Hoy voy a ser breve. Debo admitir que hay ciertos eventos en el año que traen consigo un aire de emoción pero también de tristeza y un poco de frustración: navidad, año nuevo y mi cumpleaños. Este último, ya anunció que está pronto a llegar y por dentro hay un sinfín de emociones de un lado a otro, golpeándose sin control.
Razones sobran para explicar por qué estas fechas tienen un sabor agridulce, pero quizás la que más encuentro convincente, dada mi situación actual, es que veo hacia atrás y me doy cuenta cómo la vida ha cambiado un poquito más cada día. Algunas veces para bien y otras para mal pero, la dinámica de cambio ha sido rápida y le ha agregado un componente a los días que muchos años parecía desconocido.
Dicen que lo único constante en la vida es el cambio, pero yo lo empecé a experimentar quizás hasta hace 1 año, cuando realmente el mundo se puso de cabeza y las cosas empezaron a funcionar de formas que no entendía. Cuestionaba el por qué ocurrían en ese instante y en ese orden. Todo lo que podía salir mal, pasó y la rapidez con la que el torrencial de cosas se dejó venir estableció una nube de confusión sin precedentes.
Quizás ahora, varios meses después, las cosas empiezan a tener un poco de sentido, los días son menos pesados, los ánimos encuentran fuentes para despertarse y el quehacer diario está rodeado de los mismos pero los mejores amigos: música, libros y pequeñas historias.
El 30 de este mes se cierra un capítulo y empieza otro. Voy a celebrar (muy a mi modo) que a pesar de todo, seguimos en la jugada y que si estamos acá es porque Dios tiene un propósito.
Fe, esperanza y valentía. Eso es todo.