tortillas

Por Andrea Villagrán/ Opinión/

Un quetzal, dos quetzales. Negras, amarillas y blancas, las primeras son mis favoritas. Incluso, cuando no compro tortillas para el tradicional almuerzo, se me hace un nudo en la garganta de vergüenza solo con pasar frente a las ventas. Y por ello, quiero hablar del tema en mi columna, tan cotidiano y tan poco abordado.

Regularmente consumo este noble acompañamiento para mis almuerzos. Salgo del trabajo, camino una o dos cuadras dependiendo la hora y compro en la tortillería con menos afluencia de personas esperando ser despachadas. Las observo, mujeres indígenas – muy rara vez he visto a una mujer ladina o a un hombre en general –, jóvenes, cansadas y acaloradas. Es bastante común encontrar este tipo de ventas en el país; una casa humilde con varias mujeres indígenas laborando como tortilleras, existen hombres, — pocos,— pero nunca los he visto torteando.

Esta asignación laboral data de tiempos de la Colonia y una de las diferentes formas de trabajo forzado fue la molienda y la torteada.

Emma Chirix en Dos generaciones de mujeres mayas,” nos relata los abusos hacia las mujeres indígenas en esa época y sobre la explotación laboral y sexual que se vivía en esos días. Ellas eran obligadas a servir en las casas de los españoles haciendo tareas domésticas y principalmente, moler maíz para elaborar las tortillas. Varios relatos, cuentan que las tortillas eran del agrado de los peninsulares por lo que exigían a mujeres indígenas en sus haciendas, para asegurar este alimento sin ser retribuidas de alguna manera y que, muchas veces, eran víctimas de abusos sexuales. Esto por muchos años, ha permanecido.

Siglos después, esta labor sigue siendo asignada a las mujeres indígenas, donde muchas son aún menores de 18 años, en las tortillerías o en casas privadas en las que se les contrata para servicios domésticos y donde se les exige tortear por el hecho de ser indígenas. Esta realidad a simple vista, evidencia la sociedad racista que somos. Es poca la intervención de las autoridades como la PDH, PNC, PGN, MINTRAB; que se encarguen de verificar que las mujeres que allí laboran, no son víctimas de trata de personas siendo forzadas a trabajar o ser abusadas sexualmente y demás peligros.

Cuando hacemos el breve repaso histórico me genera un sentimiento de vergüenza saber que tantos años y procesos políticos después, seguimos excluyendo de derechos a la población más grande y vulnerable del país.

Actualmente, se siguen repitiendo los patrones de maltrato que permanecen desde tiempos de la Colonia. Claro, no es exactamente igual, hay cambios, pero en el fondo el contenido es el mismo. La sociedad incentiva a tener “marías” para la torteada a bajo costo y mal remuneradas. Las mujeres indígenas, sufren una triple discriminación: la primera por el hecho de ser indígena, la segunda por ser mujer y la tercera por ser pobre. Esta condición permite que el Estado no de garantía dé sus derechos.

El sábado pasado salió en las noticias, el asesinato de Irma y Elizabeth, dos mujeres indígenas menores de edad que vivían y trabajaban en una tortillería de Villa Nueva. Estas jóvenes, fueron víctimas de explotación laboral y esclavitud. ¡SÍ! Esclavitud en contra de su voluntad, encerradas.

Nos falta mucho por caminar hacia una Guatemala más justa, empecemos por cuestionar nuestro entorno. El racismo es una construcción que generalmente ignoramos, pero que está allí, tiene su historia. Cuenta con dispositivos para disfrazarla, pero allí está.

Fotografía: Maria Fleischmann / World Bank

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