Alejandra García/

Darse cuenta de que muchas ideas y comportamientos que nos han enseñado son erróneos o superficiales es un proceso largo.

No me hace falta ser experta para darme cuenta de que la educación primaria y media enseña un patriotismo muy superficial, una lista de contenidos referentes a nuestra cultura y no las herramientas para crear y solucionar problemas.

Estuve en dos colegios privados, y al igual que a mí, a muchos nos enseñaron que debemos sentirnos orgullosos de nuestros símbolos patrios, tradiciones, trajes típicos y de nuestra gente.  Aprobamos la clase de Estudios Sociales al aprendernos -más o menos- todos esos símbolos, su historia y lo que representan, así como bailando algún son en los actos cívicos. En algunos centros hay  bandas que desfilan en septiembre, junto con las antorchas, por las calles del país. Todos felices y contentos. ¡Qué excelentes alumnos somos! Y nuestras familias van a estos eventos, ven que aprobamos la clase y se enorgullecen de nosotros, para años más tarde decirnos “andáte a otro país, esto no va a cambiar”.

Para los educadores, tanto en escuelas públicas como colegios privados, estas actividades son suficientes para crear en los estudiantes, un amor a la patria.

Y estoy de acuerdo con que conozcamos nuestra cultura y apreciemos lo que tenemos, pero el patriotismo termina siendo una forma limitada de ver y actuar. Como seres humanos, no podemos limitarnos a conocer una sola cultura, y mucho menos, considerar que la nuestra es mejor que otras, como lo haría alguien nacionalista.

¿Que me gustaría proponer ante mi descontento?

Primero, que, sin importar la edad o nuestro nivel académico, nos demos cuenta del mito del patriotismo impartido en la educación. Las típicas acciones patrióticas que hacemos no son suficientes. Está bien saber el himno, está bien tener la iniciativa de poner la popular banderita en nuestro carro. Pero lo más urgente para Guatemala es que podamos crear espacios donde tengamos voz.

Propongo retarnos a nosotros mismos, porque sí, iniciar un debate aquí es sumamente difícil, aborrecemos el debate porque tenemos la idea errónea de que no debemos dialogar para no estar en desacuerdo, no debemos “crear división” entre nosotros. Cuando en realidad, la confrontación de ideas y propuestas es la que permite que dos o más personas, de dos o más bandos, se den cuenta de sus errores, y gracias a esto, se piense diferente, de una manera más razonable.

Y estos diálogos pueden iniciarse en cualquier lugar, no necesitamos formar parte de un colectivo. Podemos iniciarlo con una charla entre amigos, conocidos o familia.

Si no hay espacios, podemos crear los nuestros.

Es un reto dejar la comodidad de la apatía y enfrentarse a terceras personas, porque siempre, no lo duden, siempre habrá discrepancias entre un grupo de personas. Pero es más fácil debatir sobre todo cuando estamos informados. Nunca rechacemos la información, por favor, intentemos estar informados siempre, sobre diversos temas, la tecnología es una gran ayuda cuando se trata de investigar y educarnos.

¿Cómo sabemos si un debate valió la pena? Cuando al final de este, los participantes aprendieron algo. No se trata de discutir. No hay ganadores ni perdedores aquí. Todos pueden beneficiarse en los enfrentamientos, si tenemos como objetivo mejorar algo en nuestras vida.

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