Marcela López G./ Colaboración/
Antes que alguien o incluso, mi mamá me diga que por qué me quejo de todo, quiero aclarar que en efecto me quejo porque creo que manifestando mis descontentos, hago saber que no todo está tan bien como parece y que hay soluciones. No, no odio al mundo ni a todo aquel que lo habita o gobierna. Aunque en ocasiones eso tendría mucha lógica.
Mucho se ha dicho sobre el manejo del tránsito y servicios colectivos en la ciudad, sobre los pasos a desnivel, la poca o nula fiscalización de estos proyectos y sus impactos ambientales. Resido en un sector exclusivo de la ciudad, a un par de kilómetros tengo el reino de Snow, con cine, canopy, comensales, surf y blah blah blah, además de mi casa de estudios.
Trabajo por rebelde, porque se me dio la gana salir de mi burbuja y porque ahora comprendo mucho mejor las cosas. De lunes a viernes la rutina me absorbe, un ring ring a las 6, el primer semáforo a las 7, una camioneta urbana a las 8 y así entro a las 8:30 a laborar. Marco mi partida a las 4:30, tomo otro bus hacia el parqueo, llego a la universidad a las 5:30, salgo de ella y regreso a mi morada a las 9:35 o 9:40 aprox. Las tareas se hacinarán en el escritorio para el fin de semana, o tal vez me quede dormida sobre el monitor. Todo este proceso se come a diario tres horas de mí día a día. Mi casa se encuentra a tan solo 8.9 kilómetros de la oficina e invierto matutinamente, una hora y media de vida para llegar a ella.
Me tiembla el ojo solo de pensar en mis compañeros y compañeras que viven más lejos que yo.
Sábados por la mañana y la cosa no parece variar mucho. Es el día libre y limitado en tiempo en el cual los proletarios podemos hacer algún mandado importante. Todo nos urge. El recién pasado me gané una maldecida por pedir vía al taxista que divagaba en su teléfono, quien cuando me decidí a pasar, me sorprendió con su maestría de ira e insultos, tirándome el carro encima y gritándome “idiota, estúpida e infeliz, porque “el pedir vía no significa que te la tenga que dar, marimacha estúpida”. Delirios colectivos es lo que percibo. Corremos de un lado al otro sin entender el destino.
Sábado por la tarde y hoy sí, solo quiero existir, tirarme en algún espacio al aire libre para leer, platicar con la banda o solo escuchar a la gente y sus cotidianidades, sacar a mi chucho chulito a pasear, ver a mi hermana y a mi papá jugar tenta o algo similar. Lo olvidé, en mi ciudad futurista los parques parece ser que serán virtuales. El paso a desnivel, materia grisácea me grita que ya viene el desarrollo, que a esto sabe el progreso y me recuerda que si esta es la ciudad del futuro, ya no quiero llegar ahí. Siendo realista a 3 minutos podría ir a hacer todo eso que dije, por una módica cantidad de dinero podría obtenerlo, en fin ya trabajo. Vuelvo y pienso en mi hermana, en doña Rosa la de los paches y sus tantos nietos, viene a mi mente esa canción de Maná de ¿dónde jugarán los niños?, pues ellos no tienen recursos ni un amplio jardín con hamacas como el mío…
Pienso en mis tareas, en que mejor me pongo a hacerlas antes de que venga y me sorprenda el domingo, me encuentro en mi cama de clase mediera en donde imagino desde mi casa bonita y enajenada del mundo, parques con vegetación y servicios suficientes para convivir, que no me cobren Q.20 de parqueo por llegar a existir.