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Laysa Palomo / Brújula /

Imagínense que despiertan por la mañana en el suelo de sus casas, porque no tienen una cama.  Una casa pequeña, probablemente de lámina y lo primero que sienten es el hambre rezagada de la noche anterior.  Ven por la puerta a varios jóvenes que caminan hacia su escuela y quisieran hacer lo mismo, pero tienen que trabajar porque ese día sí quieren cenar. Les entregan su paquete de prensa que tienen que repartir y alcanzan a leer el titular: “Asaltos y secuestros express están en aumento”. ¿Reconocen algún tipo de violencia en esta historia?

El dos de octubre se celebró el Día Mundial de la No Violencia y como guatemaltecos estamos familiarizados con circunstancias violentas.  Es muy probable que lo primero que venga a nuestras cabezas cuando hablamos de violencia es alguna escena que involucra pandillas, armas y mucha sangre.

No pensamos precisamente en aquellas situaciones en las que se produce un daño en la satisfacción de las necesidades humanas esenciales, como la alimentación, un hogar, servicios básicos y oportunidades para tener una vida digna.

El ejercicio que realizamos (desde una perspectiva de clase media, en donde tenemos una noción de lo que es la pobreza, pero que en realidad no conocemos en carne propia), es un ejemplo de aquella violencia que viven miles de guatemaltecos día a día y que la mayoría de veces pasa desapercibida.  La violencia estructural, según Zaira Lainez del Instituto de Transformación de Conflictos para Construcción de la Paz (INTRAPAZ)  es aquella que hace referencia a la distribución desigual de los recursos de un país y la exclusión de ciertas políticas públicas, afectando mayormente a las clases sociales bajas.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo coloca a Guatemala en el puesto No. 125 de 187 en relación a las posibilidades que tienen sus pobladores para llevar una vida digna, pero la coloca en el puesto No. 77 con un crecimiento del 3.7%  en cuanto el Producto Interno Bruto del 2013.  Y desde este indicador es que comenzamos a entender cómo, siendo Guatemala una de las economías más grandes de Latinoamérica, la pobreza existe porque los ingresos que se perciben llegan a unos pocos.

Este tipo de violencia es muy sistemática y tiene mucho que ver con las estructuras políticas, económicas y sociales que existen; estructuras que tienen un origen histórico, remontado desde la Conquista y que va vinculado con todo el tema de racismo y discriminación.  Porque a pesar de que “la mayoría que leerá este artículo” tuvo la suerte de insertarse en la sociedad desde una clase media que supera ya a muchos guatemaltecos, probablemente seguirán estando por debajo de todos aquellos en el poder hegemónico tan característico del país.

Quizá muchos puedan pensar que la voluntad hace la diferencia, pero no estamos hablando de las excepciones de este sistema, porque si bien es cierto que muchas personas han logrado superaciones económicas, más de la mitad de los guatemaltecos viven en alguna circunstancia de pobreza.  Por esto, el problema y la razón por lo que esta situación es catalogada como violencia, es porque tanto el Estado como los grupos de poder no permiten que se rompan dichos patrones y se propicie un equilibrio de clases.

Algo así como una represión muy solapada y naturalizada que todos somos culpables de reproducir, porque en cada nivel existe dicha discriminación de clases, pues es parte de nuestra cultura.

Ver a niños pidiendo dinero en la calle o trabajando en lugar de ir a estudiar, una gran ola de migrantes que buscan mejores oportunidades porque su propio país no se las da, mujeres que deben aguantar ambientes hostiles de trabajo y hombres que  ganan menos del salario mínimo en doble jornadas de trabajo para sostener a su familia, son solo ejemplos vagos de lo que la violencia estructural propicia. Pausemos un momento y volteemos un poco el escenario de nuestras vidas; podríamos ser nosotros los que nos viéramos limitados, no solo en recursos sino en oportunidades, pues el resto de personas nos rechazarían al creer que somos “el lastre” de la sociedad.

Pensar en desarrollo es clave de la equidad, pero deberá de ser un desarrollo que impulse sostenibilidad para la mayoría de los guatemaltecos y no solo para unos pocos. Apuntarle a la cohesión social, a una economía más justa e incluyente, a propiciar la cultura política y que se exija el cumplimiento de la democracia son objetivos que deben traerse a la mesa, no solo como país, sino como ciudadanos conscientes de las problemáticas que existen.

Referencias:

http://hdr.undp.org/sites/default/files/hdr14-summary-es.pdf

http://databank.worldbank.org/data/download/GDP.pdf

Entrevista realizada a Zaira Laines, investigadora del Instituto de Transformación de Conflictos para Construcción de la Paz (INTRAPAZ), de la Universidad Rafael Landívar el 6 de octubre del 2013.

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