Mi nombre es Alejandra Paz, tengo veintitrés años y estudio Psicología Clínica en la Universidad Rafael Landívar. Muchas veces, por el hecho que se nos exige u obliga a realizar ciertas cosas, lo hacemos, pero es muy distinto cuando tomamos la decisión de hacerlas porque nos nace de corazón y porque nos gusta o sentimos amor por ello.

Con el paso del tiempo, cada vez me quedaba menos espacio debido a mi trabajo y los estudios. Por lo tanto, empecé a buscar otras opciones en las que podía colaborar, que me gustaran y me hicieran sentir bien. Tomando en cuenta que me gradué de un colegio que siempre nos enfatizó el servicio hacia el prójimo y continuando con la misión de Jesús, me incliné por los proyectos de voluntariado con los que la Universidad Rafael Landívar cuenta.

Y es entonces cuando decido ser parte del voluntariado con niños del Hospital Pediátrico Juan Pablo II, pero, ¿por qué este proyecto y no otro? Realmente mi corazón sintió el llamado hacia este voluntariado; no sabía cómo sería la experiencia, cómo trabajaría con esos pequeños angelitos, si tendría la paciencia, si ellos se me iban a acercar, entre otras dudas, y al principio mucho miedo.

 

El primer día en el proyecto fue el que me impulsó a seguir en él, me hizo amarlo y bastaron diez angelitos jugando «memoria»  junto a mí, para saber que estaba poniendo mi granito de arena en el lugar indicado.

 

Cada niño tiene su historia, cada uno es totalmente diferente, cada uno demuestra su cariño y agradecimiento, dejando una u otra huella en tu vida, cada uno llega a ser especial, así sea solo una vez que los veas. Para mí, son pequeños angelitos que pueden o no estar atravesando un momento difícil, pero a ellos nunca los vas a ver tristes, sino te contagian totalmente su alegría con sus ocurrencias, su sonrisa, sus historias, sus palabras, sus cuestionamientos, entre otros.

Pero detrás de ellos están personas que los aman más que a nada y son todos esos padres de familia que ves sentados, esperando el turno para la consulta externa, algunas veces con cara de preocupación, otras veces con cansancio y en algunas ocasiones con tranquilidad. Todos ellos te dan las gracias al momento de ver a sus hijos felices estando contigo, divirtiéndose sin sentir el tiempo hasta que son llamados para su consulta.

Tal es el caso de una pequeña bebé de tan solo un año, con la que tuve la oportunidad de jugar “tronquitos” junto a sus papás, ella era un angelito más quien esperaba junto a su amada familia la hora de pasar a su consulta. Al tratarse de una bebé, tenía que buscar la forma de entretenerla jugando y haciéndola reír. De repente, el padre le dice a la madre: «Enséñale a la jovencita cómo era antes la nena», y ella, muy amablemente y emocionada me enseña fotos de la nena, mientras me cuenta la historia desde que ella nació teniendo labio leporino, hasta las diversas cirugías por las que ha pasado y cómo gracias a Dios ha ido mejorando.

 

Ellos han marcado mi vida en este proyecto porque me dieron las gracias sin yo hacer demasiado mientras jugábamos con la bebé, me dieron las gracias nuevamente cuando los llamaron a consulta diciéndome: «Dios la bendiga por el gran labor que realiza».

 

Mi corazón se llenó de alegría y tuve sentimientos encontrados, cuando ellos regresaron saliendo de la consulta, se despidieron de mi con un abrazo y me agradecieron por última vez. A la hora de decidir hacer este voluntariado y ser parte de él, creí que yo brindaría mucho a todos esos pequeños angelitos, entreteniéndoles mientras esperan, pero he llegado a comprender que como voluntaria recibo cada día más de lo que doy, que como bien nos ha inculcado la universidad, «entramos para aprender y salimos para servir».

 

Lo mejor del día es cuando llega la hora de despedirnos y muchos de esos pequeños angelitos corren hacia ti para despedirte con un fuerte abrazo.

 

Actualmente, soy coordinadora del proyecto, me da mucha felicidad y satisfacción el poder  liderar a un excelente equipo de voluntarios, dispuestos a hacer felices a nuestros pequeños, buscar que se apasionen por el proyecto y perseverar en él. Puedo decirles que el Hospital Pediátrico  Juan Pablo II ha llegado a ser una gran bendición en mi vida, es ahora mi pasión y amo servir a esos pequeños angelitos.

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