RL-Octubre-1

Mónica Navarro / Rincón Literario /

Dijo algo de hacer no sé qué cosas con mi cráneo.

Yo sonreía fijando la mirada en un punto muerto, pretendiendo no escuchar. Dejando que la tormenta se encargara de decir todas esas cosas que se dicen sin hablar.

Los últimos días fueron terribles. Entre estallidos de ternura y pequeñas cruentas guerras, la habitación era un desastre. La cama estaba fuera de lugar. Era tanto el odio y el amor que nos sostenían, agonizantes, que no supe percatarme del momento en que cruzamos la frontera entre lo imaginario y lo real. Dormía a su lado, y me despertaban hermosos y terribles sueños. O pesadillas. La diferencia entre ambas nociones metafísicas, en este momento, me resulta difícil de explicar.

La música triste del tiempo al pasar llenaba mi noción de vivir como un reloj de arena que condenaba los segundos así, uno a uno, reduciéndolos a pequeños granos de tierra amarga.

En cualquier momento nos descubrirán, me repetía. Entonces sabré a ciencia cierta la magnitud de tu amor. –Dependo de tu lucidez para no enloquecer. –¿Me dejarás solo? Sí, me dejarás solo. Harás lo que hicieron las demás. Aunque a ti te quiero más de lo que las quise a ellas. Te quiero más de lo que quise a cualquiera.

Otros me han querido más que tú, musitaba. O dejaba que le hablara mi insolencia y mi desprecio. Siempre he sido asidua a encajarlo todo en el silencio.

Y pese a que el mundo se nos venía encima, le quería. Yo, enferma, supe encontrarme en sus ojos de enfermo. Éramos así. Sigilosos y crueles. Domando las calamidades hasta que sonara la sirena del toque de queda que no nos tardaría en llegar. Fantaseaba con huir, pero algo en mí retrocedía. No podía imaginarme ya sin sus caricias y sus golpes. Sin la ferocidad de sus reproches. Sin sus sentencias y letanías. Sin nuestros episodios mesiánicos jurándonos lealtad hasta el último de nuestros días. Sin las mordidas.

Han llegado, tendré que lastimarte. No te asustes. No puedo delatarme. No puedo permitirte deambular por el mundo sin ser yo el único a quien tus ojos vean. No puedo permitir que repitas mi nombre. Quiero que sepas que te ama alguien que hace mucho ha dejado de ser un hombre. Porque ya no encuentro palabra para definir este cuerpo tan lleno de culpas.

De la vida he aprendido, querido mío, que el cariño más sincero sabe morderte los pechos y regalarte un par de costillas rotas. Sé que me amas. Y que nosotros no hemos creado algún lenguaje nuevo, ni formas de domar a la la bestia de nuestro miedo. De tu forma de cuidarme aprendí que la facultad de sobrevivir necesita de esta sórdida yuxtaposición de verdades: las muñecas ensangrentadas y el corazón que se desborda.

Alguien da golpes a la puerta. Intento moverme atada como estoy, pero es muy tarde. Nos descubrieron. Y así, casi inmóvil, soporto la embestida temerosa de su abrazo. Te buscaré, me susurraba al oído. Aunque hoy te arranquen de mí, te buscaré.

Lo sé. También volveré a ti.

Porque siempre volveré al amor.

Porque siempre volveré al dolor.

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