Por: Héctor Javier Tecúm Jorge
Ser Landivariano es toda una experiencia maravillosa de vida, una oportunidad de pertenecer a una institución universitaria de excelencia académica con valores.
Con más de una década de formar parte de esta gran familia, deseo compartir con todos los lectores de Brújula, algunos testimonios que he logrado obtener desde la óptica de la docencia, con el fin de motivar la perseverancia y la identificación con el ser landivariano.
Ser estudiante universitario en el departamento de Quiché es toda una hazaña, que implica esfuerzo, dedicación, compromiso, mística y sobre todo, sacrificio; muchos jóvenes provienen de distintos municipios de este departamento como fuera de él.
No importa que se levanten muy de mañana, se desplazan desde la región ixil o los municipios del oriente, como Joyabaj o Zacualpa, de San Antonio Ilotenango, o alguna lejana comunidad de Chichicastenango, venciendo obstáculos que no son un impedimento para llegar a su magna casa de estudios. Aun con todas estas dificultades, los jóvenes avanzan llenos de ilusiones, expectativas y deseos de superación, con el firme deseo de lograr una meta personal; convertirse en profesionales competentes, su mayor anhelo: lograr un título universitario, privilegio al que muy pocos tienen acceso.
Toda limitante se olvida al cruzar la puerta principal del Campus P. César Augusto Jerez García, S.J. de Quiché, ese encuentro con compañeras y compañeros, docentes y toda la comunidad landivariana, era toda una experiencia.
Sin embargo, con la llegada de la pandemia a mediados del primer semestre del año pasado, esa posibilidad de convivencia se vio truncada, quizás pensamos que era cuestión de semanas o de algún par de meses, sin embargo, se ha extendido hasta la fecha y ahora los viajes ya no constituyen el desafío; el nuevo reto se llamó virtualidad y conectividad, autoformación y autorregulación.
Ha habido quienes han tenido que treparse a un árbol o subir a la cima de una montaña, para lograr señal de internet, como el caso del estudiante Pedro Hernández, algunos han cambiado de dispositivo o comprado una nueva computadora, para al menos mejorar su acceso a las clases.
Ha sido difícil, tanto para docentes, como para estudiante, acoplarse a un nuevo sistema, pero afortunadamente muchos mantuvieron firme su deseo de alcanzar su propósito, que es el de graduarse y constituirse en un actor clave para el desarrollo de sus comunidades o de la sociedad en general.
Ahora, después de un año de virtualidad, los estudiantes esperan con muchas ansias regresar a las aulas universitarias y experimentar la sensación del calor humano, de las relaciones interpersonales, de la hermandad, solidaridad y fraternidad que genera el hecho de compartir en la presencialidad. Se vislumbra un retorno hacia una nueva normalidad, que seguramente traerá cambios, pero que se constituirá en una nueva experiencia, habrá nuevas normas y protocolos que aplicar para cuidarnos mutuamente.

Ánimo a todos los estudiantes universitarios de todo el país, a toda la comunidad landivariana, para que mantengan su perseverancia y no pierdan de vista su objetivo trazado hasta lograrlo, recordemos que entre más obstáculos se venzan, más grande será la satisfacción de alcanzar un título universitario. Anhelamos que llegue el momento de volver a encontrarnos y disfrutar al máximo de esa posibilidad de estrechar nuestras manos o fundirnos en un cálido abrazo.
Que este tiempo nos permita fomentar la hermandad, la solidaridad y nos lleve a reflexionar acerca de la importancia de cada ser humano como parte de una sociedad y nos permita mantener la esperanza de un pronto retorno a nuestra alma mater: Universidad Rafael Landívar.