José Pablo del Águila / Opinión /
Llegó el 25 de abril de 2015 y sucedió lo inimaginable. Una concentración masiva, compuesta principalmente por ciudadanos de clase media indignados por la corrupción desmesurada del Partido Patriota, aconteció en la Plaza Central. La convocatoria se hizo vía redes sociales, lo que le daba un toque genuino al movimiento. En torno a este hecho giraban muchos intereses de diversos actores. Ello motivó que cada quien, partiendo de sus necesidades y deseos, analizara desde un punto de vista particular lo que estaba sucediendo. Los conservadores anunciaban que Guatemala ya no era la misma. Otros opinaban que todo era manipulado, que no era una marcha genuina, que los manifestantes habían sido utilizados como títeres al servicio del imperio, en fin, muchas explicaciones.
Darle la razón a una u otra postura, por aquellas fechas, hubiese sido apresurado. Se vivía una convulsión política y miles de factores, desconocidos en el momento, podrían haber intervenido. Ahora, un año de transcurrida la primera manifestación y con un gobierno nuevo, es importante cuestionarse: ¿realmente los ciudadanos están más despiertos después de la primera manifestación? ¿Existe una mayor capacidad fiscalizadora? ¿Hay más organización política en la ciudadanía? Todas estas son preguntas que hay que hacerse, pero, sin lugar a dudas, hay una que es imprescindible: ¿están preparados los guatemaltecos para trabajar en su propia agenda, y no ser utilizados como títeres por parte de actores poderosos, ya sea internos o externos?
Son preguntas difíciles de responder y no me propuse hacerlo en este espacio, porque además no creo que sea posible aún.
No obstante, lo que sí es viable e importante es reconocer algunos hechos que fungen como indicadores del porvenir, y también como posibles predicciones a las respuestas de esas preguntas en un futuro no muy lejano.
Uno de esos indicadores es la reciente marcha por el agua que llegó a la ciudad capital. Fue, fundamentalmente, un movimiento campesino, un dato que es curioso. Aunque, seguramente, es así porque son los campesinos los que sufren de manera más directa las consecuencias del poco cuidado que como Estado le hemos dado a los recursos naturales. Actualmente hay una visión elitista que desnaturaliza y ve al agua, no como un bien de uso y consumo público, sino como un instrumento generador de capital. Ello ha traído devastadores consecuencias. Si no recordemos nada más el ecocidio del Río La Pasión, por mencionar uno de los muchos casos donde se ha provocado daños irreversibles.
Sin embargo, aunque son los campesinos los más perjudicados, esto no quiere decir que las personas que viven en los cascos urbanos no se vean afectados. En algunas zonas de la ciudad el agua ya no llega. Algunos condominios han optado por construir su pozo de agua y, en casos más extremos, algunos capitalinos se han quejado de la calidad del agua, ya que esta llega contaminada y no apta para el consumo.
Explico todo esto porque la marcha por el agua fue un movimiento donde predominó el campesinado y, en realidad, debió ser mucho más diverso. Hizo falta más estudiantes universitarios, más familias de clase media, más empresarios, más personas de otras latitudes. Pero no fue así. Y es por esto que temas como la marcha del agua sirven de indicadores. Pues dependiendo de las actitudes que los indignados del 25 de abril del 2015 asuman frente a estos problemas, podremos responder si las marchas realmente provocaron cambios de conciencia y visibilizaron problemas que, durante muchos años, se han tratado de ocultar.