo estudio en el año 2006, cuando el valor era de 51.2%.

Además de estos alarmantes resultados, el análisis concluía que siete de cada diez menores de edad guatemaltecos viven en hogares pobres. Este dato refleja que más de la mitad de los niños que habitan este país viven con recursos limitados, los cuales suponen una deficiencia considerable respecto a acceso a las necesidades básicas de todo ser humano tales como alimentación, vivienda, asistencia sanitaria y educación.

El artículo 71 de la Constitución Política de Guatemala indica claramente que se garantiza el derecho a la educación a todos los habitantes, sin excepción alguna, pero como es de esperar en un país en el cual es las leyes no se hacen cumplir y los derechos de cualquier persona pueden ser fácilmente violentados, hablar de cobertura educativa total a nivel nacional es una utopía. Y menos aún para los niños explotados, esos que son invisibles y que suelen pasar desapercibidos en las calles.

Muchos de ellos no cuentan con un grado de escolaridad, y la realidad a la cual son llevados agrava mucho más su situación ya que con ello se les veda el derecho a la educación, formando un círculo vicioso de pobreza: sin ningún tipo de estudios no es posible acceder a un trabajo formal, lo cual representa una limitación económica que impide mejorar la calidad de vida de la persona que a su vez restringe la formación integral de todo ser humano, condenándolos a vivir en la miseria y a repetir probablemente la historia con sus hijos.

La aparente normalidad de las cosas

La explotación laboral infantil no es un juego ni mucho menos uno de niños. Dejemos de ver ésto normal y hagámoslo saber a las autoridades para que tomen las medidas correspondientes. Exijamos castigo para los explotadores y resguardo protector para las pequeñas víctimas quienes han cambiado los juguetes por herramientas de trabajo. Quienes pese a su corta edad saben lo que es trabajar hasta catorce o quince horas diarias. Porque no es normal que un niño sea obligado a laborar, ni mucho menos de que para ello sea expuesto a situaciones deplorables que degraden su dignidad como persona. Si no hubieran más explotadores, si el maltrato y abuso infantil fueran erradicados, si realmente se comprendiera el dolor y las secuelas que todo ésto conlleva, bienaventurados fueran los niños y su inocencia.

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