Lizza Flores/
Al caminar por la vida, transcurren muchas situaciones que nos hacen sentir de alguna forma con grandes deseos que pueden llegar a impactar el trayecto de forma positiva o dirigirlo al ámbito del crecimiento. Pero esa pequeña frase se vuelve realmente amplia al solo concentrarnos en esta palabra, “deseo”.
Desde el inicio, el mundo nos sumerge a volvernos deseosos de aquello que no tenemos o que aún no logramos. El deseo es una parte misteriosa que nos hace preguntarnos en donde estamos y por ende, hacia donde queremos llegar.
Un deseo va más allá del simple hecho de desear algo material. Nos han dicho que los sueños son aquellos pensamientos envueltos de sentimientos que nos llevan a algo tangible. Pero he aquí la importancia de un deseo. Claro está, también son pensamientos envueltos de sentimientos, pero estos realmente nos mueven a llevar a cabo algo fundamentado, algo que conecta con lo más profundo de la conciencia y de las entrañas; conecta el ser con el hacer.
El escritor Voltaire dijo “Sólo es inmensamente rico aquel que sabe limitar sus deseos”. El limitar se vuelve una parte trascendental de los deseos, no significa que debamos tener un número limitado de deseos o dejar de desear en algún punto del rumbo si no es colocarle un inicio y un fin a un deseo, esto permitirá invocar al deseo mismo. Posibilita su existencia en un sentido efectivo y por lo tanto más veraz.
Lo circunstancial de la vida y el cuestionarse a medida que se avanza es lo que va marcando aquellos deseos que son tomados con primordialidad. Pero ¿Qué pasa si nadie entiende aquellos deseos que me impulsan, que me motivan, que me hacen querer vivir?
La diversidad es algo que muy pocos logran conocer, no porque sea un término desconocido ya que, en la naturaleza se muestra con ejemplos como las numerosas razas de animales y diferentes tipos de plantas, pero lo que a veces no se comprende es la gran diversidad de personas que hay a nuestro alrededor.
Cada persona es un mundo que puede abrirse a través del valor de la tolerancia. Aceptar lo que es diferente amplía la armonía en la diversidad. Es por ello que, al encontrar un deseo diferente al propio, degradarlo o creerlo imposible es un tropiezo al avance de la persona.
El permitir que alguien desee: equidad, paz, amor, un mejor trabajo, emprender, innovar o el mejor viaje de la historia permite de forma paralela dejarnos desear aquellas cosas que creemos que no pasarán.
Luchar por lo que deseamos es lo que le da propósito al estar en un mundo en donde a veces por tanta obscuridad se evade la acción de desear. El porcentaje de efectividad de nuestros deseos depende de cuánto se esté dispuesto a protegerlos y a ejecutarlos.
Correr el riesgo de desear es la señal más simple de nuestro ser humano, hace que la vida tenga sentido y que valga la pena continuar cada día.