Mi historia es la siguiente: empezaban los rumores acerca del nuevo brote de coronavirus; tal vez estaban desde mucho tiempo atrás, pero por mi distracción, descuido o qué sé yo, no puse importancia al asunto. Pero el 14 de marzo caí en cuenta de la situación, recuerdo muy bien que salí a refaccionar con mi hermana y no tenía ni idea de lo que iba a pasar. A partir de entonces, no he salido a la calle caminando y muy poquito en el carro; se podría decir que nada.

Al principio del confinamiento, pensé una y un millón de cosas: ¡Wow, ahora tendré tiempo de hacer todo aquello que no podía o no tenía tiempo de hacer! Pintar, dibujar, ejercitarme, aprender un idioma, mejorar mis relaciones interpersonales, etc. ¡Bingo! Lo cierto, es que jamás pensé en lo que se iba a dar.

Después de años, en los que  la familia escasamente se reunía para almorzar, cenar, etc., de repente, nos reuníamos en los tres tiempos de comida y hasta en las refacciones. Esto se fue convirtiendo en demasiado para mí.  Ya había renunciado a la cocina y cedido a mi pareja esta tarea, ahora él me la devolvía con creces. Y acá empezó la batalla campal.

Los roces personales con mi pareja e hijos se daban con frecuencia, hasta por un desinfectante comenzábamos a discutir:  -“¡Acá compré este súper desinfectante, úsalo para limpiar la cocina y el piso, es muy bueno!”-.  Y cuando yo volteaba a ver, él estaba utilizando jabón líquido y cloro para desinfectar, colocaba los platos en otros lugares donde no iban (según yo, pues siempre los había colocado allí).

¡Dos adultos, peleando o discutiendo sobre casi las mismas cosas del día anterior! Parecíamos estar en la misma escena de una película que se proyectaba a la misma hora y lugar. Lo interesante, es que después de nuestras largas discusiones, llegábamos a acuerdos que al día siguiente se habían olvidado.

Vivir con 3 personas adultas, durante 24 horas, puede ser difícil de manejar. Se discute con uno o dos, a veces con ninguno y otras con los tres. Si eso te parece complicado, imagínate convivir con un alcohólico, que ya no bebe. Si este es tu caso, sabes de lo que hablo.

Esto no acaba aquí, con este encierro “voluntario”, me quedé sin poder asistir a mi grupo de Al-Anon (grupo que ayuda a personas con problemas de acción). Gracias a la tecnología, los miembros crearon uno en línea; la primera vez que me incorporé en una reunión virtual, fue una gran emoción ver los rostros de mis amigos miembros; fue muy hermoso. Caras conocidas, a quienes no había tenido oportunidad de verlas hacía más de un mes.

Me di cuenta que necesitaba asistir de alguna forma al grupo, pues es un lugar donde yo aprendía a tener conciencia, recuperar la calma y crecer espiritualmente. Me recuerda que aunque mi ser querido ya no beba, sigue siendo un alcohólico hasta el día que él muera. El alcoholismo es una enfermedad no sólo de mi ser querido, sino también lo es de toda la familia.

También de esto me di cuenta ahora, que he estado en cuarentena: para bailar pegado, se necesitan dos; lo mismo es con esta enfermedad, el alcohólico marca el paso y yo soy quien decide bailar o no. Y me sorprendí tristemente bailando a su compás, muchas veces desenfrenada,  preguntándome mil y una vez: “por qué no entiendo que él no entiende, por qué cedo a sus provocaciones, por qué me encuentro de mal humor mañana por mañana. ¿Qué está pasando, qué me sucede?”.

El programa me recordó que debo ser agradecida con lo que tengo. Por primera vez en años, comemos todos juntos, bromeamos, tenemos tiempo para una refacción y pasar largo tiempo conversando de nuestros sueños, ansiedades, debilidades y virtudes; hasta cocinamos. ¿No era esto algo que yo añoraba?

Hay cosas que están relacionados con el COVID-19, como los duelos que nos toca vivir: ya no podemos salir a la hora que queremos, darnos un abrazo, ni siquiera la mano; en el peor de los casos, ver a personas que ya no te saludan porque te ven como una amenaza. Pero también hay otras cosas que no tienen nada que ver con esto; sino con nuestras actitudes, como lo son, nuestro comportamiento inaceptable y nuestros defectos a flor de piel. Y eso fue lo que a mí me sucedió, no quería mi parte en las peleas y mi responsabilidad en todo este asunto.

Mi conclusión fue, necesitaba urgente y permanentemente Al-Anon porque merezco vivir bien.

Maribel

 

Compartir