Juan Carlos Estrada Samayoa/
Y ahí estaba yo. Sentado, poniendo total atención y con la mirada fija en ella. No lograba ver sus lágrimas, pero sí las escuchaba. ¿Las escuchaba? Sí, las escuchaba bajar por sus mejías como aquel río impetuoso que recorre un camino empedrado y a gran velocidad. Y fue justamente en ese momento en que mi corazón comenzó a latir de nuevo.
¿Sepur Zarco? ¿Y eso con qué se come? Ese mal olor a indiferencia y falta de empatía era lo que más se percibía en la sala. Pero no emanaba de adentro, sino que provenía de fuera de la sala, del resto del país. Traté de concentrarme a pesar de que mi mente divagaba en los posibles pensamientos de las víctimas y los acusados. De pronto se realizó la entrega de cartas de apoyo que los estudiantes landivarianos dedicamos a las víctimas. Nos levantamos de nuestro asiento y caminamos hacia donde estaban sentadas. Solamente habían 8 de las 15 víctimas. Todas vestían con traje típico y con la cabeza cubierta para resguardar su identidad. No podían hablar español por lo que les acompañaba una traductora del idioma q’eqchi´. Mi amigo nos presentó y les comentó el propósito de las cartas y de nuestra visita, mientras que al mismo tiempo la traductora lo interpretaba todo. Ese fue el momento en que las escuché hablar por primera vez. Poco a poco sus labios comenzaron a moverse, las palabras y sentimientos fluían de sus bocas. Se percibía el miedo y la desconfianza que mostraban algunas de ellas, pero aún así no perdieron la valentía que las ha caracterizado. Las palabras se sentían tibias y agradables al oído, y es que todas nacían del corazón. Aunque no entiendo q’eqchi´, pude sentir la calidez y veracidad de sus agradecimientos.
Aún así, se hacía notar esa necesidad que han tenido resguardada desde hace más de 30 años. La necesidad de hablar y de ser escuchadas, de ser comprendidas y ser vistas como cualquier otro ser humano. Y es que ser indígena en Guatemala no es algo sencillo realmente. Hacemos notar mucho la pluriculturalidad del país y aparentar estar orgullosos de eso, pero ¿estamos siendo realmente incluyentes en nuestro día a día? La sociedad guatemalteca está repleta de chistes, burlas e indiferencia hacia los indígenas desde tiempos inmemorables. Nos hemos dejado envenenar demasiado por las ideas y pensamientos de los países más desarrollados, creando un ambiente de repulsión hacia lo nuestro, hacia nuestra realidad.
No entiendo cómo muchas personas tienen el deseo que “huir” del país; exigen una realidad distinta pero tampoco quieren construirla.
Y somos nosotros precisamente quienes debemos luchar por los más necesitados, porque ellos aunque quieran hacer grandes cambios siempre encontrarán obstáculos en su camino. Y no me refiero a que nosotros no los hallemos, pero tendremos más oportunidades para superarlos. No pido que se les proporcione todo en bandeja de plata, simplemente abogo para que puedas tenderle una mano al más necesitado, al que no es tratado con dignidad y que posiblemente pasará el resto de su vida en una vivienda del mismo tamaño que tu sala de estar. Y es que la vida de las víctimas de Sepur Zarco no volvió a ser la misma. Las mujeres que hablaron hicieron notar el dolor en cada una de sus palabras, sus vidas fueron pisoteadas y escupidas. Esclavizadas durante 6 malditos años. Sus familias fueron destruidas tanto en sentido figurativo como literal. Violadas sexualmente y psicológicamente. Vivir para servir de la manera mas vil y despiadada, sin descanso físico ni mental.
Y justamente fue ahí cuando aprendí a escuchar sus lágrimas. A pesar de no poder ver sus rostros, sabía que detrás de todo lo que contaron existía una desesperación inmensa. Un abismo que conllevaba años de llanto y sufrimiento. Un sufrimiento que ni siquiera llorando sin descansar se podía curar. Quizás aliviar, pero nunca curar. Si querían curar tenían que aprender a perdonar. Perdonar a los acusados como también a todos nosotros que como sociedad no hemos apoyado significativamente los procesos de justicia que ellas merecen. Tenerlas tan cerca de mí hizo que de alguna forma viviera parte de lo que ellas sufrieron. Comprender mejor su lucha y hasta compartir sus lágrimas. Fue un momento bastante emotivo si se era vivido con empatía y seriedad. Quizás fui el único que lo vivió de esta manera, o quizás no lo fui. Pero hay algo que nadie puede negar: estas mujeres son guerreras. Porque a pesar de todo lo que vivieron, se atrevieron a hablar, a dar la cara y luchar por lo que merecen. Porque a pesar de las barreras étnicas y sociales han persistido en la lucha, a pesar de la avanzada edad de algunas (setenta y nueve la mayor), y a pesar del ineficiente sistema judicial del país han perdido el miedo por reclamar algo que les pertenece: justicia.
Han pasado treinta y cuatro años y las víctimas claman justicia, el pueblo pide justicia, Guatemala entera necesita justicia. Construyamos la memoria histórica que tanto necesitamos para progresar como nación. Y principalmente no ideologicemos las luchas de justicia ocurridas por el conflicto armado interno. ¿Qué por qué preocuparnos de algo que pasó hace tantos años? Pues simplemente imagina que la víctima hubieses sido tu, tu madre, tu hermana, tu abuela, tu novia o inclusive tu padre. ¿Por qué tu y los tuyos sí merecen justicia, pero ellas no?
Fotografía: Cristina Chiquín, Mujeres Ixel