Por Julián Andrés Gutierrez Galo
Lo amo. Lo amo muchísimo y sé que él me ama igual. Nuestra vida siempre fue perfecta desde que tengo memoria; somos perfectos juntos. Siempre me da lo que necesito, sin dudar.
Lo único que me ha pedido es no acercarme al cuarto cerrado en el sótano. “Es donde guardo mi colección, algo solo para mí”, fueron sus palabras exactas. Nunca lo cuestioné, todos merecen tiempo para sí mismos.
Hoy me encuentro frente a esa puerta negra en el sótano. No puedo recordar a qué bajé en primer lugar. Lo único en lo que puedo pensar es en ese espacio entreabierto en la puerta. Nunca la había visto abierta, nunca me había acercado a ella. Ahora siento que me llama.
La curiosidad me quema más y más con cada paso que doy. Acerco mi mano y abro la puerta de un jalón.
Frente a mis ojos solo estoy yo o, más bien, algo que solía ser yo. No podía quitar los ojos de encima: tres cruces pequeñas, rodeadas de velas, y sobre ellas estoy yo, mi propio cuerpo. Tres pares de mis ojos viéndome fijamente.
“Tu curiosidad solía durar más que unos días” fue lo último que escuché detrás de mí.
