Juan David Rojas/ Corresponsal Colegio Liceo Javier/
El dilema sobre qué carrera estudiar es una de las mayores fuentes y temas de conversación en los estudiantes graduandos. Estamos en un punto en el libro de nuestra vida, donde terminamos un capítulo y nos enfrentamos al famoso bloqueo de escritor, en el cual se nos plantea la existencial duda de qué será de mi vida ahora que salgo de mi refugio colegial al mundo exterior como un universitario y como ciudadano.
Algunos se sienten seguros al momento de escoger una carrera, otros deciden recurrir a todo un proceso de autoconocimiento para descifrar quién soy y qué quiero lograr, y el resto simplemente va a la deriva de una opción a otra buscando lo que más les gusta. Son muchos los elementos que se deben analizar para tomar cualquier decisión importante en la vida; en este caso es importante analizar mi potencial, mi pasión, mis intereses y capacidades. No obstante, existe otro elemento importante que sale a colación y que para muchos incluso es decisivo: el dinero que ganaré ejerciendo mi profesión.
Recientemente leí un artículo del New York Times International Weekly –que sale todos los domingos en Prensa Libre– titulado La crisis de los estudios humanísticos. Me llamó la atención una frase que se menciona en el mismo: “[…]un mercado laboral flojo y el énfasis en la tecnología han alejado a los estudiantes de temas como la filosofía, la literatura y la historia[…]”. Me atrevería a decir que de mi promoción de graduandos, solo un 15% o incluso menos, seguiremos una carrera humanística (Derecho, Literatura, Psicología, Política, Sociología, etcétera.) La mayoría se inclina por carreras más “prácticas” como Ingeniería, Medicina o Administración.
¿Qué razones de fondo estarán marcando este “desinterés” por las carreras humanísticas? ¿Nos estaremos volviendo más inhumanos?
El artículo, para responder las mismas preguntas, basa su postura en los beneficios de una carrera humanística y asevera que los estudios humanísticos no hacen necesariamente mejor a una persona. Sin embargo desde mi punto de vista tampoco lo hace una carrera científica o una carrera administrativa. En lo personal pienso que las carreras humanistas han tenido cierta declinación por diversos factores, pero fundamentalmente el hecho de pensar en el dinero que ganaré siendo filósofo, literato, sociólogo e incluso psicólogo, es un factor importante. Evidentemente el campo laboral de las carreras humanistas no pertenece a los convencionalismos de profesión. Considero que hoy en día muchos estudiantes se inclinan por carreras más “prácticas” ya que se tiene la idea de que estas apuntan a más oportunidades de trabajo y posiblemente un mejor sueldo. Este tipo de pensamiento y lógica es válida, pero también podría evidenciar el nivel de influencia que tiene el dinero en nuestras vidas.
Bien dicen que el dinero no compra la felicidad, yo agregaría que puede comprar más que eso. ¿Cuántos niños mueren día a día porque no pueden costear un vaso de agua? ¿O un medicamento? ¿Cuántos padres mueren internamente ante la angustia de la pobreza? ¿Cuántos son aquellos que han recurrido a la violencia para colmar su necesidad? ¿Cuántas personas mueren por un celular al ser asaltados? ¿Cuántos bosques son talados y no reforestados? ¿Cuántos mares contaminados? ¿Cuántas especies aniquiladas? ¿Cuántos, cuántos más podría escribir?, pero más importantemente, ¿cuánta vida más nos robará el dinero?
El hecho de que ahora menos estudiantes eligen una carrera humanística refleja y refuerza la idea de que cada vez nos volvemos más y más “prácticos”, más materialistas y menos reflexivos; idea inexorable que surgió en mi mente cuando leí el artículo.
Fotografía: www.quizzle.com