Manuel Canahui
Corresponsal Brújula
¿Existe un mercado del sexo? Cuando pensamos en esa pregunta, lo primero que nos imaginamos es la prostitución. La respuesta a la interrogante es sí. Por supuesto que existe un mercado del sexo. Sin embargo, podemos retar un poco a la imaginación y ampliar nuestro concepto del mercado sexual, aumentarlo hasta el punto en el cual todos somos parte de ese negocio. ¿Esto significa que todos nos prostituimos? No, la mayoría no pedimos dinero a cambio de tener relaciones sexuales, lo que generalmente se entiende por prostitución. No obstante, sí decidimos diariamente qué queremos hacer con nuestra sexualidad, es decir, si le hablamos a la persona que nos gusta, besamos a nuestra pareja o le hacemos caso a alguien que nos coquetea, entre otras suposiciones. Todo esto lo hacemos para tomar las mejores decisiones y maximizar el beneficio que obtendremos de nuestras interacciones sexuales, de acuerdo a nuestros instintos y concepción del mundo. El mercado sexual empieza a parecerse a cualquier otra industria: se trata de personas interdependientes que toman decisiones para su propio beneficio, pero que dependen de los demás.
Los economistas, al analizar un mercado, generalmente se preguntan: ¿es eficiente? Es decir, ¿se aprovechan en ese mercado los recursos existentes para satisfacer a sus participantes? Podemos hacernos ese cuestionamiento sobre el negocio de las interacciones sexuales. Actualmente, tenemos una concepción liberal sobre el sexo: los derechos sexuales vigentes otorgan a cada persona, al menos nominalmente, la facultad de decidir cómo, cuándo y con quién vivir su intimidad. Otras culturas son menos individualistas, porque le ofrecen menos facultades a cada persona para decidir qué hacer con su vida sexual, pues siguen normas y tradiciones. Muchas tribus tienen ritos de iniciación con una alta carga sexual que todos los integrantes deben llevar a cabo. La tribu Baruya de Papúa, Nueva Guinea, por ejemplo, obliga a los adolescentes a realizarles sexo oral a los hombres jóvenes, para que les trasmitan virilidad. Ellos claramente conceden menos decisiones que nosotros sobre la vida sexual, pues una mayor parte de las disposiciones son tomadas por tradición. Sin embargo, no por ello debemos considerarnos una sociedad absolutamente liberal, ya que nosotros no concedemos al individuo la facultad de decidir, por ejemplo, si viste ropa en público o no. Existen sociedades que dan más derechos sexuales al individuo que otras, basándose en tradiciones, autoridades o métodos colectivos. ¿Cuál es más eficiente, entonces?
La sociedad con el sistema de organización sexual más eficiente es, por definición, aquella donde sus integrantes están más satisfechos con su vida sexual. Una forma de medir esto sería haciendo que toda la población califique de 1 a 10 su nivel de satisfacción sexual y luego obtener un promedio general. ¿Son las naciones más liberales las que obtendrían un mejor promedio? No necesariamente. Una encuesta llevada a cabo por Trojan, la empresa de preservativos, reportó en el 2009 que el 62% de los hombres estadounidenses desearía tener sexo más seguido, mientras que un 4% reportó tener demasiada intimidad. Hay una escasez de estudios con los cuales se puede comparar estos resultados con otras culturas, pero obviamente el balance no es bueno. ¿Qué falla en una sociedad liberal?
Generalmente nos dicen que los mercados liberales funcionan porque las personas empoderadas solo tomarán aquellas decisiones que perciban beneficiosas. Claro, esto es positivo pero también conlleva un lado negativo: dependemos de que otros sujetos nos perciban beneficiosos para poder interactuar con ellos como queremos. Es agradable no ser obligado a tener sexo con alguien que no se quiere, pero es desagradable no poder convencer a quien deseamos. ¿Cuál pesa más? La teoría económica nos dice que, en ausencia de relaciones de poder, un mercado libre será la forma de organización más eficiente. Es decir, si en una sociedad la belleza o cualquier otra cosa que nos haga atractivos sexualmente no está sistemáticamente sesgada, una industria libre maximizaría la satisfacción sexual de sus participantes. Sin embargo, en la realidad generalmente nos encontramos con que los ideales de belleza corresponden fielmente a la distribución de otras formas de poder, tales como el dinero, con el cual algunas personas pueden tener mucho poder a la hora de buscar interactuar sexualmente, en detrimento de otras que tendrán muy poco.
Otro cuestionamiento que podemos hacer al modelo liberal es qué tanto el individuo es el agente mejor capacitado para tomar decisiones en beneficio de sí mismo. En el campo de la sexualidad, por ejemplo, cabe preguntarnos si a veces, después de una equivocación, no hubiésemos querido que alguien nos orientara en lugar de haber tomado una decisión sin los elementos adecuados. Quienes han echado a perder un matrimonio valioso por un error lo entenderán bien. Habrían querido que fuesen de alguna manera obligados a contenerse, a no ceder ante una noche de locura, o bien, a permanecer con su pareja en momentos difíciles para encontrar tiempos mejores en el futuro.
Aunque muchas soluciones pueden implicar ofrecer parte de nuestros derechos sexuales, nadie quiere vivir en una sociedad donde su sexualidad sea reprimida por el colectivismo, tal es el caso de los homosexuales. Como todo, encontrar la mejor solución sobre cómo organizar sexualmente una sociedad es un tema complicado que implica hallar el balance adecuado, el cual puede no ser estático sino dinámico, cambiante de acuerdo a las circunstancias y las personas en cada momento de la historia. Albert Einstein lo resume bien en esta afirmación: “La política es un péndulo cuyas oscilaciones entre la anarquía y la tiranía son alimentadas por ilusiones en perpetua reinvención”. Los datos y la investigación científica pueden ser nuestros mejores aliados en esta búsqueda.