Ana Raquel Aquino/ Opinión/
“Preciso poco para vivir. Porque si la felicidad tú no eres capaz de lograrla con poco, no la vas a lograr con mucho“. – José Mujica
Estrés. Me causa estrés, presión y ansiedad. Platicaba con varias personas del tema, y ya no sabía ni a dónde ver, tanta publicidad, mercadeo y eslogan. Entré en esta especie de paranoia por el tiempo que no frenaba y las cancioncitas pegajosas que tampoco paraban. Y yo allí, parada, platicando. No era la rotación o gravedad de la Tierra la que me afectaba, era la globalización con una fuerza que parecía mayor.
Tengo 22 años y estoy a un año de terminar el pensum de la licenciatura. Comentaba con un amigo de la actual y puntual “inflación educativa”, hablábamos que en estos tiempos hay que tener más títulos para que valgan menos. Él me decía: “Ahora, ser licenciado no es nada… Hay que estudiar la maestría, el doctorado y tener cursos de especialización, asistir a congresos y aun así, esto no garantiza un trabajo. Encima de todo, los posgrados son carísimos…”.
Si analizamos el modelo de desarrollo-consumo en el que estamos sumergidos, veremos que hemos creado un sistema en el que debemos trabajar más para ganar y comprar más. Estudiar más para tener un mejor trabajo, para así ganar más y comprar más. Es un círculo más que vicioso que tiene como eje transversal el consumismo y este nos llevará supuestamente a alcanzar felicidad, la cual está distorsionada desde su causa.
Tenemos una sociedad que se debe al mercado, a la competencia. Lo que quiero exponer aquí no es ninguna clase de opinión acerca de economía, marketing o alguna corriente ideológica en específico. Lo que pretendo es la interiorización del modelo de sociedad que tenemos y más importante aún, de la que queremos construir y estamos forjando.
¿Estamos creando políticas, mercado y globalización? O acaso, ¿ellas nos gobiernan a nosotros?
Les doy un ejemplo. Todos conocemos la bebida gaseosa enlatada de color rojo con letras cursivas blancas, sí, esa, la Coca-Cola. Ahora, piense por un segundo el famoso eslogan que ingeniosamente han logrado asentar en su mente: “Destapa la felicidad”. No sé a ustedes, pero a mí me molesta. Y no hablo de la Coca-Cola en sí y sus efectos nocivos para la salud, sino hablo del trasfondo del eslogan. Nos están vendiendo, literalmente, la felicidad enlatada, estamos destapando el fin en sí mismo de todo ser humano. El enigma, que por siglos y desde el principio de nuestra especie, hemos tratado dilucidar desde lo más profundo de nuestros seres.
En la era del hiper-consumo y por lo tanto, de la publicidad agresiva, de la hiper-competencia de mercado, los jóvenes no nos hemos salvado. Saber cuáles son nuestras verdaderas necesidades es cada vez más difícil. Vivimos en una sociedad donde la ética se enseña en libros de motivación barata, los sueños son express, queremos libras menos sin esfuerzo y modelos de vida prefabricados, todo parte del sistema. Somos el principal target y lo irónico es que -pensamos que somos los que no pertenecemos a él-.
Todo empieza desde querer más likes, más retweets, más 3G, mejor celular, más ropa, comer más, trabajar en alguna empresa transnacional, ir a “mejores” lugares los fines de semana, tener cada vez más, más y más pertenencias. Consumismo llano y puro, acumulación de bienes materiales que aumentan su precio, mas no su valor. Todo esto crea una ilusión mental a cargo del modelo de desarrollo actual, el cual ha sido predestinado para encajar en la categoría mental de un supuesto estatus y prestigio de un determinado grupo social.
Estos son modelos y patrones de desarrollo construidos, aceptados y reproducidos por nosotros. Por lo que luchar por una nueva visión e innovar nuestra cultura es posible, hacemos al sistema, le damos vida, somos sus creadores y su objetivo final.
El control y poder sobre nuestras decisiones lo tenemos nosotros, no la publicidad o las innovadoras formas de marketing.
La filosofía antigua reflexionó al respecto, fue Séneca quien dijo: “Pobre no es el que tiene poco, verdaderamente pobre es el que necesita infinitamente mucho”.
Debemos entender la vida como efímera, corta, valiosa, afortunada. Razonar que el abrir y cerrar de ojos diario es todo, menos suerte y que si la vida se nos va en el estudio, el trabajo con el fin de obtener más y más, caemos en el círculo vicioso, aquel con felicidad distorsionada. Hay tanto que ya tenemos y, sin embargo, queremos cada vez más en nuestro afán consumista-acumulador.
La propuesta va un poco en este sentido. Dejemos de destapar o comprar felicidad, dejemos de escribir “despertar” o “descubrir” con “más dinero” en la misma oración. Encontremos paz y asombro en lo que nos rodea, felicidad con menos cosas pero en más detalles. Les aseguro que ni podrán imaginar lo que serán capaces de apreciar. Hay que entender el valor que tiene el ahora para ser felices, no hay mejor tiempo.
La realidad es que todos en el planeta estamos buscando la felicidad. Si esperamos a que el futuro mágicamente nos “traiga” esta, estaremos esperando les aseguro, por un buen rato o para toda la vida.
Pero supongamos que la felicidad futura está asegurada, si ustedes no disfrutan de la felicidad presente, con poco… ¿Qué les hará pensar que disfrutarán el futuro con mucho?
Si esperamos que el futuro nos traiga la felicidad, estamos dejando a un lado el hecho que tendríamos que ser felices en el presente del futuro y por lo tanto, la “felicidad futura” deja de existir. Existiendo solamente este preciso momento para ser felices. Aquí y ahora.
Ya lo dijo el presidente de Uruguay José ‘Pepe’ Mujica: “El desarrollo no puede ser en contra de la felicidad, del amor (…) de tener lo elemental, precisamente porque ese es el tesoro más importante que tenemos (…) El primer ingrediente del desarrollo es: la felicidad humana.”