Amor

Mercedes Bautista/ Opinión/

Se acerca “el día del amor y la amistad”, los almacenes, restaurantes, la universidad y las redes sociales se llenan de colores rosados y formas de corazón.  En el trabajo me piden que mande un mensajito con palabras de amor, amigos me dicen que juguemos al amigo secreto y una voz no auténtica en mí me hace querer hacer algo especial con mi pareja.  Realmente no quiero nada de esto, es el único día del año donde los chocolates me empalagan.

Este año el día del cariño, además de traerme a la mente el conflicto de cómo venden la idea romántica de amor (y por ende de cómo nos la tragamos y caemos en ella) me ha traído también el cuestionarme sobre quién nos enseñó a amar, quién nos enseñó qué es el amor.

Tal vez fue en la casa cuando nuestros padres nos decían que nos regañaban, hacían la ley del hielo, coaccionaban con las notas o daban de nalgadas porque nos amaban.  Y ahí entendí el motivo de tanta mujer involucrada en círculos de violencia, con premisas como  si me pega es porque me quieresi hago lo que me pide seguro me amará o lo que él necesita es que yo le pida perdón aunque no haya tenido la culpa.

Después pensé en que tal vez eran los colegios, en el mío cantábamos “Yo tengo un amigo que me ama” y hoy al cantar la canción en mi cabeza me doy cuenta que era una idea de amor asfixiante, privado de mi libertad, “TAN GRANDE Y ALTO QUE NO PUEDO ESTAR AFUERA DE ÉL”.  Entendí que cuando introyectamos esta idea de amor tan grande y totalitario seguro nos dan ganas de salir corriendo y hacer todo para no perder nuestros derechos.

Luego pensé en la adolescencia, en mi caso cuando empecé a gustar por el otro, a interesarme afectivamente en el sexo opuesto; imaginaba que los nervios, los besos, las caricias y las llamadas eran amor y que por ende “nos amábamos”.  Recuerdo que al final de las relaciones, mis amigas decían frases como quién te quiere no te hace llorar, un hombre no merece las lágrimas de una mujer, cortalo vos primero, el primer amor nunca se olvida.   Y ahora sé que todas hablaban y repetían por repetir, y que ninguna sabía ni qué es amor, ni qué es estar enamorada, ni mucho menos qué es amar a otra persona.

Entonces logré darme cuenta que al menos en mi experiencia, en mi casa me decían que me amaban pero no me explicaban qué era eso de amar, yo entendí que hacer cosas buenas por el otro, que “necesitar” de otro, y que “portarme bien y sacar buenas notas” era amor; en el colegio me decían que Jesús me amaba y que Jesús amaba a los pobres, que su amor era eterno, pero nunca me explicaron por qué si el amor era tan bueno y Jesús era lo máximo, la pobreza también parecía ser eterna.  En mis relaciones de pareja aprendí que el amor a veces daba mariposas, ilusión, sonrisas, contacto físico, comprensión, pero que también podía ser un juego de acercarse y alejarse, de aceptarse a medias, de comprometerse a conveniencia y que podían haber momentos de inacción de larga y tensa espera a un final anunciado.

En mis relaciones aprendí que el amor como lo pintaron en mi infancia, ni era total, ni era eterno, ni era bueno… era más como un mal necesario.

Y entonces caí en cuenta. Todos hablan de amor pero nadie sabe qué es, nuestros padres y maestros pensaron que enseñándonos las tablas de multiplicar y el sujeto y predicado era lo mejor para nosotros y se olvidaron de enseñarnos algo tan básico como aprender a vivir en EL AMOR, se olvidaron que en la vida necesitamos responsabilizarnos de nuestras emociones y relaciones y no solo de las de pareja, sino de todo tipo de relaciones.

A mis 26 años me cuestiono en cómo yo he introyectado el amor, en lo que para mí representa, en lo que espero de él, en qué estoy dispuesta a…  Con tal que el amor salga a flote, reconozco que he estado en premisas como “ni tan cerca para ti, ni tan lejos para mí”, también he vivido en un tipo de “sabotaje de amor”, ese amor “ambivalente y desconcertante, inconcluso, violento y tardío”.  En mi proceso de construir qué es el amor y cómo vivirlo vinieron pocas respuestas a mi cabeza… la que más me gustó, con la que me quedo, es que el amor debe ser rebelde, revoltoso y revolucionario hacia las ideas que el mundo (familia y cercanos) ha tratado de encuadrarlo y encuadrarme. Para mí… el amor es subversivo.

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