Por Rodolfo
Estaba profundamente frustrado y resentido con la vida cuando llegué por primera vez a una reunión de Al-Anon. Mis proyectos profesionales, laborales y hasta deportivos me hacían ver como una persona exitosa, pero mis relaciones personales eran un desastre. Nunca había tenido una relación amorosa sana y me llevaba mal con las personas más cercanas de mi familia.
Por ser esposo de una alcohólica, tuve la suerte de ser referido a un grupo de Al-Anon. Allí llegué a contar una historia retorcida en la que yo era la víctima y ella la culpable de todo. Al terminarla, mis nuevos compañeros sonriendo me dieron la bienvenida, lo que me desubicó un poco. Me explicaron que sonreían porque yo no era el único que llegó así y que el Programa podía hacer milagros en mi vida (como había hecho en las de ellos) en un futuro, cuyo plazo estaba en mis manos y dependía de cuánta fe y compromiso le imprimiera yo al trabajo personal, para mi propia recuperación.
Una de las primeras sugerencias que me dieron, fue que procurara mejorar mi contacto consciente con el Dios de mi entendimiento. Y yo pensé “eso ya lo tengo, pues soy muy religioso”. Pero en Al-Anon comprendí que mi contacto consciente con Dios, no estaba necesariamente ligado a la doctrina que profesaba, sino más bien a la disposición de hacerlo cómplice de mi vida y permitirle ejecutar el rol que verdaderamente le correspondía en ella.
Mediante el trabajo intenso y la práctica de los Pasos del Programa, aprendí a discernir cuáles asuntos dependían de mí y cuáles debía entregarle a mi Poder Superior, lo que supone un gran avance, pues siempre creí contar sólo con mis propias fuerzas, para hacer frente a cualquier dificultad y que Dios estaba suficientemente ocupado, como para que yo le pidiera intervenir en algo que yo creía poder manejar.
En Al-Anon me di cuenta que eso no era otra cosa más que mi soberbia, aquel viejo defecto que desde niño desarrollé sin saber, para sobrevivir a la soledad y el abandono emocional que atravesé en mis primeros años, pero que ya en mi vida adulta sólo me estorbaba. Esa soberbia era una de las razones por las que me resultaba muy difícil cultivar relaciones personales satisfactorias.
Entendí que no era bueno cargar sobre mis hombros, la responsabilidad de resolver cada situación, que no debía tener la última palabra en todo, que no todo dependía de mí. Y también aprendí que no es bueno entregarle todo a Dios y con ese acto, desentenderme de mis obligaciones. Como socios que somos en esta vida, Él tiene sus responsabilidades y yo las mías; ni todas son mías, ni todas son de Él y mi verdadero milagro empezó a suceder, cuando logré configurarme con esa idea.
No fue fácil. Requirió de mucho trabajo, paciencia, aceptación, obediencia y acción. Mucho tiempo, mucha atención, mucha participación, mucho servicio. Tuve que renunciar a aquellas actitudes con las que me gustaba auto-compadecerme y culpar a los demás de mis fallas. Tuve que dejar de hacerme cargo de todos y empezar a hacerme cargo de mí y de lo que ocurría en mi interior, del desorden que había en mis pensamientos y mis prioridades.
Todo esto fue posible, únicamente con la ayuda del Programa de Al-Anon y la firme adhesión a sus herramientas.
Asistí a muchas reuniones, me hice de un padrino para dar pasos firmes hacia adelante, tuve que dejar de ser “alguien que no leía mucho”, para permitir que la riqueza de la literatura de Al-Anon rompiera mis viejas estructuras mentales y me permitiera introducir mejores ideas a mis sistemas de pensamiento.
Comencé a hacer mi parte (esa parte que Dios no va a hacer por mí, porque respeta mi libertad, mi individualidad y la dignidad de ser humano que Él mismo me confirió, el día de mi nacimiento) y el resto, (que son muchísimas cosas) lo dejé al cuidado de mi “cómplice de vida”; que es el único que puede hacerse cargo. Ya me frustré suficiente, esperando equivocadamente que Él resolviera mis asuntos y me lastimé muchas veces intentando hacer por Él, lo que no me correspondía. El resultado es que ahora vivo, ya no sobrevivo.