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Karen Barrera*/ Opinión/

*En colaboración con Luis Eduardo Ruiz

El agua como elemento es imprescindible para el desarrollo de la vida, cualquiera que sea su forma; y como recurso es una materia prima esencial para todo proceso de producción.

En Guatemala estas dos percepciones del agua son abordadas desde el punto de vista productivo por la industria y municipalidades quienes hacen uso de los cuerpos de agua como un sombrero mágico del cual pueden extraer grandes cantidades del recurso sin temer que se agote y además hacen desaparecer en él cualquier tipo de desechos. Por otro lado, para las comunidades el agua es la base de su subsistencia, se concibe una estrecha relación entre el bienestar de los cuerpos de agua con la salud de la comunidad. El agua no es un recurso sobre el cual se tiene propiedad sino un elemento en común que fluye alimentando la vida, permitiendo nuestra existencia.

Este encuentro polarizado de percepciones alrededor del agua conlleva una desarmonía entre los intereses económicos, ambientales y sociales del país, teniendo como resultado el aprovechamiento, manejo y disposición insostenible del mismo.

El pasado 22 de abril, la Marcha por el Agua llegó al centro de la ciudad. Esta marcha fue muy distinta a cualquier otro movimiento, ya que no fue una protesta más sino una ceremonia.  Fue un rito guiado por las autoridades indígenas, representando comunidades de los cuatro puntos cardinales. Cada uno de ellos traía una muestra del agua que fluye en sus ríos, lo cual representaba al espíritu de cada cuerpo de agua. Dichos símbolos fueron acompañados por peregrinos de las comunidades por 11 días, quienes en una larga caminata, se sacrificaron bajo las inclemencias de los días intensos de verano, todo ello con el fin de confluir en la Plaza Central un torrente de voluntades en pro de la salud de nuestros cuerpos de agua y territorio. El rito concluyó con una ceremonia de curación en el cual se pidió por la salud y recuperación del sistema hídrico del país.

Esto demuestra como el agua en la percepción de las comunidades es sagrada y va más allá de un simple recurso aprovechable. Tiene un espíritu propio, está viva y por ende origina vida, permitiendo nuestro desarrollo. Lastimosamente esta visión poética del agua no concuerda con la visión neoliberal del Estado de Guatemala, quien en muchas ocasiones ha violentado a comunidades, desalojando y apoderándose del territorio y de los cuerpos de agua que utilizan. La Marcha por el Agua también demandaba respeto al territorio, reconocimiento de las autoridades indígenas,  manejo sostenible y el acceso a los cuerpos de agua.

 

A modo de confesión:

Cuando escuchamos por primera vez sobre la Marcha por el Agua pensamos que era otra movilización como muchas, en la cual se reúne a un grupo de comunitarios, se les dan pancartas, banderas, almuerzos y se les hace caminar hacia el Palacio Nacional y/o el Palacio Legislativo, mientras los dirigentes van dentro de los carros pronunciando sus consignas. Sin embargo, nos equivocamos, en lugar de encontrar una protesta nos topamos con una ceremonia que reunía corazones y voluntades con la intención de sanear el agua que nos entrega vida. Se debe reconocer también que dentro de la misma marcha había personas que lejos de proponer soluciones  se encontraban cerrados a cualquier posibilidad de manejo de agua.

 

El agua es imprescindible para todos los procesos humanos, por tanto su uso y aprovechamiento conlleva a una conflictividad de intereses, en donde hay mucho que escrudiñar, exponer y proponer.

Los intereses económicos en general chocan con los intereses de las comunidades, ambos no abandonan posiciones polarizadas, y la mayoría de veces no se crean espacios de diálogo. Las comunidades se cierran en el rechazo ante proyectos de inversión privada; ejemplo de ello las hidroeléctricas, mientras la inversión privada, truncada, decide valerse de la fuerza del ejército y la policía de Guatemala, que se han dedicado a salvaguardar intereses hegemónicos, teniendo como resultado a comunidades incendiando maquinarias de costo millonario y reteniendo trabajadores de los proyectos. La respuesta: la intervención efectiva (en esta ocasión sí es efectiva) de la policía y ejército, quienes con inteligencia militar desmantelan movimientos con un par de balas. En conclusión se crea un ambiente de zozobra, no de soluciones o ideas que beneficien a todos los sectores involucrados.

El agua implica desarrollo para la vida y para la economía, siempre y cuando  sea incluida en el sistema económico, reconociendo las externalidades derivadas de los procesos productivos. Todas las actividades productivas generan impactos ambientales. Panayotou, en el libro Ambiente para el crecimiento en Centro América menciona: “el futuro de la competitividad y el desarrollo potencial de Centro América se encuentra inextricablemente vinculado a su entorno natural. Esto es cierto no sólo en el sentido negativo de reducir al mínimo los daños en los recursos naturales, sino también en el sentido positivo de hacer que la región sea más atractiva para los inversores extranjeros, la alineación de los sectores agrícolas y turísticos a mercados más lucrativos y la explotación de los mercados emergentes de servicios ambientales.”

En el mismo libro, Panayotou concluye: “La región puede y debe maximizar el flujo de ingresos (o interés) a partir de sus recursos naturales (de capital), compatibles con el balance de estos recursos. Esto requiere que se cumplan cuatro condiciones: 1) que se reduzca al mínimo el desperdicio de recursos escasos, la a degradación del medio ambiente y la contaminación; 2) los usos extractivos y usos consuntivos de los recursos (por ejemplo, la venta de servicios ambientales) sustituyen a los sectores extractivos (como la tala y la minería); 3) La producción económica (agricultura) sea lo suficientemente flexible para adaptarse constantemente para cambiar a condiciones de mercado mundial y el cambio según una ventaja competitiva; y 4) parte de los beneficios de la utilización de recursos sirvan para la protección, regeneración y mejora de los recursos naturales, para mantener la rentabilidad de la productividad.”

La única forma de alcanzar este modelo de desarrollo en el país es mediante la coordinación del sector privado y gubernamental con las comunidades. Los proyectos hidroeléctricos podrían suponer un modelo de desarrollo que armonice con los cuatro aspectos que menciona Panayotou. Las hidroeléctricas diseñadas adecuadamente pueden apoyar a: 1) mitigar los fenómenos climáticos como  las crecidas de los ríos y apoya a reducir la contaminación del cuerpo de agua; 2) es una actividad productiva que no se basa en un uso extractivo sino que genera capital a partir de servicios ambientales (caudal); 3) el embalse permite nuevos medios de producción como la pesca y permitiría hacer tomas de agua para el saneamiento de las comunidades o bien para sistemas de riego, lo cual supondría una mayor capacidad de producción e incursión en nuevos productos de mayor valor para la siembra apoyando así a los agricultores de la región; y 4) la hidroeléctrica fomentaría actividades de protección y regeneración de áreas boscosas, invirtiendo en la mejora de los recursos naturales.

Sin embargo, en Guatemala las hidroeléctricas han sido sinónimo de impunidad, degradación ambiental y conflicto social, ejemplo de ello es el proyecto Chixoy. Pero esta no debe de ser la realidad de los proyectos hidroeléctricos. Las hidroeléctricas se desarrollan en espacios comunales, un río no tiene propiedad privada, por ley son un espacio del Estado, en tanto los proyectos hidroeléctricos han de ser inversiones públicas. Estos proyectos deben contar con el espacio para invertir por parte de las comunidades, el sector privado, las municipalidades y el gobierno. Estas deben ser inversiones abiertas a distintos sectores, con el fin de que su administración y sus beneficios sean para todos los involucrados. La única forma que las comunidades puedan acceder al beneficio de estos proyectos es siendo ellas mismas participes de estas inversiones.

El futuro ambiental de Guatemala es preocupante, somos uno de los países más vulnerables al cambio climático, lo cual se hace evidente cada vez más.

Necesitamos reducir nuestra vulnerabilidad y aumentar nuestra resiliencia mediante la inversión en proyectos económicos que fomenten el crecimiento de nuestro capital natural y generen beneficios a distintos sectores de la población. Esto requiere de voluntad política, no para solucionar la problemática mediante regulaciones o legislaciones, ya que el Estado es ineficiente y no cuenta con la capacidad para hacer valer estas; sino más bien el Estado debe de ser un mediador entre el sector privado y las comunidades con el fin que se den interacciones de libre mercado entre estas dos partes.  De esta forma, Guatemala mudará su producción de un sistema mercantilista, hegemónico  y extractivo, hacia un sistema capitalista social. Donde todos los sectores de la sociedad tienen acceso a medios de producción, tierra, capital, salud, tecnología y recursos en general. Creciendo económicamente mediante la inversión en recursos naturales, generando bienes y servicios a partir de ecosistemas sanos.

El agua nos demuestra el delicado balance que existe no solo en los ecosistemas sino que también en nuestras sociedades. Nos llama a coordinarnos como sociedad hacia objetivos en común de desarrollo, este recurso es de todos, es un derecho humano y por ende es una responsabilidad de cada uno de nosotros. Debemos procurar su desarrollo como elemento de vida y como base de la productividad, armonizando como sociedad y demostrando nuestra responsabilidad con dicho recurso.

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