José Pablo del Aguila/ Opinión/
Olympus Has Fallen (traducida al español como Ataque a la Casa Blanca, 2013) es una producción norteamericana dirigida por Antoine Fuqua. Esta es la típica película que en su momento te podía ofrecer cualquier vendedor ambulante, de esos que andan con un bolsón en la espalda y que parecieran cargar algo así como una caja fuerte con música y películas en su interior. En mi caso, la compré un día que me topé a uno de ellos mientras hacía compras en una gasolinera. Esa misma noche la vi con mi familia, en pleno disfrute de convivencia con los seres queridos. Y este, seguramente, también es el caso de muchos más que con el entretenimiento del cine comercial, deciden acompañarse de la novia, familia, amigos, qué se yo.
¿De qué trata la película? la respuesta, desde la perspectiva de los directores y financistas, es de una guerra santa entre el bien y el mal. El bien está representado, como debe ser, por el presidente de los EE.UU., interpretado por Aaron Eckchart. Este personaje tiene a su frente una labor titánica, que es hacer del país norteamericano una nación digna, honorable y excelsa en todo su espíritu, merecedora del respeto y reconocimiento toda la humanidad. Y por si fuera poco, el presidente, además de ser el honorable político, es también un padre de familia viudo. La familia que se presenta en la historia está compuesta por padre, madre (antes de que esta muriera, según el trama de la película) y el hijo; un modelo familiar tradicional que para Occidente, pareciera ser el único moralmente correcto.
De pronto, la noble misión de Make America Great Again!, liderada por los funcionarios de la Casa Blanca, se ve perjudicada por un despreciable enemigo externo: un sujeto proveniente de la comunista Corea del Norte quien violentamente toma el monumental edificio de Washington y provoca el dolor de los ciudadanos de bien, que solo quieren un mundo mejor. Ah, los comunistas y los orientales… ¡Tenían que ser ellos!
Bueno, pongámonos serios.
Argumentos como estos son estúpidos y desgraciadamente, no se limitan a Olympus Has Fallen, sino se extienden a gran cantidad de las producciones hollywoodenses. Las razones están en que, en primer lugar, estos materiales presentan una realidad bastante sesgada de Washington y más propiamente, de la política exterior de los Estados Unidos que nunca se ha caracterizado por ser noble y desinteresada. Basta recordar que en el siglo pasado colocaron numerosas dictaduras asesinas en Latinoamérica y en el presente siglo, por poner uno de los muchos casos, promovieron la creación del Estado Islámico. También hay rasgos que alientan la idea que a la hora de crear sus productos, se fundamentan en criterios racistas, pues es costumbre de Hollywood promover como enemigo irracional a los sujetos provenientes de oriente. Entre otras características lamentables de la producción, está la exposición de armas de alto calibre y la promoción que se hace de estas, nada extraño ni fuera de costumbre.
Todo lo susodicho, paradójicamente, es de lo que está conformado el nacionalismo que desde hace buen rato ya, se promueve desde Occidente.
Mismo nacionalismo que de manera irreflexiva y absurda ha decidido adoptar el incompetente presidente de Guatemala para, según él, solucionar los problemas de país. Nada más espantoso y alejado de la realidad. En este contexto, se rumorea que es el mismo Departamento de EE.UU. quien ejerce presión diplomática para que los países del Sur compren sus materiales audiovisuales. ¿Con qué fin? Pues con el único de mantener la hegemonía de la cultura elitista que, lamentablemente, tiene cimentados sus valores en juicios acríticos y prejuiciosos de la realidad.
En virtud de lo anterior, conviene analizar y cuestionar las bases que sostienen los valores de la sociedad guatemalteca, que claro está, es conservadora por excelencia. Los chapines de a pie, especialmente los clase media y alta, son racistas (“¡Qué indio sos!” ¿Lo han oído?), son prejuiciosos y le temen a todo aquel que no luce como ellos, o sea: al indígena, al chino, al negro, al musulmán, etcétera. También se oponen a las relaciones conyugales del mismo sexo y asocian la homosexualidad con la cobardía. (“¡Qué hueco sos!”) ¿También lo han oído? Estos, por mencionar algunos aspectos de la sociedad conservadora, pero hay muchos más.
Son muy nacionalistas, empezando por el presidente que orgullosamente da el ejemplo, pero siempre y cuando ese nacionalismo solo signifique exaltar los paisajes y apoyar a la selección de fútbol, únicamente.
Concluyo el texto con una pregunta dirigida al empresariado, al presidente y, en general, a cualquiera que pregone un pensamiento como el antes mencionado. Sus valores, ¿se fundamentan en juicios críticos, reflexivos y analíticos de la realidad, o en miedos y prejuicios promovidos por sectores interesados en preservar sus privilegios? El que tiene oídos para oír, oiga, dijo por ahí un discordante personaje.