Alexander López/ Opinión/
El sistema político de Guatemala, como el de muchos otros sistemas a nivel mundial, hace uso de ciertas medidas o acciones estratégicas –muchas veces tiranas- para castigar, censurar, amenazar y presionar de diferentes formas a todos aquellos que se oponen a los ideales partidarios de su gobierno y/o estatus social, a través de la libre expresión del pensamiento.
Se ha colocado al poder por sobre los valores, se ha llegado a contaminar tanto aquel que pensó no ceder ante la corrupción y allí está recibiendo “ciertos beneficios” por callarse y tomar partido del juego escrupuloso del propio sistema. El juego del poder es complejo, puedo estar diciendo “no comparto la visión de este gobierno”, pero luego estoy aceptando sobornos y propuestas que contradicen mis valores –que nunca existieron-, que afectan a terceros y que son vistos como pequeñas acciones que no se comparan con los grandes actos de deshumanización, corrupción, afectación ambiental o daño a la identidad de un pueblo indígena, entre otros.
A mayor educación, mayor desarrollo; a menor educación, mayor impunidad y corrupción.
A las estructuras de dominio les interesa no tener gente educada, sino gente emancipada que no diga y actúe en contra de las acciones que ellos ejecutan, porque de lo contrario llegarían a estar desestabilizando su sistema de beneficio propio, económico y social. Sin embargo este sistema no es solo representativo de una macroestructura, sino también de diferentes microestructuras, germinándose ya desde la misma enseñanza per se. Los encargados de reproducir la educación, en su mayoría te dicen: “sueñe con el éxito y alcáncelo”, lo que no te dicen es que lo debes alcanzar únicamente por el medio que ellos proponen, porque si tú lo buscas de otra forma o sugieres mejoras, es motivo para que seas castigado y marginado –dentro del núcleo familiar-; obtengas baja calificación o en última instancia pierdas el curso –dentro del sistema académico-; seas rechazado y censurado –en el contexto social-; a manera de presión y consecuencia por no haberte emancipado al sistema que te presentan.
Es como si nuestro derecho a la libre expresión dictaminado en el artículo No. 35 de la Constitución, estuviera propuesto en el libro de chistes que venden en los autobuses urbanos.
Solo son pocos aquellos que desde sus lugares de trabajo, sus escritorios en el salón de clases, su lugar de descanso y desde su computador intentan hacer un cambio. También se encuentran aquellos que participan en marchas pacíficas, en entidades u organizaciones para el desarrollo humano, y las personas que aún con amenazas de muerte, optan por continuar en la lucha hacia el bien común, arriesgando su propio pellejo y el de su familia. Es de reconocer el protagonismo de muchas personas en el ámbito político, periodístico y medio social, que más que hacer propaganda de sí mismos, hacen propaganda de la transformación del sistema, haciendo reconocer las heridas que Guatemala tiene para poder abrir un campo de reconstrucción en conjunto con todas las partes sociales que la conforman.
¿Estaré haciendo algo por mi país aunque solamente converse de los problemas nacionales con mis amigos o familia? La respuesta es sí, será un inicio para el futuro de la inconformidad. Solamente aquel que se queda de brazos cruzados y obvia las circunstancias precarias en las que se desenvuelve, seguirá condenando su supervivencia y trascendencia personal.
Unos nos dejamos vencer, otros seguimos en la lucha hasta que la situación cambie.¿Quién nos asegurará que produzcamos un cambio? Nadie, pero con uno que se levante, haga ver las desdichas y las precariedades de una institución, un sistema o una nación, seguirá viva la llama del juicio racional ante los circos políticos e institucionales que piensan tener todo bajo control mediante la opresión y la censura.