Las encrucijadas de la vida son las que le dan un toque más colorido a los fragmentos que nos componen y que nos hacen ser quienes somos. En ocasiones tratamos de elegir lo que es mejor o lo menos negativo para nosotros por temor al impacto que pueden generar las consecuencias o a las secuelas profundas que pueden quedar siendo estas más difíciles de olvidar y superar.

El transcurso del día a día siempre nos guía a varias bifurcaciones, desde: “¿Qué ropa me pondré hoy? hasta: “¿Voy o no a la U?”. Bajo mi perspectiva, la palabra elegir se me hace muy grande, muy complicada pero sobre todo, conflictiva. ¿Podemos ir por la vida sin elegir?

Elegir según su clara definición podemos adecuarla a cualquier ámbito, pero muy raras veces su significado puede variar. Esta palabra podemos declararla como: una acción de seleccionar o preferir a una persona o una cosa para un fin.

Cada una de estas preferencias nos llevan hacia dos caminos: uno con una propuesta que se determina la mayor parte del tiempo como una muy prometedora y otro con la que no se pinta un panorama muy claro.

Tomar la decisión correcta, nos hace sentir poderosos, felices y con buena actitud. Estas características nos fomentan el querer decidir lo mejor posible. También, estos sentimientos nos hacen ser percibidos como personas que tienen armonía en su vida y que nuestras decisiones pueden ser capaces de brindar una cierta comodidad tanto para la persona en sí como para su alrededor.

Pero, así como el cielo puede estar lleno de un color celeste claro y hermoso, así también puede estar de tonos grises.

Muchas veces se presenta esta misma analogía en nuestras vidas. Tomar decisiones y que no resulten como pensábamos nos hace sentir decepcionados e incluso fracasados. Y por lo tanto, bajo cada circunstancia podemos ser percibidos como personas felices según el giro de nuestras decisiones o podemos ser percibidos como personas con incomodidad ante su situación actual.

Es en ese momento en donde entran dos palabras que en este caso lo tomaremos como un factor muy curioso, el “si hubiera”.

Tener conciencia de nosotros y nuestro entorno, nos hace ver cosas que antes no veíamos por estar dentro de una burbuja oculta todo el horizonte, podemos ver solamente lo que queremos. Tener plena conciencia de lo que nos asusta, de lo que nos miedo o lo que no queremos, propicia el tener una mejor capacidad de decisión.

El instinto que desarrolla el ser consientes aplica para todos los aspectos de nuestra vida y el elegir no es la excepción.

Todos, sin temor a no ser una afirmación certera, en algún momento hemos dicho este factor “Si hubiera” sobre todo si nuestras elecciones no han sido las más adecuadas y las consecuencias que se han presentado han sido muy difíciles de sobrellevar o de aceptar.

“Si hubiera estudiado más…”, “Si hubiera pensado mejor…”, “Si hubiera estado ahí”, algunos ejemplos entre un sin fin de formas de poder usarlo, se convierten en nuestro peor enemigo. Se reconoce como un factor curioso debido a que estas palabras parecen ser insignificantes; algunos podrán decir que es solamente una forma de expresarse o de guiar sus pensamientos hacia otras alternativas que pudieron ocurrir, pero lo que nadie dimensiona es lo peligroso.

Elegir nos lleva a plantear muchos escenarios que al final de cuentas muestran las posibilidades que nuestra imaginación nos permite tomar como consecuencias de las mismas, pero sin la capacidad de poder determinar con exactitud que realmente pasarán.

Este factor, se convierte un arma poderosa, en lugar de hacernos sentir en algún tipo de confort lo que hace es convertirse en un tipo de tortura que no nos permite avanzar.

Aceptar que las elecciones tomadas fueron lo que creímos correcto teniendo como base una gran cantidad de información procesada para poder hacerlo, independientemente de si resulta como pensábamos o no, es lo que nos debe brindar la aceptación de lo que venga después de ello. Asumir las consecuencias no como algo malo, si no como algo que puede ser beneficioso en algún otro capítulo de la vida, nos hará sentir mejor con nosotros y, sobre todo, reflejar la responsabilidad y el ánimo de superar las circunstancias.

Huir del elegir, es imposible. Por más que deseemos en algún momento que alguien más tome las decisiones por nosotros, es algo ficticio. Tarde o temprano, llega la circunstancia en la que elegir nos toma por sorpresa y es por ello que informarse, aunque sea de situaciones imaginarias con cierta probabilidad de ocurrencia es viable para luego evaluarlo todo y seleccionar la mejor opción. Esto se vuelve el mejor aleado para afrontar con la mejor cara las decisiones de la vida. Y como dicen por ahí “Más vale un por si acaso, que un hubiera”.

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