En esta caja oxidada, húmeda y calurosa, se abren las puertas. El trabajador de la Muni solicita a los pasajeros: “córranse señores, por favor”, “dejen que las personas se vayan al fondo”, “no se amontonen en la entrada, señores, córranse.”

Son cinco paradas del trabajo a mi casa. En las últimas tres ya casi no sube gente,en la mía sube la mayoría. A veces se llena tanto, que muchas personas que llevan tiempo haciendo cola, prefieren esperar.

Aunque llevo usándolo pocos meses, aún no he logrado entender cómo funciona el sistema de la fila. Por lo que observé los primeros días, las personas que van llegando, después de depositar su ficha de quetzal en la ranura de metal que tiene pegado con  tape el letrerito a marcador que reza “gruesa” o “delgada”, se van colocando una detrás de otra en la muchedumbre. No hay fila, sino bastante gente atrás de la parada, tanta que el grupo se confunde con los que hacen el viaje en el otro transmetro,  hacia distinto lugar.  Así, la gente espera en la “no fila” después de depositar su ficha en la “no máquina”.

“Gruesa” o “Delgada”: este mecanismo más bien parece el de  una alcancía. No se deposita la  moneda para que gire alguna palanca que te deje pasar; se deposita la moneda en una caja vacía que  es vigilada por otro trabajador de la Muni. Su  única labor, creo, es la de: observar que efectivamente las personas depositen la ficha  (gruesa o delgada) en la ranura.  Gracioso nombre para un puesto de trabajo.

Me pierdo entre la muchedumbre y entro,  soy de las que no esperan.

Se abren las puertas, algunos pasajeros salen. Se cierran las puertas.  Se vuelven a abrir: “¡Entren, señorita, córranse, hagan más espacio!”, “Señor por favor no se quede en medio, al fondo hay lugar, hagan espacio.” El transmetro avanza un par de cuadras.

Se abren las puertas por tercera vez, se oye el grito agudo que en medio del bullicio nos silencia a todos. “¡No, señor! Usted piensa que yo porque soy mujer indígena, me voy a dejar.” La gente ya no necesita que el oficial les pida que se corran, empiezan a caminar rápidamente cabizbajas a los extremos del bus. Alargo un poco el cuello para ver la escena, todos los pasajeros hacemos lo mismo, una mamá regaña a su hijo: “Sht, patojo, dejá de asomar el pescuezo, sentáte mejor, da espacio.”

La mujer está indudablemente molesta.  Acalorada con el pelo recogido en cola, camiseta negra de botones, de treinta a cuarenta años de edad; le grita a un hombre unos diez años más grande que ella, que parece borracho y un poco avergonzado: “¡No, señor! Usted piensa que yo porque soy mujer indígena, me voy a dejar! Las puertas del transmetro se cierran.

Dos señoras ya adentro, comentan lo sucedido: “es que son unos abusivos”, “vaya que la mujer no se quedó callada”, “¿Cómo? Si ahora, ya no se quedan calladas”, “mirá la sinvergüenzada del tipo, intentarlo delante de todos”.

El grito me queda grabado en la mente. Una verdadera reivindicación de los derechos, agrupan en quince palabras toda una revolución.

Pienso que ya no somos más las débiles, que no vamos a quedarnos calladas/callados.  Que la señora, con su afirmación, individualiza y expone lo que pasa. Que es cierto, las estructuras de poder son una realidad, necesaria de debatir y cambiar. Que es necesario análisis y lucha. Que en Guatemala por ser blanco, sos mejor que el moreno. Por ser hombre, podés más que la mujer. Y que muchos, al entender lo que somos aceptamos la posición y entendemos “la del otro” y nos tratamos bien o mal, dependiendo de donde estemos.

Que esto no es una verdad de hace veinte años, no es resentimiento, es la  realidad de hoy. Lo que le pasa todos los días a la señora que está en la esquina, vendiendo aguacates,  que todos llaman “La María” sin haber preguntado su nombre.

Que es urgente la conciencia para además de víctimas reconocernos victimarios. Afirmarlo, entenderlo y aceptarlo: sí soy machista / sí soy racista y luego dar el paso: quiero desaprender.

Que más que nunca, son valiosas las agallas para no desistir en la lucha de la anhelada igualdad.

El transmetro abre en mi parada.

Bajo del autobús.

Un carro se detiene a chiflarme.

 

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