Ana Raquel Aquino/ Opinión/
La afirmación del título es 100% tanto cierta como mentira. Como todo en la vida, es relativo.
Almorzando un día de asueto en una casa que visitaba por primera vez, el hermano pequeño de la casa (18 años) me preguntó: ¿por qué decidí estudiar Derecho? Yo suelo ser muy directa y sincera en mis respuestas o al menos trato de serlo, así que con la mayor naturalidad respondí lo que suelo responder, acompañado de pequeñas risas nerviosas por aquello del qué dirán, finalmente afirmé: …porque quería cambiar al mundo.
La conversación siguió y entre otras cosas, él me preguntó por qué utilicé el verbo en pasado: “quería” y yo me reí contestando banalidades, pero en ese momento mi mente era una batalla intermitente de ideas yuxtapuestas, ya que por primera vez me percaté de dos cosas que me preocuparon. La primera, que efectivamente estaba utilizando el verbo en pasado y pensé: yo estudio Derecho porque “quería” cambiar al mundo, como dándome por vencida sin haber siquiera cerrado el pensum de la licenciatura, derrota uno. Y la segunda, que mi respuesta era ya tan automática como contestadora de teléfono, esta era mi respuesta habitual a la justificación de la elección de mi carrera, era mi -salida fácil-, derrota dos.
Una vez escuché decir a un catedrático universitario que él prefería trabajar con estudiantes de los primeros años de Derecho porque le recordaban el por qué uno se inicia en esta carrera, que transmitían esas ganas de transformar la sociedad y lo que no nos gusta de ella. Los jóvenes tenemos ese idealismo “puro” que se confunde a ratos con la esperanza de ver una mejora en las condiciones de vida de muchas personas, incluida la propia. Y cuando no se ha experimentado aún con -el sistema- se tienen muchísimas ideas de lo que se podría hacer, mucha fuerza mental, mucho ímpetu de espíritu.
Pasa el tiempo y no sé si por descuido o realidad es que nos inducimos a pensar que hay ciertas cosas que “son como son” y que nadie ni nada las podrá cambiar.
Hoy escribo en una especie de confesión o introspección y voy a decir que no estoy de acuerdo con que me “coma el sistema”, no estoy de acuerdo con dejar a un lado mis ideas para complacer a lo establecido, no estoy de acuerdo en dejar mi espíritu idealista porque la realidad es conformista ni mucho menos abandonar mi ímpetu de hacer las cosas distintas, de transformar lo que me disgusta y lo que pienso se puede hacer mejor.
Hay una oportunidad para cada uno en determinado momento para darle ese giro con autógrafo incluido. Llega el día y hora exacta en el que se nos presenta una circunstancia y debemos de tomar una decisión, es allí donde actuar no debería ser elección, sino imperativo. Al final, no hay en el universo cuestión más complicada que actuar según se piensa, según se siente; pero no hay mayor recompensa que la satisfacción de la certeza de actuar coherentemente.
Nuestra sociedad grita en silencio y no es secreto ni “chisme a voces”, es una realidad tangible, visible. Y como no vale la protesta sin propuesta, aquí les va la mía (espero obtener más y mejores):
1. Considerarnos víctimas de cualquier asunto, persona o circunstancia que lesione, vulnere, destruya la democracia en la que supuestamente vivimos. Adoptar la empatía como uno de los engranajes base de la movilización de las políticas públicas porque si somos capaces de entender el sufrimiento ajeno logramos vacunarnos contra la mayor enfermedad que tiene esta sociedad: la apatía. No dejemos que el desinterés al dolor ajeno nos absorba, velemos porque el de a la par este igual o mejor que yo.
2. Informarnos, saber de lo que hablamos para poder aportar algo a la conversación, al debate. Transmitir información de calidad (y no solo cantidad) y así -contagiar- a más personas del afán que el conocimiento es poder y el poder siempre conlleva responsabilidad. El efecto de reacción en cadena funcionará solo si la curiosidad inicial se logra unificar con el conocimiento a fondo, estudiado.
3. Cuestionar sobre lo que se oye, lee, aprende. Resulta que la moneda siempre tiene dos caras y como no todo es moneda, tienen más. Si queremos realmente -saber- necesitamos dudar, indagar, objetar, investigar. Entender que nuestras conductas (y esto incluye al pensamiento) son aprendidas y que por ende, podemos modificarlas en aras de la perfectibilidad. Hasta que desestabilizamos lo que creemos saber es cuando realmente aprendemos. La curiosidad trae consigo, aparte de lo increíble que ya es en sí misma, a la creatividad. Ser creativos en una sociedad en donde la lógica es el peor de los sentidos, nos puede llevar a un desarrollo inimaginable. Una frase que puede ayudar en este aspecto es: “Una vez la mente se expande hacia nuevas ideas, nunca permanecerá con sus mismas dimensiones”.
4. Provocar la mutación del sistema, y digo “provocar” pues el sistema no va a cambiar por su propia conveniencia. Como todo, el sistema también es transformable pero no es hasta que la teoría se convierte en práctica y decidimos, nosotros como promotores del cambio, hacer las cosas distintas. Tolstoi decía que todos quieren cambiar el mundo pero nadie se quiere cambiar a sí mismo.
Empecemos por defender lo que creemos, nuestros ideales y utopías, por querer hacer la diferencia en el micro para después aportar al macro.
Pongamos un alto a la mediocridad y a la poca productividad en las tareas cotidianas, no hay que dar sino lo mejor de cada uno. Intentemos ser visionarios para realizar acciones que nos den frutos en el largo plazo. Seamos conscientes de que esta lucha por el cambio vale la pena más si logramos comprender la poca estadía que tenemos cada uno de nosotros en este planeta (alrededor de 25,000 días si llegamos a los 70 años), que no para de moverse ni un segundo, ni aunque quisiéramos o aunque lo negáramos por años, de dar vueltas alrededor del sol.
La buena noticia es que cuando nada es certero, todo es posible. La utopía así como la perfección es como una asíntota[1]a la cual no tocaremos nunca y sé que tal vez una columna de opinión no va a cambiar al mundo pero puede ser que alguna de las personas que la lea… sí.