Cuando escuchamos sobre personas que realizaban voluntariado, sobre todo en Guatemala, es común sentir la necesidad de aportar y de ayudar. Por algún tiempo tuve la inquietud de servir a la comunidad, pero no sabía cómo, con quién abocarme o quién podría utilizar mi ayuda.

El primer acercamiento que tuve fue uno esporádico, visitando un hogar de ancianos con mi familia cuando yo tenía quizás 10 años. En esa ocasión pude confirmar una realidad guatemalteca: personas de la tercera edad, olvidados por el Estado y por la sociedad con muchas necesidades y pocos recursos.

 

Esa ocasión fue mi primer acercamiento y mi motivación de servir.

 

A pesar de que mi experiencia fue positiva, no me acerqué a ningún otro proyecto de voluntariado por falta de iniciativa. Fue hasta encontrarme en una etapa de mi vida muy difícil, que decidí participar en alguno de los proyectos de la Universidad Rafael Landívar. Me encontraba muy triste, confundida, frustrada y hasta enojada por muchos cambios que ocurrirían en mi vida. No sabía de qué manera podría canalizar mis emociones y convertirlas en un aporte.

El voluntariado, nuevamente con adultos mayores, me ha dado la posibilidad de sentir empatía cuando alguno de los ancianitos se llega a sentir enojado, olvidado o frustrado por no poder expresarse. Quiero ayudarlos a sentirse escuchados, comprendidos y acompañados.

 

Agradezco a los ancianitos la oportunidad que me dan cada sábado de acompañarlos y que me acompañen.

 

El voluntariado no solamente llena mi inquietud de servicio, aún más importante, me llena del amor y de la comprensión que yo buscaba en mi vida.

Compartir