Diego Stuardo Ugarte Chacón/Colaboración/
No creí crecer en el país de la guerra y la literatura. De adolescente, era difícil situarse dentro de la tierra que vio nacer a Miguel Ángel Asturias, aunque de mis días en el colegio, el nombre del literato quedó escondido en algún rincón del ático de mi cabeza. De las balas y sus gritos acompañantes, de eso definitivamente me enteré por pura curiosidad, como niño que juega con su primer rompecabezas. Casi nadie parece estar dispuesto a entender la desesperación y el desasosiego que pueden llegar a juntarse dentro del ser individual guatemalteco. Casi nadie, al caminar por nuestras grises calles, parece regalar un poco de atención.
Como tratando de atrapar a una gallina que corre salvando su vida, así traté de tomar las imágenes que recogía por los rincones de la ciudad. Imágenes un tanto inquietas, escurridizas, que si bien no las entendía en su totalidad, sabía que formarían parte de un rompecabezas que me llevaría a entender el porqué de las balas (no solo las de la guerra) como reflejo de sociedad, así como el porqué de las letras, reservadas solo para un sector de la población y definitivamente no a la cabeza del gusto general.
Las hojas que originalmente eran parte de la escultura de bronce de Miguel Ángel Asturias (elaborada por el artista plástico Max Leiva para conmemorar el centenario del premio nobel de literatura) lentamente volaron para enlodarse bajo los zapatos de los apresurados transeúntes de la Avenida Reforma, despareciendo luego entre el humo de las camionetas.
Me topé con una de estas hojas, casi sin querer, casi sin buscarlo.
El sonido de las balas y el griterío de los habitantes de algún pueblo lejano pasaron desapercibidos a mis oídos de niño, era como si tuviera el poder de colocarme audífonos con reproducciones musicales que me llevaran no a ese pueblo lejano, sino a perderme dentro los bosques de la indiferencia de la clase media guatemalteca dentro de la cual crecí. Al poner atención, el sonido se sentiría casi como si una bomba explotara en mi oreja. Caminar por la Guatemala que yo conocía, no era caminar por la Guatemala de todos.
La ignorancia e indiferencia van desapareciendo al momento en que nos subimos a dar un paseo consciente por los caminos de Guatemala, no solamente la Guatemala propia, la de largas caminatas por algún centro comercial, sino la de todos, la que no se puede negar, aquella en la que Miguel Ángel Asturias escribió El señor presidente, aquella en la que la paz de la montaña se fastidió con disparos.
Quiero expresarme. Quiero salir de la caparazón que muchas veces estamos obligados a portar para olvidar lo que han vivido muchas de las personas en nuestro país. Quise tocar a la puerta de esa realidad ajena y tratar de descifrarla y aprender un poco, un poco de sensibilidad. Al igual que nuestro país, tengo mucho que decir. Quiero abrazar la literatura. Quiero escribir.
Fotografía: http://lumottaroz.blogspot.com