Laico

Carlos Andrés Reyes Silva / Corresponsal/

En los últimos días, la elección del Papa Francisco I ha levantado pasiones de los distintos sectores de opinión en cuanto a la religiosidad. Están quienes defienden y aceptan la elección de forma dogmática, por pertenecer a la Iglesia Católica; y también quienes se sienten incómodos ante la vigencia que aún posee esta religión en nuestra sociedad. Este tipo de noticias siempre son una oportunidad para hacer reflexiones sobre estos temas, que nunca terminan de resultar incómodos.

Personalmente prefiero abogar por el laicismo estatal como la mejor forma de generar políticas inclusivas; además soy un ateo que guarda un profundo respeto por las religiones.

Es muy fácil decir que estas se tratan únicamente de los delirios de unos ignorantes, pero esto es obviar por completo las distintas y fascinantes dimensiones de la fe y su estudio, que es un proceso de descubrimiento invaluable.

Creo que a quienes apuestan por la secularización de la sociedad les hace falta una urgente revisión de sus estrategias. Tal vez no sean sectores específicos a los que se les pueda exigir una coordinación efectiva, pero sí son personas que podrían moderar sus métodos con el propósito de acercarse más a sus objetivos. Primero es necesario entender que el laicismo no implica una sustitución total de la religión por la no religión dentro de una sociedad. En realidad busca moderar la injerencia de las instituciones religiosas sobre las instituciones estatales con el fin de procurar la pluralidad y fortalecer la representatividad. Es un fenómeno político y se debe entender como tal.

Segundo, también convendría a los seculares analizar las causas por las que la religión continúa siendo un elemento tan vigente en nuestra sociedad: se trata de la compensación de un problema social más profundo que encuentra sus razones también en lo económico, y se suele profundizar poco en esta parte. Guatemala posee un porcentaje importante de su población sumergido en la pobreza. En estos estratos sociales es muy fácil sumergirse en la incertidumbre existencial que implica el tener que vivir al día. Esta condición resultaría inmanejable para cualquiera, y es aquí donde la religión propone herramientas asimilables y efectivas para afrontarla. Además, este fenómeno no es exclusivo de los pobres. Sabemos que Guatemala nunca ha sido un lugar que genere certeza alguna sobre el bienestar de nadie con respecto al futuro. Todos de alguna forma estamos a la deriva en un país que no posee cobertura en los servicios más básicos. Es tan fácil caer enfermo y tan difícil cubrir los gastos, que una enfermedad puede empobrecer a una familia de la noche a la mañana.

Entonces, ante esta incertidumbre, la religión se posiciona como una alternativa poderosa.

Las otras son poco apetecibles, implican una orfandad ante la realidad amenazante y una constante nostalgia por lo trascendente. Vista así, la fe parece menos un delirio de fanáticos y se puede entender como una herramienta de sobrevivencia que podría considerarse casi necesaria en condiciones tan deplorables.

Sin embargo, la injerencia que posee la Iglesia Católica puede llegar a resultar excesiva. La intromisión del clero en asuntos de Estado ha entorpecido muchas políticas urgentes en cuanto a la planificación familiar, por ejemplo. Este debe ser el campo de acción para los que apuestan por la secularización; y debe limitarse en la medida de lo posible a lo político. La vida espiritual de una persona, sus ideas y actitudes, deben ser analizadas en función de su condición social, y nunca atacadas. Recordando siempre que una persona tiene derecho a manifestar su religión siempre y cuando no atente con el bienestar de los demás. En todo caso, si comprendemos la función que cubre la fe en la persona, podemos encontrar formas más efectivas de evitar que un potencial fanatismo llegue a perjudicar a los demás sin necesidad de entrar en una confrontación innecesaria.

Se debe encamina el esfuerzo a convencer a las personas, no de que su religión es una farsa, sino de que es un proceso que debe limitarse a lo privado; y que solo en esta dinámica lograremos una integración en el que todos respetemos las maneras de asumir la espiritualidad de los demás.

Secularizar no es imponer el ateísmo como la única alternativa; por las condiciones sociales del país, esta hazaña es imposible. En realidad, es procurar que la religión se convierta en un proceso cada vez más íntimo, mientras que lo público se construya como un espacio en donde lo que se procure sea la tolerancia y el laicismo, con el propósito de generar inclusión. Esto lo puede entender cualquier persona que además de desear que su espiritualidad se tolere, aspira a vivir en un ambiente pacifico.

El debate está vigente, y todos debemos estar dispuestos a ser sujetos de críticas, religiosos y no religiosos. La experiencia me indica que tanto a unos como otros les es difícil aceptar una opinión contraria; entonces quienes aspiran a la secularización caen en una paradoja en donde su intransigencia contradice sus propósitos de tolerancia. Además, el laicismo no tiene porqué ser un esfuerzo exclusivo de los ateos; debe ser de cualquiera que busque un entorno donde se respete la diversidad y se busque la paz. También los practicantes deben ceder en ciertos aspectos, y comprender que solo valorando la diversidad se podrán crear espacios para sí mismos en donde puedan practicar su fe. Es un proceso recíproco.

 

Imagen: www.porunmexicolaico.blogspot.com

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