Giovanna Saenz/ Opinión/
Nuestra sociedad nos ha impuesto que los cambios son malos, por lo que usualmente nos aferramos a lo conocido, es común no querer explorar lo nuevo por miedo a que resulte mal o simplemente por tener alguna costumbre muy arraigada. La vida es un cambio constante, es algo imposible de evitar. Los cambios son normales y naturales; los más comunes son los de etapas, círculos de amigos y formas de pensar.
Todo tiene su tiempo adecuado de ser, hay etapas de evolución conforme el paso del tiempo. Muchas veces estos cambios suelen resultar conflictivos para las personas, pues llegan a sentir que ya no pueden seguir avanzando en su vida, pero estas crisis son necesarias para el desarrollo intelectual de cada persona. El cambio en las relaciones interpersonales suele generar conflicto, ya que involucran sentimientos en contextos variados. La reacción más común ante la separación de algún familiar, amigo, pareja o conocido cercano es de confusión y aturdimiento, pues se vivieron momentos felices que hacen sentir bien y retienen buenos recuerdos; sin embargo, muchas veces estos cambios son necesarios para seguir adelante.
Cuando éramos niños, nuestros padres nos decían cómo pensar, cómo actuar y reaccionar, aprendimos sus costumbres y tradiciones y al crecer en ese entorno, dichos pensamientos y reacciones era lo normal para nosotros, a lo que estábamos acostumbrados.
Al paso de los años, todo va cambiando pero sobre todo, nuestra forma de pensar pues depende de la perspectiva que tengamos de la vida como tal, y del entorno en el que nos desenvolvemos. Las experiencias que van marcando nuestra vida son el factor más influyente en nuestro cambio de pensamiento, debido a que lo sentimos por nosotros mismos nos lleva a tomar decisiones. Con el paso del tiempo, vamos modificando nuestra forma de ver las cosas y a las demás personas y es cuando el rumbo de nuestra vida va tomando un curso diferente.
Lo que yo considero más difícil es la aceptación de los cambios. Cambiar es algo positivo, trae cosas buenas consigo y debe ser recibidos con los brazos abiertos. Cambiar el círculo de amigos, por ejemplo, donde cada quién toma rumbos diferentes en la vida, pues todos están en busca de cumplir sus sueños y metas y por cuestiones que simplemente se van dando, la mayoría de las veces se dejan de frecuentar a las mismas personas. En el camino van apareciendo nuevas personas con ideas renovadas y pensamiento parecidos a los propios y es cuando se van adecuando poco a poco a nuestra forma de vivir, personas con más afinidad. Por ello, el final de alguna relación interpersonal no significa algo malo, es todo lo contrario, es una oportunidad para redescubrir o verificar nuestro propio camino y el enfoque que buscamos para nuestro bienestar.
Tener una actitud positiva es la clave para todo a lo que nos enfrentamos en la vida diaria, y esta no es la excepción. Los cambios pueden invadirnos y causar tristeza, miedo e incluso enojo, pero si plantamos la idea en nuestra mente de que es algo bueno para nuestra vida y que nos va a ayudar a continuar, entonces estamos abriendo nuestra mente más allá, y esa apertura abre muchas oportunidades de reflejar vibras positivas. Sin mencionar que una actitud positiva atrae cosas y personas buenas a nuestra vida.
Los cambios algunas veces son más fuertes y de repente, otras veces son menos relevantes y relajados. De cualquier manera, superarlos es posible únicamente dándole tiempo al tiempo, mientras se acostumbra a la nueva idea, hábito o persona. El tiempo nos hace pensar y analizar bien las cosas y en ese proceso, de la mano de la aceptación, es nuestro aliado.
La transformación viene desde lo más profundo de nuestro ser. Los cambios son esa transformación tan necesaria para el progreso. No me refiero a transformaciones radicales ni superficiales, sino a aprender a entenderse a uno mismo y trasformar esas pequeñas cosas negativas que no nos dejan seguir, en cosas positivas que conviertan nuestra vida.
Atreverse a cambiar es un reto. Y hay que hacerlo por buscar la satisfacción y bienestar propio, no por complacer a los demás.