Max C. / Estudiante de la Universidad de San Carlos de Guatemala

“Están uniformados.” Eso pensé cuando vi a los compañeros normalistas llegar a la U.  Estaban en sus uniformes de los diferentes institutos, ¿quién no lo ha estado en esta vida.? Entre mochilas y mantas, uno a uno bajaron de los buses con los cuales apoyamos y recordaba no sólo aquellos años en donde yo también estaba uniformado, sino en aquellas imágenes dantescas del martes pasado; la indignación flotaba en el ambiente entre claveles rojos y faldas paletonadas.

Se formaron los contingentes: Belén, INCA, Normal y Aqueche.  Entre las decisiones de último minuto y el plan diseñado, todo parecía listo para iniciar el bloqueo de una forma inédita.

Algo que no sucedía hace mucho tiempo: estudiantes de nivel medio y

universitarios sancarlistas, volvían juntos, de las aulas a las calles.

 

Me preguntaban esa tarde después del bloqueo: ¿Por qué esta vez no hubo enfrentamiento como sucedió en los bloqueos del martes y del miércoles pasado? (martes 05 y miércoles 06 de junio). La primera razón que encuentro es que esta vez existió la presencia de la ODHAG y de la Comisión de Resolución de Conflictos Nacionales. Y la segunda es que, a diferencia del miércoles, los estudiantes sancarlistas presentes, no buscamos conflicto ni una batalla campal.

[box_success]La estrategia clave fue que si había avanzada del contingente de policías antimotines, regresaríamos a la Universidad, sin necesidad de bombas y golpes de por medio.[/box_success]

Esa razón fue la que llevó a los estudiantes normalistas a pedir el apoyo que desde hacía tiempo, compañeros de diferentes unidades ya venían ofreciendo y brindando casi desde el inicio del conflicto. Apoyo. No dirigencia ni mayor intervención que la de comunicar su lucha y dar consejos de la única manera cortés que existe: cuando los piden.  Así que marchamos hacia la Avenida Petapa, utilizamos los buses alquilados como barrera de protección para la posible retirada, que pensábamos junto con ellos, no iba ni tendría que suceder; el objetivo inicial era evidenciar la lucha y demostrar que el movimiento no era violento. El segundo objetivo –el más importante- era la instauración de una mesa de diálogo con la Ministra de Educación y que con dicho acto simbólico, se demostrara que al Gobierno le importaba más resolver la problemática a través del diálogo que con los bastones y las bombas lacrimógenas.

En cuestión de minutos, entre las nueve y media, y diez menos cuarto, se tomaron los cuatro carriles más la 33 y 36 calle con los buses.  Se colocaron algunos escritorios y llantas que no fueron encendidas en ningún momento –esto sólo ocurriría sí había lanzamiento de bombas lacrimógenas para aminorar sus efectos en la población circundante- y se inició una toma para nada particular.

¿Ustedes han visto los movimientos estudiantiles de Chile y de los Indignados en todas partes del mundo? Las decisiones se elaboran en asambleas espontáneas, el consenso es la única forma en que las decisiones son aceptadas, existen voceros oficiales y la calidad de los miembros se resume con la frase: “Todos tenemos la misma condición de líder.” (No, no les estoy hablando de los movimientos sociales extranjeros, les estoy hablando de Guatemala).

La dinámica fue así: vigilancia, diálogo y algunas muestras de jovialidad.  Bailar en las calles, cantar consignas y refrescarse con aquel sol de invierno tan inmisericorde para la piel, pero tan bueno para las tomas y las cámaras que buscaban el suceso, el morbo o la información.  Decida usted mismo qué decidieron publicar –si es que lo publicaron-.

 ¿Qué si habían algunos encapuchados con piedras y palos? Sí, aunque siempre se buscó y evitó en primer lugar la portación y sobre todo el uso de ellos.  Algunos tenían miedo –entre los normalistas que se cubrían el rostro- del gas lacrimógeno y otros –como sucede con algunos compañeros sancarlistas- de la represión y la forma como se actuó entre 1963 y 1996, donde uno a uno fueron llevándose a otros doscientos mil guatemaltecas y guatemaltecos a la tumba.

Sin embargo, a lo interno, los cientos allí presentes –tal vez quinientos, tal vez ochocientos; más normalistas que sancarlistas- esperamos que se entablara la mesa de diálogo y con ello, como gesto de amabilidad, liberamos el carril de la Petapa en sentido norte.  A eso de las 12 se anunció que sí se había aceptado la misma y por ello se inició la apertura de más de 40 minutos de los carriles que conducen hacia el norte y se esperó, para terminar con la toma, que se quedara entablada una propuesta firme que permitiera escuchar a los jóvenes, exponer sus propuestas y que las mismas fueran tomadas en cuenta.

La calidad de la educación no se discute; las maneras y el trasfondo que la impartición implica, sí.

La Ministra fue a comer”, nos dijeron.  Los compañeros normalistas decidieron volver a cerrar el carril en lo que iniciaba y continuaba la mesa; así se realizó, pero a eso de la una y una y media, aparecieron más soldados en la 33 calle y más tarde, se confirmó a través de los medios, mientras helicópteros sobrevolaban la zona, que fuerzas antimotines –policías y militares- se agrupaban en distintas áreas y en cualquier momento iniciaría el desalojo de la vías.  La tensión empezaba aflorar en el ambiente.  Para ese entonces varios compañeros se habían retirado, entre los compromisos con la U, el permiso de sus padres y el cansancio.  Sin embargo, todavía quedó un numeroso grupo a la espera que se llegara a un acuerdo y así terminar el bloqueo.

En el Centro Comercial de la Petapa, en donde se apostaban como cincuenta agentes, se dio movimiento y a eso de las 14:30 se empezaron a agrupar; varios compañeros normalistas, recordaban aquellas imágenes de agentes marchando haciendo sonar sus escudos con sus macanas, la sensación del gas y la brutalidad policial.  Varios salen corriendo con palos y pedazos de escritorio, quizás con el enojo de algo que no se buscó, pero pronto –no sin correr varios metros- regresó la cordura y varios volvimos a reagrupar a los compañeros a la espera que, si seguía marchando el contingente, volver a la Universidad.  Pero no sucedió, la mediación y el diálogo –de la ODHAG- cobraron sus frutos y regresaron las fuerzas al lugar donde se apostaban.

Varios esperábamos después de aquello, bajo la lluvia –ya sin buenas tomas-, que llegaran los compañeros que se encontraban en el Ministerio de Educación.  A eso de las tres y cuarto dijeron que estaban cerca y a las tres y media ni bien llegar, informaron que el martes se daría apertura a la mesa y que por esta vez, entre el espíritu pacífico de todos los allí presentes, estudiantes y trabajadores sancarlistas, y sobre todo estudiantes normalistas, podíamos dar por bien terminada la jornada.  Un paso adelante en la lucha de una carrera que lleva consigo la trascendencia de nuestro presente: el futuro de Guatemala, con y a través de la educación.

Se marcharon en los buses sonrientes, nos dimos la mano y agradecieron el apoyo.

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