Andrea Urrea /Instituto de Estudios Humanísticos / Colaboración /
Han pasado varias semanas desde que el grupo de judíos ortodoxos fuera expulsado de San Juan La Laguna y pareciera que ya desapareció de la agenda setting de los medios y de la memoria de muchos guatemaltecos. Sin embargo, no me voy a enfocar en el tema de que hayan sido expulsados y si las razones por las cuales se les pidió abandonar la comunidad son o no válidas pues en este tema existen muchas posiciones y no me considero experta para ponerme a discutir ninguna de ellas. Lo que sí llamó mi atención en este caso fue la reacción que hubo sobre el mismo en las redes sociales y cómo se atacó el “racismo” que tuvieron los pobladores de San Juan La Laguna, con más racismo.
https://twitter.com/elviapelaez16/status/505137578610536448
https://twitter.com/byriton_perez/status/505381666169565185
En los comentarios leídos se hace evidente la indignación de varias voces, que a pesar que pareciera que hablan desordenadamente, realmente hablan desde un “nosotros” que se identifica claramente como blanco, ladino y con determinadas ideas políticas sobre tolerancia y racismo. También dentro de los comentarios se puede leer que existe un “otro” inferior, sin derechos; sin derecho a reclamar su territorio, pues esto en el pensamiento estamental guatemalteco, es racismo. Cabe mencionar que a nivel discursivo se exige que todos se comporten desde un ideal de igualdad ciudadana y desde un sujeto homogéneo, pero no hay que dejar de un lado que la igualdad es una construcción social y no tiene el mismo significado para todas las personas y grupos.
Entonces, si para muchos la igualdad se construye desde la blancura, esta se medirá también desde esos términos, y en este caso la idea de igualdad que tienen los pobladores de San Juan La Laguna pareciera no coincidir con la idea de “los blancos”.
En estos comentarios se critica la falta de tolerancia; sin embargo, la crítica se hace definida desde el canon blanco en donde el “otro”, visto como inferior y como la víctima, no puede convertirse en el victimario. Porque ¿cómo es posible que alguien perteneciente a un grupo marginado tenga el poder y la autoridad de ser racista? Por supuesto que no se toma en cuenta que San Juan La Laguna es una comunidad globalizada que ha sabido reactivar sus creencias ancestrales y sociales con las ideas y las prácticas económicas de la globalización, como el turismo, el comercio, la tecnología, etcétera. No es el “indio” marginado que se construye en este discurso “blanco”.
El análisis también me dejó ver que se muestran dos concepciones de ciudadanía distintas. Por un lado, en el discurso de la indignación se visibiliza al Estado como el papá, reaccionando como el hermano mayor enojado pues a los menores no se les castiga y se les ha dado privilegios. Y por otro lado, lo que hace la comunidad indígena de San Juan la Laguna es construir su ciudadanía desde lo local, sin pedirle permiso al Estado, sino ejerciendo sus derechos ancestrales reconocidos por la Constitución, brindando legitimidad ante la comunidad internacional.
Por último, encuentro la visión fatalista y el miedo a que se dé vuelta la tortilla y sean los indígenas quienes tomen el poder y se quieran vengar de los blancos/ladinos que los han oprimido desde la época colonial. Y este es para mí, precisamente el argumento para justificar que aquellos marginados deben seguir estando abajo porque ese es su lugar.
¿Por qué la sociedad guatemalteca tiene la obsesión de diferenciarse étnicamente? ¿Por qué parece que seguimos pensándonos como una sociedad colonial? ¿Qué ha pasado con los 193 años de pensamiento liberal en que todos somos iguales? ¿Qué ha pasado con los últimos 50 años en que los pueblos indígenas han luchado para que sus derechos políticos y territoriales sean reconocidos? ¿Por qué pesa tanto las opiniones del supuesto hermano mayor sobre el destino de los hermanos menores?