Hace unos días tuve la oportunidad de leer la encíclica del papa Juan Pablo II titulada Carta a los artistas, en donde mediante un viaje investido de una profunda reflexión filosófica y un rico análisis teológico, el sumo pontífice establece una serie de principios que atañen al deber ser de los artistas dentro de un contexto social, para la construcción de un mejor mundo y por supuesto, para el perfeccionamiento del imperio del interior del ser humano.

Así que esta columna simplemente constituye una breve reflexión, producto de una empedernida lectura que tiene por objeto azuzar al artista a ser un artífice de obras que reflejan el andamiaje de emociones que el ser humano lleva dentro.

Primero, cabe señalar que Juan Pablo II hace la distinción entre artífices y creadores, afirmando que el único creador que existe en el mundo es Dios, y su obra maestra se materializa en la creación del universo y del todo que lo conforma. ¿Por qué Dios es el único Creador? La respuesta descansa en el principio de que el creador “saca alguna cosa de la nada” y dicha atribución corresponde solamente al Omnipotente, como lo afirma el autor. En cambio, el artífice utiliza algo ya existente y eso es exactamente lo que hacemos los artistas cuando perfeccionamos nuestras obras.

Los seres humanos somos por naturaleza artífices, es decir el Creador nos ha delegado la tarea de utilizar lo que él ha formado para expresar nuestras emociones y sentimientos siendo  nuestra obra más representativa nuestra propia vida. Partiendo de eso, el siguiente punto que surge como una reflexión es que debemos concebir a nuestra vida, compuesta por nuestras virtudes, nuestra historia, nuestros deseos, nuestros sueños y todo lo que conforma nuestra esencia, como una obra que nosotros mismos moldeamos día a día; le damos forma y la decoramos con colores y detalles que enriquecen el diario vivir. Esto viene a romper con el estigma que artista es aquella persona que se dedica a la pintura, a la música, al teatro o a cualquier otra disciplina que encaja dentro del concepto de arte.

¿Por qué limitarnos a una acepción de arte cuando la vida misma es un arte? El simple hecho de vivir cada día nos convierte en artistas.

Es por ello que me gusta señalar que el artista puede ser visto desde dos aristas: la primera en sentido estricto, que se conforma por las personas dedicadas a la música,  a la pintura, etc., y la segunda, que es sentido amplio, que la constituyen todos los seres humanos que, como ya se explicó, son artistas por la simple investidura de vivir.

En cuanto a los artistas y el bien común, Juan Pablo II, nos indica que el ser humano debe guardar cierta espiritualidad y una ética cuando transmite a su comunidad su obra, ya que el mensaje que se encuentra intrínseco en toda composición artística puede fungir como un bálsamo de esperanza para quienes son espectadores de la misma. El arte no solo construye el patrimonio y el acervo cultural de una Nación, también constituye la panacea para el hombre cuyas aflicciones y penurias ofuscan paulatinamente al alma, privando al ser humano de disfrutar la simpleza de vivir y amar a otros.

Es decir, el arte y el artista, son polifacéticos, crean lazos de fraternidad entre personas, liberan al alma, y sobre todo, reflejan la divinidad del interior humano.

Cuando se es artífice, se transmite amor, libertad, fraternidad, esperanza y mucha riqueza espiritual. Es por ello que la ética es otra disciplina que abraza al artista y de esta forma, es como él construye el bien común. Ese es el reto del artista, ya sea en sentido amplio o estricto, que entienda y abrace los principios éticos y morales que perfeccionan al hombre y asimismo, que entienda su función social.

Lo que acabo de presentar es solo una pequeña y delimitada interpretación de un amplio texto que contiene varios aspectos sobre el arte, el artista, su historia y su compromiso tanto espiritual como social. Los invito a leer la encíclica de uno de los personajes más queridos de la Historia. Independiente de la religión que profese, dicho texto le dará una perspectiva diferente sobre cómo usted como artista, puede empezar a dibujar su propio camino de una manera diferente. Y si usted no es creyente, de igual manera, léala. Es una joya literaria, histórica y filosófica que estoy seguro, va a enriquecer su acervo humanístico.

Sea un artista, ame la vida, ame a los demás y que sus acciones –su obra- sean un reflejo de lo que usted guarda en su afable y dócil corazón.

Imagen: Unsplash

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