Dicen que solamente 3 de cada 100 guatemaltecos, tenemos acceso a la educación superior (pública o privada). Por lo tanto, estamos graduando cantidades absurdas de jóvenes cada año respecto a las oportunidades laborales y educativas que existen. Eso significa, que el espacio que cada uno de nosotros ocupa en un salón de clases, es codiciado por otras 97 personas que quisieran estar allí. Ya sea para desafiar sus sueños e ideales o para cumplir con nuevas ideas para el desarrollo integral del país y la academia.

O tal vez no, puede que muchas de esas 97 personas lo que quieran sea continuar sus estudios solo para volverse un engranaje más (monótono y prescindible), de la estructura social de nuestro país. Deberíamos entonces cuestionar nuestro actuar, respecto a cuál es nuestra actitud y qué estamos haciendo como universitarios con nuestra oportunidad.

¿Estaremos aprendiendo la esencia del discernimiento académico y haciéndonos de las herramientas necesarias para ser auténticos? O ¿Preferimos adoctrinar nuestra mente para solo ver notas y premios?

¿Qué gana nuestro país con notas altas y cero clases perdidas como estándar para la perfección? Creo que nada, lo que hemos acumulado con el tiempo, son estudiantes universitarios adormitados, preocupados por una nota en su examen, por ver un “aprobado” al final de semestre y sobre todo una diversidad de métodos para hacer trampa o como a muchos les gusta llamarlo “burlar al sistema”.

Neill DeGrasse Tyson dice que cuando los estudiantes hacen trampa en los exámenes, es porque nuestros sistemas escolares valoran más las notas, de lo que los estudiantes valoran el aprendizaje. Es decir, la apatía estudiantil es fruto de lo poco apasionados que están los universitarios por el desarrollo de la ciencia, la política, el humanismo y la sociedad en nuestro país. De esas 3 personas que tenemos el privilegio de continuar una carrera universitaria, ¿A cuántas nos interesará transformar las cosas?

Para combatir la apatía estudiantil, nacen los voluntariados universitarios, las agrupaciones estudiantiles y las asociaciones políticas; estas de alguna forma, buscan la formación y el compromiso de los jóvenes con las realidades y coyunturas sociales.

Ante esta premisa, en algún momento llegué a pensar que los colegios/escuelas y universidades, son para los jóvenes campos de entrenamiento (no adoctrinamiento), para que cada uno sepa hallar su lugar dentro del campo social y que desde allí pueda transformar su vida y la de los demás. Pero lejos estamos de que la apatía no exista, de que las agrupaciones funcionen por completo o que la juventud universitaria estudie por vocación y no por necesidad.

A estas alturas de la columna, se preguntarán qué tiene que ver la nueva política universitaria con los problemas de actitud del estudiante. Para mí, tienen mucha relación; de hecho ninguno puede pretender que la otra no existe. Por ende, decir que la política y los estudios no se mezclan resultará insensato. Sobre todo habiendo tantos estudiantes que fueron asesinados, perseguidos y humillados durante el conflicto armado interno persiguiendo sus ideales, sueños, propuestas, luchas y conocimiento.

De alguna forma, la política universitaria debería ser un entrenamiento para hacerte de conocimientos, ideas, aliados y compañeros de lucha por un país mejor. Aunque la triste realidad, es que si al estudiante de las clases solo le interesa la nota de los exámenes y aprobar los cursos, de la política estudiantil solo quieren el peso para su currículum, mientras perpetúan las estructuras de poder, favores, intimidación y corrupción ya existentes.

Incluso en nuestros tiempos de redes sociales y coyunturas cambiantes, me entristece decir que las nuevas generaciones no llegan con ideas auténticas o propuestas nuevas. La mayoría de ellos se dedica a repetir los mismos discursos de la vieja escuela política, hacen campaña de la misma forma que los candidatos (playeras, fiestas, conciertos, fútbol, etcétera) y los mecanismos para enfrentar a la oposición no son el debate de ideas, la argumentación o la generación de propuestas conjuntas.

Muchos prefieren recurrir a la manipulación colectiva, la difamación de sus opositores, acoso e intimidación. Oponerse a ellos, es alta traición. Cuestionar o proponerles nuevas ideas, es como hablar del diablo en una iglesia. El trabajo que proponen o realizan es puro maquillaje, más de lo mismo y propuestas que no impactan a profundidad en los problemas o situaciones que atraviesan los universitarios actualmente.

Claro está, hablo desde mi experiencia reciente dentro de mi facultad y eso puede estar sesgando mucho mi opinión respecto a lo que significa hacer política universitaria; sin embargo, cuando te das cuenta de que la historia se repite en diferentes carreras, facultades e incluso universidades, no puede ser que mi opinión sea una generalización apresurada.

¿Valdrá la pena seguir priorizando las notas antes que el desarrollo del país?

No, no vale la pena; si seguimos preocupándonos únicamente por las notas, los cursos, el promedio, los suma o los magna cum laude, saldremos de la universidad para ser más de lo mismo. Por gusto 4 o 6 años de estudio, donde pudimos aprender, cuestionar y conocer. ¿Será justo para con los otros 97 guatemaltecos que no tienen la oportunidad de estudiar en la universidad, que en lugar de cambiar las cosas, sigamos replicando discursos de odio, racismo y apatía? No lo es, de ninguna forma; ellos y nosotros merecemos algo mejor.

Por eso hay que involucrarnos y no darnos por vencidos, aunque seamos difamados, odiados y señalados por los compañeros que no quieren marcar la diferencia, sino continuar sacando provecho al actual status quo, amparados por autoridades y figuras de la universidad. Lo que hagamos como universitarios importa, impacta y puede cambiar las cosas, aunque nos cueste mucho creerlo.

Roma se quema, o mejor dicho el país se cae a pedazos; pero el problema no es quién lo empezó o quién lo sigue, sino qué estamos haciendo para cambiarlo.

No podemos darnos el lujo de seguir callados o de brazos cruzados.

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