ARGNIG

José Ochoa/ Opinión/

Pese a que Francisco Franco había muerto un año antes, en 1976 la ikurriña era aún una bandera prohibida.  En palabras de Manuel Fraga Iribarne, entonces ministro de interior y vicepresidente del gobierno español, la bandera del país vasco era separatista y no una bandera nacional.

Fue entonces cuando el 5 de diciembre de ese año, Josean De la Hoz Uranga convenció a Inaxio Kortabarria y José Ángel Iribar, capitanes de la Real Sociedad y el Athletic de Bilbao, para salir al campo de Atocha (antiguo estado de la Real) con una ikurriña. Lo hicieron, de acuerdo ambos equipos, y protestaron de forma pacífica para solicitar la legalización de uno de los símbolos más importantes del país vasco.

Un año después, la ikurriña fue permitida.

El gesto que unió tanto a la Real como el Athletic fue extraordinario. Un enorme riesgo en la época. Pero ante un estadio lleno, los futbolistas hicieron saber a la afición, a los agentes de la Guardia Civil y al mismo gobierno lo que querían. Y lo lograron.

¿Será que a los futbolistas les exigimos demasiado? Les pagan por jugar, si lo vemos de una manera simple. Los aficionados les exigimos que jueguen bien. Mientras que, algunos, también les solicitan conciencia.

En 1978 Argentina fue campeón del Mundo. La plantilla y los técnicos alegaron ignorancia, pero cuenta que ese fue el Mundial que sirvió para tapar las atrocidades de la dictadura. Desaparecidos y muertos. El planeta puso sus ojos en el país sudamericano pero nadie denunció –o no con tanta insistencia- los abusos del gobierno hacia sus ciudadanos.

Lo describe mejor el periodista Quique Peinado:

“A Jorge Rafael Videla, dictador de maldad inaudita y con facilidad para traducirla en verbo y acción, le tocó que le gustara el fútbol. Comandó a la Argentina de 1976 a 1981, y entre medias le llegó la oportunidad de utilizar un Mundial de fútbol en beneficio de su causa. Y vaya si lo hizo: el Mundial del 78 fue una maquinaria de propaganda imparable que entronizó a su dictadura en el mundo. Cualquier otra lectura del hecho es mentira. Y punto.”

Aún hoy, casi 40 años después, las Abuelas de la Plaza de Mayo reiteran su compromiso por saber qué fue de esos cientos de desaparecidos. Es hoy, también, que Messi, Lavezzi y Mascherano se unieron a la causa. Un pequeño pero imponente gesto, pues la atención mediática sirvió para dar a conocer el caso para quienes aún todavía lo ignoran.

En el 78 no lo hizo ni Kempes, Passarella o Menotti. Pero ¿qué podían haber hecho? Jugaban al fútbol, y hacerle frente a los dictadores era un riesgo para la vida. ¿Pero qué habría pasado si hubiesen hecho lo contrario?

Pasa hoy con la selección de Brasil, con 23 futbolistas que patean la pelota mientras que afuera de los estadios exigen mejores condiciones de vida. Tal vez a veces se nos olvida que un futbolista es un futbolista. Pero también a ellos se les escapa a veces que también son ciudadanos y que, una acción como la de Josean, siempre es bien recibida.

Argentina juega ahora con Messi, ya clasificado a octavos de final, con la presión de un país que les pide ser campeones. Sus hinchas llenan las playas brasileñas con cantos que buscan avergonzar al país sede. Les exigen que sean campeones. Que ya es mucho. Pero a veces se espera que, además de ganar la Copa –lo máximo para ellos-, los futbolistas hagan cosas lindas. Messi hizo un golazo ante Irán. Como tan lindo fue la foto junto a las Abuelas. Porque antes de ser futbolistas también son personas.

 

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