Educación

Liza Noriega/ Opinión/

Me encantaría que alguien lograse publicar un ranking de los establecimientos educativos que se esfuerzan por hacer las cosas realmente diferentes.

Me gustaría creer que muchos, al igual que mi amiga Andrea, consideran que nuestro sistema educativo actual se encuentra colapsado y es necesario reinventar todo – desde las aulas hasta las metodologías educativas- para poder de nuevo creer en la educación. Y es que seguimos midiendo colegios como si de un espectáculo de premiación simbólica se tratara. Continuamos afirmando que la metodología que se utilizó para la realización del ranking no fue la correcta, que los colegios elitistas fueron quienes obtuvieron mejores calificaciones y  que el Ministerio de Educación tiene la culpa por no preparar bien a los profesores.

¿Pero cuántos realmente nos cuestionamos el sistema educativo que rige e impera en cada uno de estos centros educativos?

Nadie cuestiona a la escuela como institución. Cuestionamos a la Iglesia, a los partidos políticos, al Estado… ¿Y la escuela?  Nuestro sistema educativo continúa intacto a aquel de siglos pasados, repitiendo las mismas prácticas tradicionalistas. Todos hablamos de un sistema político retrógrado, sin darnos cuenta que la educación y la escuela como institución, también lo es. ¿Por qué nos cuesta tanto darnos cuenta de esto? Confieso que eso es algo que en ocasiones me quita la paz, no entender cómo somos pocos quienes soñamos con una revolución en la educación.

De los “mejores colegios de Guatemala”, ¿quiénes se han planteado la posibilidad de modificar la simple práctica del profesor de pie frente a un salón lleno de treinta o cuarenta alumnos sentados en silencio frente a él, esperando lo que este tenga por decir?  Esta sencilla práctica (profesor al frente de pie- alumnos atrás sentados) es una de las representaciones simbólicas más antiguas sobre la idea del alumno como objeto y no sujeto, un cuerpo y mente que necesita ser “llenado” de conocimiento pero no de sentimientos y emociones.*

Muchas de nuestras escuelas y colegios continúan enseñando contenidos sin mostrar al mismo tiempo, el camino para lidiar con nuestras emociones en momentos de crisis, aquello que le llaman inteligencia emocional.  A pesar de las metodologías constructivistas, nuestros centros educativos continúan premiando la obediencia y el conformismo.  ¿De qué nos sirve tener a los mejores profesores y los mejores libros de texto si al final del día, la maestra le sonríe al niño que respondió a la pregunta de forma acertada y no con una atrevida respuesta diferente?; una sonrisa, que al final del día, le confirma que está realizando un buen trabajo.

A nuestro sistema educativo le hace falta mucho para enseñarnos a cuestionarnos a nosotros mismos, a cuestionar una idea o rebatir un argumento.  Continuamos felicitando a los alumnos que respondieron lo que se esperaba en el examen, los que cumplieron con las normas y los que toman bien el lápiz.   ¿En qué pequeño rincón de nuestras escuelas motivamos a los niños a que lleven la contraria? ¿Cuándo les fomentamos que lean el periódico y conozcan la realidad de su país con el fin de sensibilizarlos ante las necesidades de otros? ¿En qué momento propiciamos espacios para que los alumnos conversen entre sí? ¿Qué profesor ha puesto en debate en clase el actual comercial de una marca de jamones que le brinda el mensaje al niño de no compartir su “refa” porque está muy rica? ¿Dónde quedó la empatía por el otro?

¿En dónde dejamos perdido nuestro sentido de comunidad?

Mientras nuestro sistema educativo se preocupe por prepararnos única y exclusivamente en conocimientos y habilidades que nos harán encontrar un mejor trabajo y ser personas de éxito, y mientras nuestros medios de comunicación no les interese el debate de estos temas en la agenda pública, este mundo seguirá de cabeza, olvidando que lo importante de esta vida no lo mide una prueba  estandarizada; lo mide la empatía, las ganas de cambiar  y el trato humano y digno hacia los demás.

Pero no me doy por vencida.  A pesar que somos pocos, estoy segura que somos más de los que imagino; que hay muchos profesores y directores que desde sus pequeños espacios –inmersos dentro del sistema y las mismas aulas de siempre- intentan hacer las cosas diferentes, buscando alternativas y trabajando día con día para que en cada momento y oportunidad, seamos más.  Más humanos, más emocionales, más reales.

 

 

 

 

* Esta crítica, claro, aplica más para aquellos dirigentes de centros educativos privados que si quisieran, pudieran modificar estas prácticas; no para aquellas escuelas públicas con 80 alumnos en el aula donde –como dijo una profesora hace poco- se les puede entretener, pero se hace difícil el educar.

Pd. Para continuar el debate, recomiendo la película La Educación Prohibida, una película “centrada en el amor, el respeto, la libertad y el aprendizaje”; una visión diferente y una crítica a nuestro actual sistema educativo.

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