Soy estudiante de la Licenciatura de Ciencias Jurídicas y Sociales y he sido voluntaria landivariana desde hace cinco años. Elegir un voluntariado de los que ofrece la Universidad comúnmente no es una decisión difícil. Esto es porque uno se inscribe al programa con el cual se sienta mejor, en el que experimente empatía y considere que tenga las aptitudes y actitudes necesarias para poder brindar ese espíritu de servicio y amor desinteresado que caracteriza a un voluntario landivariano.
Es común que los programas de voluntariado de atención a niños se llenen de voluntarios y llamen la atención de compañeros universitarios. ¿A quién no le gustaría dar amor y alegría a los niños, cuando estos son el futuro de nuestro país? A todos. Dentro del grupo de personas vulneradas, claramente los derechos de la niñez en nuestro país no son respetados. Pero existe otro grupo vulnerable que quizás no son el futuro del país, pero lo cierto, es que ellos fueron en algún momento el futuro de nuestro país. Este grupo, son los Adultos Mayores, a quienes a todas luces, se les pasa por alto sus derechos.
El contraste es que los voluntariados con Adultos Mayores no son el atractivo principal de compañeros universitarios.
Derivado del análisis anterior, decidí tomar la decisión de inscribirme como voluntaria a un programa de atención de adultos mayores. Inscribirme a un hogar de ancianos fue la mejor decisión que pude haber tomado. La mayoría pensará que hacer voluntariado con adultos mayores no es divertido, que no es dinámico y que, por no ser un aporte cuantificable no vale la pena. Esto es completamente erróneo.
Mi pensamiento está en armonía con la frase del escritor chino Lin Yutang, quien dijo:
“Amamos las catedrales antiguas, los muebles antiguos, las monedas antiguas, las pinturas antiguas y los viejos libros, pero nos hemos olvidado por completo del enorme valor moral y espiritual de los ancianos”.
Hay muchos adultos mayores que quizás nunca han leído esta frase, pero la han vivido en carne propia. A lo largo de estos años, he escuchado muchos testimonios de residentes de hogares de ancianos, a quienes bajo engaños los han llevado a los hogares, dejándolos abandonados a su suerte y despojados de sus bienes.
Cuando un adulto mayor pierde mucha de sus habilidades y empieza la regresión de sus capacidades por el pasar de los años, se convierte (en ocasiones) en una carga para la familia, situación que los orienta a tomar la decisión de llevarlos a un hogar, que con el pasar del tiempo para los adultos mayores es considerado como su único refugio.
La vulneración y limitación de los derechos inherentes de los adultos mayores es una realidad oculta en Guatemala.
Según expertos, el porcentaje de población guatemalteca mayor de 60 años se duplicará para el año 2040, pasando de representar el 6.61 por ciento (1 millón 70 mil 321 personas) del total de la población, a constituir aproximadamente el 14 por ciento (3 millones 800 mil personas) de la misma. Sin políticas públicas capaces de suplir la demanda de servicios de salud, protección social y recreación de este sector poblacional, y sin espacios en el mercado laboral para su fuerza de trabajo, el presente de la población envejecida ya es de pobreza, abandono y enfermedad. ¿Cuál será su futuro?
En Guatemala, el maltrato físico, psicológico, financiero, patrimonial, abandono, la negligencia, y hasta abusos sexuales, forman parte de una dura realidad que les toca vivir a muchos ancianos. Otro de los tipos de violencia muy común es el abuso económico, donde el adulto mayor no participa ni de sus bienes ni de su jubilación, sino que todo su patrimonio es manejado por un familiar allegado, y él no puede decidir qué hacer, muchas veces dejándolo en la calle. El maltrato a los adultos mayores se refiere a cualquier acción u omisión que produce daño y falta el respeto a su dignidad y el ejercicio de sus derechos como persona.
Las personas que hacemos voluntariado con adultos mayores, estamos en la búsqueda constante de empatía y respeto hacia ellos.
Lo más importante es inclinarse a educar a la sociedad por medio de la labor de concientización, de pláticas, capacitación a padres de familia, estudiantes, servidores públicos y otros sectores de la población para generar una cultura de respeto y promoción de sus derechos.
En nuestro país, la Ley de Protección para las Personas de la Tercera Edad contempla el derecho a la vivienda del adulto mayor. Sin embargo, el Estado de Guatemala no asigna los recursos económicos suficientes para protegerlos, lo que lleva a que la mayoría de ellos vivan en la línea de la pobreza y sufriendo las consecuencias de la exclusión, así como la falta de acceso a los servicios de salud, vivienda y ocupación. El Estado debería de implementar políticas específicas, hoy las pensiones y jubilaciones que dan algunas instituciones no cubren el costo de la vida actual, mientras que el Departamento de Invalidez, Vejez y Sobrevivencia (IVS) que corresponde al Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS), acoge a un escaso porcentaje de la población.
De acuerdo a datos que aporta la Defensoría del Adulto Mayor de la Procuraduría de Derechos Humanos en Guatemala, hay casi un millón de adultos mayores, y únicamente el 12 por ciento tiene una pensión o una jubilación, mientras el resto, cerca del 88 por ciento, se encuentra sin cobertura actual.
Los hogares que tiene el Estado no cuentan con el presupuesto para atender las demandas de residentes, asimismo, existe una serie de hogares privados para adultos mayores, pero la mayoría hace milagros para funcionar, porque tampoco tienen asistencia del gobierno. Dichos hogares sobreviven a donaciones y actividades de caridad. Es ahí en donde como voluntarios nuestra labor se convierte en un eslabón importante para la vida ocupacional de dichos hogares que no cuentan con ayuda.
El hacer voluntariado con adultos mayores, ha desarrollado en mí, herramientas que conforme al pasar del tiempo se han convertido en aptitudes. Han sido largos aprendizajes de vida, de amor hacia la vejez. La vejez no es sinónimo de improductividad; he aprendido con ellos que un adulto mayor, es capaz de llevar una vida plena e independiente siempre y cuando le den la oportunidad.
Es un encanto el hacer voluntariado con personas que te reciben con una sonrisa, que te cuentan los pasajes más felices de su vida, que te den consejos sabios. Nuestra labor no es solamente jugar con ellos y hacerlos reír, vas creciendo junto con ellos, hasta el punto de planificar actividades que ayuden con su sicomotricidad, con la pérdida de la memoria, incapacidades físicas y depresión.
Es tan hermoso y gratificante ver una sonrisa, escuchar un gracias que va más allá.
Mis acciones como ser humano y profesional, van encaminadas para que, al llegar a la vejez, sea un premio, con el valor del respeto y dignidad incluidos, y no un castigo y una agonía. Nuestros Adultos Mayores tienen derecho a disfrutar de una vida libre de violencia, recibir atención médica, participar en programas de asistencia social, a la educación, a la salud, a la recreación e incluso a un trabajo digno, sin discriminación por edad. He aprendido que en nuestra cultura los adultos mayores deben ocupar un lugar especial, pues representan la transmisión de los valores y tradiciones.
He tenido la gran fortuna de ser voluntaria y coordinadora de dos programas de voluntariado de adultos mayores. Uno fue el Hogar San José de la Montaña, ubicado en la zona 2 de la ciudad de Guatemala y el segundo; Hogar Fray Rodrigo de la Cruz ubicado en la Antigua Guatemala. A lo largo de este tiempo he conocido y compartido labor de voluntariado con muchos compañeros universitarios que, al igual que yo, hemos tomado el compromiso moral y ético de velar porque sus derechos sean respetados y no vulnerados. Como futura Abogada y Notaria, mi compromiso es mayor. No se debe concebir ninguna falta a los derechos de cualquier ser humano, todo ser viviente debe ser respetado y dignificado.