El día que murió mamá permanecí en el jardín, furiosa. Llena de ira, odio, autocompasión y decepción, pensaba que debía escaparme de la pesadilla en que vivía, pero no sabía cómo. Salir a nuestro jardincito era lo único que podía hacer en ese momento.
Unas semanas antes, durante uno de sus escasos meses de sobriedad, mamá y yo habíamos estado conversando acerca de mi nueva mascota y lo bien que me haría tenerla en casa. El día antes de su muerte, había corrido con mi perrita para mostrársela.
Al llegar todo estaba oscuro y silencioso, como si nadie viviera allí, en realidad, en nuestra familia nadie vivía. Sólo existíamos, aislados por completo, repitiendo la misma rutina como autómatas.
Mamá estaba en su habitación, desmayada en la cama como siempre. Había sucedido infinidad de veces antes, pero esta vez no estaba dispuesta a soportarlo. Pensaba que estaríamos mejor sin ella, en verdad, durante años se lo había dicho a papá. No entendía por qué él no la dejaba y nos llevaba lejos de ese infierno en la tierra.
Solía decir que yo exageraba y que no era tan terrible. ¡Pero lo era!
Este sábado de junio por la mañana, en el jardín, todas mis emociones tormentosas explotaron. Llore supliqué a Dios, que en realidad no estaba segura si existía.
Ya no podía más. Había desesperación y angustia, sentía que me volvería loca. De pronto me invadió una oleada de compasión. Sabía que mi madre no había elegido ser así, que era una víctima de la enfermedad del alcoholismo.
Prometí que trataría de no emitir juicios sobre ella. Experimenté un asombroso sentimiento de paz que disipó la confusión. Para sellar mi promesa, junté algunos geranios del jardín y se los puse en un vasito. Se los llevé a mamá junto con un té servido en una de sus tazas de porcelana preferidas. Aún no había vuelto en sí, por lo que dejé una nota en su mesa de noche. Creo que sólo decía: “te quiero” o “Lo siento”.
Tuve un fuerte impulso de tomarle la mano pero… no lo hice. Algo me detuvo. Me dije que encontraríamos el momento para que ella pudiera conocer a mi mascota, que lo más importante era que ella se sintiera con ganas de mirarla y me dirigí a mis actividades diarias.
Varias horas más tarde papá me llamó con una voz extraña, ahogada. Me dijo que mamá estaba muerta y que parecía que acababa de ocurrir, seguramente mientras dormía.
Durante años me sentí irritada y traicionada porque nunca tuvimos la oportunidad de hablar como lo hace la gente, y porque no pude conocerla en realidad, pero como podía suceder esto en un hogar donde la enfermedad del alcoholismo era la protagonista.
Esa ira casi me llevó a seguirle sus pasos, pero por fortuna jamás olvidé el olor de las escenas de esa mañana de silencio sepulcral. Veinte años después levanté un vaso de whisky y en los cubitos de hielo vi el terrible rostro de dolor de mi madre muerta. Sabía que tenía que cambiar. Eso, y un compañero de trabajo que me comprendió más de lo que nunca me hubiera imaginado, me trajeron a Al-Anon.
Ahora comprendo que sin un programa que ayudara en mi reconciliación, eran incapaz ante mi odio como lo era mamá ante el alcohol .
También me di cuenta de que di un primer paso importante en el camino hacia la cicatrización cuando le pedía a un Dios-a quien ni siquiera entendía- que me ayudara, y mi Poder Superior me respondió con una bendición verdaderamente asombrosa Al-Anon. Las cosas no salieron como las dos queríamos, estoy segura, pero sé que este momento de gracia, que plantó la semilla de la compasión en mi corazón la propició mi Poder Superior, haciendo por mí lo que yo no podía hacer por mi misma.
He llegado a la conclusión de que nunca estuve sola, ni siquiera entonces, y que mis padres eran gente imperfecta, en las garras de una terrible enfermedad, que se enamoraron y tuvieron esperanzas y sueños para ellos y sus hijos que no pudieron concretar. Pocos lo logran. Por fortuna, con la ayuda de Al-Anon y mi Poder Superior, puedo intentarlo.
Ely