Luis Pedro Véliz/

La naturaleza del grito

La última vez que fui a casa no aceleré para llegar. El desgaste se escapa de mi control, acaso no puede dejar de buscar su hogar en tantos otros y volver por fin a mí. Se me está acabando, por mucho, la pasión. Las reservas de usted se me empiezan a agotar y así como corre de mí, yo también de usted, y me hunde. Y nos hunde.

En nuestro complejo de tragedia, el buzón se empieza a llenar, y ahora solo nos queda extrañarnos a distancia. De lejos, como gritar para oír el eco que ya es tan poco y no alcanza. Que gritamos y a lo lejos ya no nos oímos, y cuando yo llego, por fin, le grito. Y usted ya no me escucha.

 

Al término de la distancia

Vendrán las mañanas de los domingos y la calidad del sonido habrá decaído, la tinta, que le marca la entrada a uno a tantas maneras nuevas de ver el piso moviéndose entre luces y oscuridades, se habrá borrado y con esta, su recuerdo.

Vendrán las reminiscencias de dos o tres noches atrás y el salir de la cama se hará cada vez más complicado. La puesta de la planta de los pies en el piso representará una nueva derrota y el recuerdo total de la noche recién pasada se hará claro. Habrá que correr sin rumbo para llegar a cualquier parte.

Vendrán los rezos y las horas de mercado. La estética en la manera de vestir de los que ayer mitigaron la culpa del pecado con alcohol se hará evidente en la ofrenda y en el discurso del confesor.

Vendrá nuevamente su cuerpo marcado por el sol y el exceso de ropa y al término de la distancia, usted y un nuevo día.

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