Estamos ante la inédita oportunidad de conocer la manera exacta en que opera la alianza entre el capital y el Estado. Los movimientos tectónicos en las cortes abren la oportunidad de regenerar la dinámica política del país y romper el control de quienes ejercen el poder económico sobre las instituciones públicas.
Sin embargo, nada está ganado, y sí nos falta astucia. Este “punto de inflexión” podría devenir en una mera rotación de personas – de las élites en el poder–, y no en un proceso de reinvención que permita deshacernos de aquello que ha surgido desde la cultura de la exclusión y el miedo.
De ahí, la urgencia por liberar nuestras fuerzas creativas, organizarnos a partir de los propósitos compartidos y entretejer una red amplia de gente convencida y comprometida en la necesidad de una transformación económica, política y cultural.
Para ello, es necesario asumir el ejercicio de la política honesta.
Es buen momento para impulsar procesos de reforma judicial para romper redes de impunidad y electoral, así como abrir espacios de participación política. Es tiempo de crear canales de diálogo con actores relevantes de diversos sectores, para cuestionar a la autoridad corrupta, para hermanarnos y escuchar a quienes llevan las cargas más aplastantes. Atender el plano de lo coyuntural inmediato sin dejar de cultivar los procesos y alianzas de onda larga.
Hay mucho por hacer y aún falta mucha oscuridad por atravesar. Debemos asumir las décadas que vienen, con el compromiso de sentar las bases de una normalidad distinta y evitar a toda costa que nuestro horizonte de acción se cierre y circunscriba únicamente a las opciones viables actuales. Lo posible, hoy en día, es una barrera que han trazado para nosotros los “cooptadores del estado”.
Es fértil el momento para estrecharnos con quienes anhelamos una regeneración profunda. No somos pocos quienes sabemos que desde hace mucho tiempo, la soberana impunidad se organizó para gobernar y no ha cedido nunca los espacios para que el Estado responda a las mayorías del país.
Por ello, la esperanza está en todos los que soñamos un país sin garitas ni muros que nos dividan. Con un país que respeta sus bosques y donde los ríos llegan al mar. El país donde nadie muere de hambre.
Entonces celebremos y respetemos eso que sucede cuando la gente se reúne a pensar el futuro de su propia comunidad. De la suma de estos encuentros, será el tejido social capaz de sostener la democracia sana y diversa que podemos ser.