Aubrey Guillén/
La semana pasada se conmemoraron 195 años de la independencia de Guatemala, por muchos lados se vieron antorchas –cosa que incomodó a más de alguno- , las redes sociales se llenaron de diversos comentarios y otras pruebas de un aparente sentimiento de amor a la patria.
De por si el 2016 pintaba a finales del año pasado a ser un año complicado, lleno de cambios, hasta cierto punto incertidumbre y, por qué no decirlo, sorpresas en la arena política de nuestro bello país. El 2015 fue un año que parecía ser importante, el despertar ciudadano por fin se dio, cosa a lo cual, muchos compararon lo ocurrido el 20 de octubre del 44 con los movimientos #renunciaya o #notengopresidente.
Ya pasado casi año y medio de las primeras manifestaciones en la plaza al parecer ese despertar ciudadano, poco a poco se ha ido disipando. Cuestión bastante complicada y compleja, dado que, si bien en teoría se logró “la renuncia” de Otto Pérez Molina y se eligió a un aparente “ni corrupto ni ladrón” como Presidente, las cosas en Guatemala poco o nada han cambiado.
Lastimosamente, duele decirlo pero las estructuras de corrupción continúan incrustadas en lo que llamamos Estado de Guatemala.
La Cooptación del Estado, no terminó con la captura de varios empresarios y de algunos exfuncionarios. Las estructuras de saqueo estatal, han estado incrustadas en el Estado a través de la historia de nuestro bello país.
Prueba de ello, es el aparente proceso de “independencia” en 1821, en donde, más que un movimiento autentico y de fervor patrio, o más que “una ruda pelea para defender nuestra tierra y nuestro hogar” como bien diría nuestro hermoso himno nacional, fue un pacto entre élites –cosa que no precisamente tendría que ser malo- en donde no se tomó en cuenta a toda la población de aquel entonces, conformándose un Estado excluyente y, por qué no decirlo, racista.
Esta es una constante en la historia política de Guatemala, lo cual ha producido una contradicción constante entre grupos de poder o de quienes buscan alcanzarlo, en su tiempo fueron los conservadores y liberales, posteriori a ello, “los de derecha y los de izquierda” este pragma conflictivo, en cierta medida, ha dividido a parte de la población. Esto, sumado a las diversas estructuras de corrupción, han generado que los buenos guatemaltecos se aíslen cada vez más del espectro político.
Los movimientos ciudadanos del año pasado tuvieron una cuestión bastante peculiar: ¡No había líderes! Algo bastante curioso, pero entendible. La falta de liderazgo político en el país, es algo evidente y preocupante. Existe miedo y rechazo a la vez, al espectro político, cuando realmente es el único medio para sacar al país del atolladero en el que se encuentra inmerso.
Quisiera saber, ¿Dónde se encuentran esos más de 25 mil jóvenes de la Plaza de la Constitución del 20 de abril? Y también me gustaría preguntarles, ¿Están dispuestos a que la historia de nuestro país se siga escribiendo de la misma forma que se ha escrito hasta el momento?
Ver los indicadores sociales de Guatemala hace llorar sangre, es inaudito que en un país con tanta riqueza cultural, natural y humana, el 60% de la población se encuentre dentro de los índices de pobreza. En donde, cuatro de cada diez niños y niñas menores de cinco años presenten desnutrición crónica. Y en donde, más de 2.5 millones de personas carecen de acceso al agua potable.
Esto por mencionar algunos de los casos más emblemáticos, el país necesita de todos en este momento, es de suma importancia la participación ciudadana en el quehacer político, Guatemala está urgida de nuevos liderazgos, creo que todos soñamos con realmente ver al quetzal remontar su vuelo más que el cóndor y el águila real.
Ser un buen guatemalteco o guatemalteca va más allá de correr una antorcha, de subir a redes sociales una foto de nuestra bella bandera el 15 de septiembre o de cantar “mi país” a todo pulmón. El país te necesita, Guatemala nos necesita.