Brújula/
La Universidad Rafael Landívar cuenta con 11 Institutos de Investigación. En esta ocasión, algunos investigadores comparten con Brújula historias de vida que los han marcado para seguir adelante con su trabajo día a día.
En el año 2003, en el municipio de San Pedro La Laguna, departamento de Sololá, la población gestionó un proyecto con ayuda de la cooperación internacional para ampliar y mejorar la red de distribución de agua. Un requisito no negociable de la cooperación era la instalación de contadores en los 3,347 hogares beneficiados por el proyecto. La población estuvo de acuerdo en instalar medidores para tener acceso a la donación pero, cuando el sistema comenzó a operar, se negó rotundamente, bajo amenaza de acciones violentas contra el alcalde y el concejo municipal, a que la autoridad municipal inspeccionara cada aparato.
Esto obligó a las autoridades a fijar una tarifa mensual de Q10.00 por usuario. Aún con esa tarifa, la empresa municipal de agua de esa localidad reporta una tasa permanente de mora de entre 20% y 30%. En el año 2006, los ingresos por dicho pago fueron de alrededor de Q23,500.00 al mes, en contraste con aproximadamente Q49,800.00 que la municipalidad gastó mensualmente para garantizar la continuidad del servicio (70% costo de la electricidad que consume el proceso de bombeo de agua, 21% de gastos en reparaciones y 9% por pago a los fontaneros municipales). El razonamiento de la población para no pagar es que “el agua es de Dios y no del alcalde”.
1. Dentro de los diferentes trabajos de campo que el IDIES me ha asignado el que me ha marcado como investigador ha sido una visita que realizamos a las diferentes aldeas de San Pedro Necta, Huehuetenango. En especial una aldea que se localiza en el fondo de un barranco; las montañas son tan empinadas que las casas apenas se mantienen en el lugar donde fueron construidas, sin dejar de mencionar que las casas en su mayoría están construidas con lámina, madera y plástico todo en la misma estructura.
La presencia del Estado se reduce al COCODE y los profesores de la escuela primaria, en pocas palabras es un lugar olvidado por el Estado y el mercado, ni siquiera una carretera decente existe.
Un vez realizadas las entrevistas que teníamos que hacer y después de haber arribado a la carretera principal que nos llevaba de vuelta a Huehuetenango, uno de los entrevistadores que me auxilió me realizo el siguiente comentario: “Bienvenido a donde Dios aún se recuerda,” haciendo alusión al completo abandono que acabamos dejar atrás.
2. La única oportunidad que he tenido de visitar el interior del país por trabajo de campo, fue hace un par de años en Chiquimula en el municipio de Jocotán para realizar unas encuestas de uno de los proyectos del instituto. Y aunque no fue muy placentera por la inexistente organización y planificación previa del viaje, me enseñó y pude ver la realidad guatemalteca desde otra perspectiva.
El contacto con las personas de estas comunidades me permitió conocer a través de algunas preguntas de un cuestionario cómo viven y las dificultades por las que atraviesan todos los días, experiencias y necesidades más básicas que uno ya da por sentado.
3. Luego de caminar por aproximadamente 3 horas y media, el camino terminaba en la escuela, una pequeña construcción hecha de tablones de madera que contaba con dos cuartos. Uno, el más grande, era el aula que atendía a los 6 grados de primaria con un solo maestro. El otro cuarto tenía la función de bodega y oficina de dirección.
La escuela estaba deshabitada, solo nos esperaba el COCODE. El guía me servía de interlocutor porque en Satolox, San Juan Chamelco, solo se habla q´eqchi´. Con un temblor en las piernas y bañado en sudor, llevé a cabo el trabajo. La investigación pretendía conocer si las comunidades más retiradas tenían acceso a los servicios básicos y la calidad de estos. Luego de tomar la muestra de agua, para luego hacer las pruebas, decidimos que era hora de volver con el guía. El automóvil que nos llevó hasta ahí se encontraba en la cima de la montaña. Me tomó 4 horas salir del valle en veredas que subían y bajaban pequeños cerros. Con las piernas colapsadas, con el ácido láctico penetrando mis muslos y pantorrillas y con la ayuda de un bastón. Logré salir a las 7pm hasta donde el carro y mis compañeros de expedición esperaban ya preocupados.
La distancia que a mí me tomó 7 horas en total recorrer, es el camino que todos los días realizan personas para poder llegar a sus trabajos, claro está que ellos la realizan en la mitad del tiempo. Y por cierto, el agua que a la que tiene acceso la comunidad, no es potable. El maestro llega solo 3 días a la semana y no existe una carretera para llegar.
Mujeres en once venado caminando hacia trece sabiduría.
“Son mujeres que aún vienen y representan el brillo de la estrella-luna en la que se convirtieron cuando fueron descubiertas por tejer el amor y el amar, así lo cuentan las tz’utujiles en el enamoramiento del sol y la luna. Son ellas las de origen de los nuevos nombres masculinos, las que viven en los nombres de los hombres santificados por sus mejores actos y luchas, ellas las que pertenecen a la madre tierra y quienes coordinan su eje imaginario. Son ellas las que dicen ser miembro o “miembra” que da vida a su organización. Son ellas las que dicen pertenecer a la Victoria 20, de la primera luna del calendario gregoriano después de una larga jornada de despojos, exilios, refugios, y retornos. Si, mujeres que coordinan hoy día el camino de sus haceres y saberes, ellas las que cuentan que son restos de escombros y que a punta de fusiles las violaban los soldados del gobierno, huellas que dejó la guerra que se libró entre los revolucionarios y el ejército defensor de las oligarquías guatemaltecas, son ellas las que aun así representan y se adjudican a la unión de un Cuarto Pueblo.
Son ellas las que aún conservan en sus nombres y apellidos las raíces de sus lagos, de sus siembras, ellas, las que vienen de la Nueva Esperanza y las que aun hablan y pronuncian su lengua materna Maya.
Son ellas las mujeres asociadas y aliadas entre sí, nos muestran sus logros, sus dificultades y sus deseos de seguir siendo en un mundo desigual entre hombres y mujeres, entre pueblos y naciones. Sí, son ellas las que tienen que asegurar que son legales en sus cargos y representación ante sus organizaciones para no ser acusadas ante la ley. Ellas son las que aún vienen de Monte
Gloria o talves lo que sugieren es que aun vivir en el monte es la gloria misma. Ellas las que aún crecen sus raíces junto al Momonlac, allá en la cintura de los altos Cuchumatanes, no cabe duda que sean ellas las constructoras de Pueblos Nuevos. Ellas son estas mujeres que le han apostado a la Nueva Libertad, donde la imagen de Fray Bartolomé de las Casas, un hombre que también luchó por los indígenas y que ahora camina en complementariedad con Mamá Maquín, constituyendo la memoria y nuestro imaginario social junto a Madre Tierra. Mujeres que en su caminar recogieron también el estandarte mesoamericano donde aparece la Tonantzin, llamada también virgen de Guadalupe que viene de allá del cerrito del Tepeyac en la gran Tenochtitlan hoy llamada ciudad de México.
Sí, somos esas mujeres que procedemos de la lucha de otras mujeres mártires para que otra vez haya Victoria en muchos veintes de muchos eneros.
S, somos esas mujeres que aún despertamos desde allá cerca del cielo, de allá de la frondosidad de los árboles en Ixcan. También somos mujeres que procedemos de los ejemplos de mujeres y hombres santificados como Conrado de la Cruz, como Santo Domingo, Willy Woods, santa Rita, que seguramente algo inolvidable tuvieron que hacer para ser memorados por su pueblo de mujeres.
Así como lo fue el Monseñor Romero, un hombre a quien los descorazonados le quitaron la vida y por eso ha sido luz y bandera por los pobres de el Salvador y Guatemala y que ahora sea un salvador asociado con la Madre Tierra. Como aquellos hombres y mujeres que vivieron en Canaán, nombre bíblico que se atravesó entre los palos en horqueta, Sayaxche, acá en el Petén de donde vienen las campesinas mestizas nadando en su Río lleno de Pasión”.
El martes 25 de abril, el Paraninfo Universitario del centro de la ciudad se fue poblando poco a poco hasta llenar el salón principal del recinto. La ocasión lo ameritaba: se presentaba el libro “Porque queríamos salir de tanta pobreza. La memorable historia de Santa Lucía Cotzumalguapa contada por sus protagonistas”.
Son miles de laberintos que recorren el entramado de las fincas azucareras de la Costa Sur: la historia de estos hombres y mujeres se entremezcla con la historia de la implantación y expansión del cultivo de la caña de azúcar en el territorio. Hablan de trabajo, hablan de familia, hablan de vida comunal, hablan de luchas y hablan de sufrimiento y muerte. ¿Es redundante seguir hablando del conflicto armado interno en Guatemala? No, no lo es; como tampoco lo es entender la historia de la organización social de Guatemala. No lo es, porque hay una tarea pendiente de justicia con los sobrevivientes. No lo es, porque aún desconocemos muchas facetas de esta historia no escrita e invisibilizada. Santa Lucía Cotzumalguapa es un ejemplo de este vacío: poco o casi nada se sabe de cómo el conflicto armado afectó a cientos de personas en la zona. Poco o casi nada se sabe de la mecha que prendió el fuego de la organización social, que emana precisamente de las reivindicaciones de los trabajadores de la Costa Sur. Poco se sabe –desde la mirada de las poblaciones de la Costa- sobre la relación entre cómo se organizan los monocultivos (particularmente de la caña de azúcar) y las circunstancias en las que se consolida un sujeto político que, por primera vez en el siglo XX, pone en duda a todo un sistema económico-social erigido sobre la explotación finquera.
El libro recoge una serie de relatos testimoniales sobre los acontecimientos que convulsionaron a Santa Lucía Cotzumalguapa en los años setenta y ochenta del siglo pasado. Las historias de vida dan algunas luces para entender cómo se gesta el Comité de Unidad Campesina (CUC). Son historias que explican cómo se organizaron “porque querían salir de tanta pobreza” y que dan cuenta de la tremenda represión que se desata después de la huelga de 1980 que paralizó la mayor parte de la Costa Sur, logrando un aumento en el salario mínimo a Q.320. No es, sin embargo, un libro de Historia: es un esfuerzo colectivo de los sobrevivientes por salir del silencio –recuperando una parte fundamental de su historia. Los relatos son documentos inéditos, que están acompañados por un excelente material gráfico del fotógrafo holandés Piet den Blanken que muestra los rostros y las condiciones de vida de los protagonistas de ayer y de hoy.
Como antropóloga, fui a la presentación del libro tratando de identificar pistas para la investigación que me tiene entusiasmada estos últimos días. Nunca imaginé que el hormiguero que estaba pisando tenía tantas pistas subterráneas. Aunque, como dice una de las sobrevivientes, “en realidad es muy simple: ellos querían que tuviéramos derecho a una vida digna”. Me impresionó el aplomo de las tres mujeres que presentaron el libro haciendo una reseña de su vida. Jóvenes todas, niñas aún cuando tuvieron que atravesar el túnel oscuro de los años ochenta: travesía que ha marcado sus vidas –no podría yo decir hasta qué punto. Las escucho y no dejo de pensar que son mujeres de mi generación, niñas que bien podrían haber vivido en otro universo mientras yo jugaba en el jardín de mi casa en la ciudad de Guatemala, pensando en la tarea escolar para el día siguiente. Mujeres que, con llanto contenido, explican que “hay un dolor que sigue en el corazón, pero que ahora se puede contar”.
La sala se llena también de varios rostros conocidos del medio eclesial: voy identificando a las personas una a una. Hace algunos años entrevisté a gran parte de ellas, pero me percato hasta ahora de una expresión común en sus semblantes: un gesto de alivio. La mayoría de las cabezas son canosas ya, y los ojos –al menos ayer- eran ojos enrojecidos por la tristeza de los recuerdos que se agolpaban uno tras otro. Pero había algo en ese gesto de alivio que decía algo así como “ahí estuve yo, ahí junto a todas estas personas que luchaban por sobrevivir, ahí desafiándome a mí misma, a mí mismo, ahí sin más arma que mi fe, pero AHÍ…”
Y de golpe se me ocurre comparar la mirada de uno de ellos con Marcela, la última en intervenir diciendo que está muy orgullosa de pertenecer a la familia Bautista que tanto luchó en Santa Lucía Cotzumalguapa. Y lo que vi, me espantó el sueño las primeras horas de la noche. Primero pensé que después de lo vivido y, sobre todo, al seguir experimentando situaciones precarias de vida, lo lógico –como ya me ha pasado encontrar en otras miradas- sería una expresión de resignación. Pero no, no era una mirada resignada; era otra cosa muy diferente. Era algo que tenía que ver con esa frase que repitieron siete veces a lo largo de la presentación: “la caña de azúcar es dulce y amarga como nuestra historia”. Y entonces, pensando en ello en la noche, entendí por fin que el hecho de recuperar su historia, no solamente dignifica la memoria de sus familias, de ellos mismos y de todo lo que vivieron, sino que les da una razón más para reafirmar sus principios y su lucha. “Era esperanza” me susurró alguien o algo al oído… y me dormí#.
Guatemala dentro de su diversidad cobija realidades complejas llenas de matices y características que hacen de cada espacio un lugar singular. En el 2008 algunos investigadores del INDIS fuimos a visitar el asentamiento La Paz en Villa Nueva, una comunidad al sur asentada a pocos kilómetros de la ciudad de Guatemala y que reúne muchas características que en conjunto caracterizan el territorio como un sistema complejo de precariedades: alto riesgo a deslaves, viviendas precarias, pobreza y carencia de servicios básicos. El problema más grande era la falta del servicio de agua potable, pero en su población había muchas ilusiones, solidaridad entre vecinos y una buena organización comunitaria. Su líder, Don Hipólito de León con mucha voluntad y esfuerzo llevaba a cabo la labor de mejorar las condiciones de vida de su comunidad. La actitud de Don Hipólito fue inspiradora para nosotros como investigadores ya que pudimos ver que desde la investigación y proyección académica podíamos aportar nuestro granito de arena, y así fue, después de dos años de investigación participativa logramos entregar un documento a Don Hipólito que serviría de herramienta de gestión para solventar algunos problemas comunitarios, empezando por el servicio de agua, que ya es una realidad en el Asentamiento La Paz.
El juicio contra Ríos Montt trajo a la capital y a nuevas generaciones, discusiones que tal vez nunca antes se habían dado, y los Ixiles, para muchos, dejaron de ser una más de las 22 etnias de origen maya en Guatemala. Para nosotros, las y los Ixiles ya habían significado nuestras vidas desde hace un par de años atrás.
En 2011 un equipo de cuatro personas de INTRAPAZ, conformado por dos hombres que enfrentaron distintas caras de la guerra y dos mujeres que aún no habían nacido para los años más crudos, visitamos el área Ixil, en un viaje que nos marcó a todos/as, de maneras distintas, pero profundas.
Durante esos días estuvimos en Nebaj, Chajul, Cotzal, Santa Clara y Salquil Grande y tuvimos la oportunidad de reunirnos con Principales, Mayores, Alcaldes Auxiliares e Indígenas, Comités de Víctimas, de Mujeres, Comadronas, COCODES y CPRs. Con todos ellos –porque en su mayoría eran hombres- hablamos (con las dificultades de la traducción) sobre la Memoria Histórica, el olvido en todas sus dimensiones, la relación con la actualidad y lo injusto que ha sido vivir en este país.
Desde nuestra llegada, el contraste fue abismal entre la riqueza del paisaje y la naturaleza, la pobreza, el olvido y la marginalidad. La desconfianza entre las y los lugareños por la entrada –una vez más- de extraños, ladinos, curiosos de sus historias y relatos, no faltó.
Entre tantos relatos que pudimos escuchar, hubo uno asombroso por su sencillez y su complejidad, algo que jamás hubiera podido describir ningún académico. Para aquella señora, la Memoria Histórica es la memoria que se guarda a través del cuerpo: en la cabeza por las memorias y recuerdos que guarda el cerebro y en el corazón por los recuerdos que ahí viven y la carga de emociones, sensaciones y sentimientos que ello ha conllevado.
Para las y los Ixiles no es fácil aceptar el “ya dejemos de pensar en el pasado y avancemos al futuro”, la guerra es aún un tema sensible “que no sale de nuestras cabezas”, como nos dijo aquel muchacho. La Memoria Histórica está muy relacionada a la palabra sufrimiento, y no solo el de ellas y ellos, sino también el de sus animales y sus bosques.
Con la fuerza de víctimas sobrevivientes de aquel período de su historia que aún no han logrado comprender del todo, aseveran que el que se sepa lo que pasó durante la guerra, es un derecho que tienen como pueblo.
Al finalizar la visita, uno de nosotros/as recordó una de las motivaciones más grandes de la lucha en la guerra: acabar con aquellas condiciones indignantes y deplorables, la marginalidad, exclusión y desigualdad. Sin embargo, 30 años después las condiciones son exactamente las mismas…
¿De qué nos sirvió la guerra?