paz animales portada

 Tania Estrada/INTRAPAZ/

Es de madrugada. Trompetita está acostada sobre un montón de paja. Está oscuro, pero no por la hora sino porque Bongo acaba de morir.   Las carpas están puestas y las jaulas cerradas, como siempre que se llega a algún destino.  Lugares, muchos lugares de este  magnífico e impresionante show del mundo, una de las tantas paradas del interminable viaje.  Aunque la cuerda con la cual la amarran duele, Trompetita prefiere estar aquí que en uno de los camiones de transporte. Son tan pequeños, así como jóvenes los conductores.

Los baches, los túmulos y la desorientación. Trompetita los cambiaría cualquier día por esa cuerda dura que aprieta su pata.

Para los humanos es al revés. Ellos preferirían no tener que amarrarle esa cuerda jamás pues le tienen miedo. “Los elefantes son peligrosos y peor esta… ella es salvaje” dicen. El viaje es lo que ellos más disfrutan porque no les tienen que poner atención a los animales, es como si por unas horas, estos no existieran. Los caminos, las paradas y la desorientación a ellos eso sí les gusta; le llaman libertad. Por eso prefieren estar ahí que amarrando a la salvaje de Trompetita.

 “Tal vez si no estuviera aquí, no sería considerada salvaje.” Piensa. “Yo solo soy yo.”

Trompetita es desobediente y desafiante. Hoy menos que ayer, pero ahí está, resistiendo. Es muy cuidadosa, eso sí, se esfuerza mucho en no hacerle daño a ningún humano. Aunque sea a ese que la golpea detrás de las rodillas con el bullhook o aquella que le lleva un poco de hojas en las mañanas y a quien siempre se le olvida ponerle agua. E incluso los niños que le pican la espalda o la patean cuando los suben sobre ella. Trompetita sabe que si lastima a alguien se terminó. No más viajes, no más cuerdas, no más dolor. Y la idea es tentadora, pero ella sabe que ahora no es tan fácil tomar esa decisión.

El caso de Bongo era diferente. Para él no había descanso en la jaula. Incluso bromeaba diciendo que era su camerino. Como los actores consagrados, Bongo decía que era su santuario y que a él no lo sacaban vivo de ahí si no era para el show más asombroso del mundo. Trompetita se reía escondiendo el miedo que tenía de que así fuera. El gran miedo y la gran certeza. “¿Y yo?” pensaba ella.  En estos momentos solo piensa: “cuánta razón tenía Bongo”.

Bongo siempre la aconsejó acerca de ser cuidadosa con los humanos. “Eres una chica grande y hermosa”, le decía “y corres el riesgo de no poder medir tu fuerza”. Bongo la convencía de comportarse bien y le recordaba que la consecuencia de no hacerlo, sería cualquier cosa, menos la libertad. Cuando hablaban de esto, Trompetita le pedía que le contara cómo era allá afuera, en la selva, en los árboles. Bongo prefería no recordar. Era tan dolorosa la imagen de su madre muerta. Él era apenas un bebé cuando terminó con solamente unos cuantos cabellos de su madre en sus patitas y se lo llevaron camino a la fama. Su mirada se perdía y se sentaba en silencio mientras recordaba a su madre tendida en el suelo… acababa de dar la vida por él.

Trompetita nació en cautiverio, siempre estuvo rodeada de humanos. Algunos decían que era extraño que ella fuera tan rebelde, que ya debería estar acostumbrada a obedecer; otros, la admiraban. Pero al final del día quien sufría las consecuencias de sus actos era ella. Solamente ella en la oscuridad, con hambre y golpes sangrantes. En el frío de una carpa que sostenía el cartel: Bienvenido al circo más extraordinario del mundo. Ahí donde ponían a todos los animales cuando se comportaban como salvajes.

“Lo salvaje es aquello que se vive en la clandestinidad, en la oscuridad. Aquello de lo que nadie se entera. Eso es salvaje”, piensa Trompetita.

Su madre murió al dar a luz por las precarias condiciones en que la mantenían en ese mal llamado refugio de animales. Los otros animales que crecieron con Trompetita decían que era más bien como un criadero. Eso, un criadero. De eso no se enteró la gente. No, la gente solo se enteró de que Trompetita sabía saltar cuerda y de que le gustaba que se tomaran fotos subidos en ella. ¡Ah! Y de que es peligrosa. No porque la sacaron de su hábitat, sino porque es un animal.

Trompetita llora. Perdió a su único amigo. Y aunque sabe que pronto –más pronto de lo que se imagina– habrá un nuevo Bongo, ya nunca volverá a ser lo mismo. Llora porque sabe que para el nuevo Bongo sí será lo mismo, jaula – show – jaula. Y se pregunta si él podrá soportarlo como lo hacía el viejo Bongo. Aún en los últimos momentos. Trompetita quiere sollozar, quiere gritar, pero sabe que no puede. Si hace ruido a esta hora seguramente la latigarán o quizás le den un tranquilizante que la dejará inconsciente durante horas, justo a tiempo para el entreno.

Estira su trompa y toca la frente de Bongo. Es una despedida. Es un reconocimiento hacia el cuerpo de su amigo que murió y que antes de que amanezca habrá sido desechado. Pero Bongo era más que ese cuerpo inerte, ella lo sabe y los demás animales del circo también; era vida. Trompetita llora en silencio en la carpa sobre el montón de paja. Llora por todos, pero en especial por mí. Tranquila, mamita, cuando nazca… yo te voy a salvar.

 

Compartir