Inconscientemente, siempre estamos tratando de superar nuestras expectativas y eso aplica para todos los ámbitos. A nivel empresarial, es utilizada como una estrategia de diferenciación, para así lograr captar más clientes y aumentar la venta. Y a nivel personal, siempre es atractivo tratar de lograr algo más de lo que queremos, algo que nos supere y nos sorprenda mucho más de lo habitual o de lo que la perspectiva nos brinda.

La idea siempre sería lograr lo que pienso y quiero, aunque si recibo más, siempre sería mejor.

A pesar de tenerlo claro, puede parecer que no tenemos un punto tan claro de partida, para saber si realmente estamos superando nuestras expectativas o simplemente estamos solo cumpliéndolas.

Diferenciarlas podría ser algo tan insignificante, pero realmente es un paso importante, ya que el tener una oportunidad prometedora, que esté pintada por todos lados, da una sensación de “wow, en serio quiero esto” pero al lograrlo, la sensación que puede provocar es “no era lo que esperaba”, que viene seguida de una desilusión que nos desmotiva totalmente. Podemos encontrar sentimientos de frustración y este es un tema que toma un poco más de tiempo poderse superar.

Por ejemplo, comprar algo que por el precio me fue muy accesible, pero al utilizarlo por primera vez no funciona, en definitiva voy a quedar desilusionado. Igualmente es con las situaciones en la vida, ya me gradué de la universidad que es un gran logro personal, pero cuando salgo al mundo laboral, no encuentro un trabajo en donde me sienta a gusto.

Por otro lado, cuando la situación es muy prometedora y al lograrlo o inclinarse por ella, se obtiene más de lo esperado; se convierte en una emoción desbordada, en la que el control se ve muy lejano y el sentimiento llega incluso a opacar lo que las expectativas tenían en un comienzo.

Eso es una sorpresa muy grata, pero también es confusa y difícil de llevar. Hay momentos en la vida, en los que al emprender un nuevo proyecto, nos topamos con situaciones que deben sumarse al mismo, pero no estamos acostumbrados a tenerlas en paralelo y nos hacen buscar nuevas respuestas; para tratar de aprender un nuevo camino sin desviarnos de todo lo que queremos hacer.

Tener ese balance y equilibrio entre lo que quiero y todo lo extra que debemos llevar, es una tarea difícil que no se aprende de la noche a la mañana. Tener algo que nos gratifica diariamente, debería ser uno de nuestros objetivos en la vida, aunque como es conocimiento de todos, no es algo tan sencillo de lograr.

El cumplirlos, es lo que nos puede cegar en algún momento de todos aquellos complementos que ya teníamos o que van surgiendo de manera que se adicionan. Esto va definiendo nuestras propias convicciones, todo eso que me hace sentir plena va en un primer plano y todo lo que da un buen sentimiento, pero no igual de grande, se convierte precisamente en eso, un complemento.

Volviendo a tomar un ejemplo, adquirir un servicio en el que tengo poca expectativa porque lo pagué aun teniendo dudas, resultó que salió mucho mejor de lo esperado que hasta incluso, podría volverlo a solicitar. Haciendo una analogía en un tema personal, puede ser que conocí a una nueva persona, con la que tengo que convivir ahora de forma diaria. A primera impresión no parece ser que podamos congeniar muy rápido, pero con el paso del tiempo, la relación se fortalece tanto que ahora es difícil el dejar de compartir con ella.

Entonces, las expectativas pueden ser usadas tanto a favor como en contra.

Podemos tener expectativas con todo, al momento de iniciar un proyecto, al empezar o culminar una etapa de la vida, conocer a una nueva persona, involucrarte en un nuevo grupo, comprar algo diferente, en fin. Puedo tener claridad que con todo lo que nos topamos todos los días, nos puede dar una expectativa.

Lo que sí es de aclarar, es que nosotros somos quienes le damos el poder a ellas. ¿Por qué? Porque el tenerlas, es darle un tono esperanzador a eso que deseamos; inconscientemente nos alienta a poderlo alcanzar. Importante es que debemos asociarlas con una idea razonable, que sí podamos concretar. Fundamentarlo con algún respaldo que nos dé una seguridad de poderlo obtener.

De lo contrario, podríamos estarnos haciendo sentir un deseo que puede tener raíces irracionales o estar impulsado por otras cuestiones vinculadas a externos, o que nosotros nos estemos guiando por caminos que, aunque quisiéramos, no podrán ser posibles.

En este caso lo ideal sería no formularlas, para no caer en decepciones.

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