Carlos Martínez / Opinión /
A veces me pongo a pensar: si hubiera tenido la oportunidad de nacer en otra época, ¿en qué momento de la historia me hubiera gustado vivir?
Definitivamente, una difícil elección, tomando en cuenta que la historia de la humanidad se ha visto marcada por grandes acontecimientos que han cambiado el curso de nuestro tiempo de manera drástica. ¿Qué sé yo? Tantas cosas: los griegos, la revolución francesa, la edad media, los tiempos de Jesús, Nueva York de los años 20’s, etcétera, etcétera, etcétera. Resultaría bastante complicado elegir una época para vivir.
Sin embargo, hay una época de la historia que cobra especial significación para mí: la Antigua Roma.
Digo, la Roma de los emperadores, la Roma del derecho civil, la Roma del arte de la guerra, la Roma de Julio César, la Roma de Ovidio, la Roma de Pompeyo, y de manera muy peculiar, la Roma de Marco Tulio Cicerón. Se me enchina la piel con tan solo imaginarme a Cicerón, de pie frente al Senado Romano, tomando con la mano su toga, a punto de iniciar su discurso frente a la gran multitud.
“El Gran Orador”, el abogado, uno de los hombres más respetados de la agonizante República Romana, siempre ha sido uno de los personajes que más he admirado. Y es precisamente por ello que, entre otras cosas, el ser capaz de argumentar con elocuencia, vehemencia y persuasión fue uno de los factores fundamentales que me motivaron a elegir mi carrera universitaria, y por consiguiente, elegir a lo que me dedicaría el resto de mi vida.
Fue en la Universidad donde descubrí lo apasionante que resulta el exponer, argumentar y debatir. Debatir con fundamento.
Y así, me vine a topar con lo que, al día de hoy, se ha convertido en una de mis grandes pasiones: los Moot Courts. Estoy seguro que muchas de las personas que han participado en moots, o al menos, las personas que han escuchado de ellos, compartirán mi punto de vista y estarán de acuerdo conmigo en que constituye una experiencia desde todo punto de vista alucinante y enriquecedora.
Mientras que otros, seguramente, ni siquiera sabrán de lo que estoy hablando y jamás en su vida habían escuchado el término.
A manera de ilustración, los famosos moot courts son una actividad muy común entre las Facultades de Derecho, en la cual los participantes toman parte en procedimientos judiciales simulados, que incluye la entrega de memoriales donde se defiende una determinada postura, además de una parte dedicada exclusivamente a la argumentación oral.
Hasta ahora todo bien, ¿no? Debates simulados donde los estudiantes deben defender sus distintas posturas sobre determinados temas de derecho. Nada del otro mundo. No obstante, la complejidad de lo que significa un moot court va mucho más allá de lo que muchos pudieran imaginar.
Y es precisamente en este punto en que me gustaría hacer la siguiente reflexión:
Como en todos los aspectos de la vida, y la Universidad no es la excepción, existen estudiantes malos, estudiantes promedio y estudiantes destacados.
Nadie pondrá en tela de juicio que tener “buenas notas” es fundamental en la formación académica de todo estudiante. Pues, en teoría, el punteo final en una clase constituye “la materialización del conocimiento”. Es decir, se supone que la nota que obtenemos a final de curso refleja qué tanto hemos aprendido sobre determinada materia, qué tanto sabemos.
Lamentablemente, en el pensamiento colectivo de los guatemaltecos, buenas notas es sinónimo de inteligencia y viceversa, cuando la realidad dicta una cosa totalmente distinta. ¡Vaya! No quisiera que se me malinterpretara y se piense que estoy demeritando la importancia de sacar buenas notas durante tu carrera universitaria. Para nada.
Mi punto es el siguiente: estar en la Universidad implica que el estudiante sea capaz de adquirir la mayor cantidad de conocimiento posible, que sea capaz de aprender de todo un poco, que pueda criticar, que pueda deducir, que sea capaz de proponer soluciones a conflictos. Y sobre todo, que el estudiante tenga la capacidad de poner en práctica, en la vida real, todo el conocimiento teórico que ha aprendido en las aulas de clase.
La experiencia de moot courts, a mi juicio, constituye un “extra” a lo que se podría llegar a aprender en las aulas. Prepararse durante meses estudiando un caso hipotético – que por lo general no tiene solución – y analizar la legislación nacional e internacional aplicable al caso constituye un verdadero arte. Sin lugar a dudas.
Decidí dedicar este espacio para aquellos “mooties” de corazón, que muchas veces no son reconocidos como se debe. Sin embargo, todos los que hemos pasado por ahí, sabemos que se pone alma, vida y corazón, desde la preparación de memoriales hasta la exposición argumentativa en las rondas orales.
Ahora bien, también es cierto que existen muchos prejuicios por parte del estudiante en relación a los moot courts:
– “Que hueva estudiar tanto”.
– “Ala que matado, no gracias”.
– “Y al final de cuentas, ¿qué se sacan?”.
– “Eso es sólo para nerditos”.
– “Sólo los mismos se meten y no dan la oportunidad a los demás”.
Me parece que estos y algunos otros argumentos de muchos estudiantes están revestidos de excusa. De hecho – a menos que sea obligatorio y tenga algún tipo de ponderación en alguna clase – me atrevería a afirmar que a la mayoría de los estudiantes no les interesan los moot courts.
Con esto no quiero decir que el que nunca se ha metido a un moot court es un mal estudiante. O por el contrario, que la gente que sí ha participado es superdotada o algo por el estilo. Para nada, los “mooties” o “mooters” son estudiantes comunes y corrientes, pero que, en algún momento de su vida universitaria, han sentido la imperiosa necesidad de trascender.
Claro está: se puede trascender en la Universidad de muchas otras maneras, pero, definitivamente, los moots son una gran ventana que es necesario saber aprovechar.
Tergiversando un poco lo dicho alguna vez por el maestro Facundo Cabral:
[quote]”Si los estudiantes supieran lo buen negocio que es hacer moot courts…harían moot courts, aunque sea por negocio”.[/quote]
Si bien es cierto, estoy loco imaginando en que algún día regresaré a vivir en la época de Marco Tulio Cicerón, no es del todo descabellado pensar que me convierto en un pequeño Cicerón al momento en que me paro frente al podio, veo al Tribunal a los ojos y les saludo: “Honorable Tribunal, mi nombre es (pongan acá su nombre), y es un honor para mí aparecer ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos como abogado del Estado de Guatemala”.
Emocionante sólo de imaginarlo, ¿no?
Definitivamente, no todos los estudiantes de derecho queremos litigar en el futuro. Algunos ejercerán como asesores de grandes empresas, algunos otros formarán parte del cuerpo diplomático, algunos serán jueces y magistrados y algunos otros se dedicarán a la docencia. En fin, el espectro del ejercicio profesional es bastante amplio.
Sin embargo, el poder decir que participaste en esos famosos “debates simulados”, tal vez no sea importante para las demás personas, pero la experiencia y el conocimiento adquirido es algo que nada ni nadie te puede robar. Y definitivamente, en tu futuro, podrá hacer una pequeña gran diferencia.
Es por eso que extiendo un saludo a todos los “mooties” de corazón. Todo mi respeto y admiración siempre.
May it please the Court…