Desde hace tanto tiempo como puedo recordar, siempre me he preocupado por mi
salud. Siempre me he sentido vulnerable, anticipando constantemente la llegada de
alguna enfermedad que nunca se materializó. Internet se convirtió rápidamente en mi
aliado; ante cualquier ligero cambio en mi cuerpo o síntoma, recurría a Google y leía
artículos hasta encontrar la tranquilidad que buscaba. Siempre estuve atenta a tener un
buen seguro de salud, acudir a mis chequeos y hacer mil preguntas a los médicos. Sin
embargo, fue recién en 2020, cuando comencé a trabajar en una ONG que se enfoca
en temas de salud, que empecé a familiarizarme mucho más con las inmensas
barreras que existen en Guatemala en cuanto a la atención médica.

No se trata solo del acceso a los centros de salud, sino también de la barrera del
idioma, la falta de medicamentos y equipo médico, la escasez de especialistas en
áreas rurales y fuera de la capital. Es que las mujeres no son consideradas una
prioridad más allá de su capacidad reproductiva. No existen estadísticas que registren
adecuadamente las enfermedades que enfrentamos. Cuando las mujeres logran
acceder a un centro de salud, a menudo son recibidas con prejuicios y críticas. Sus
médicos y profesionales abusan de su posición de poder, las tocan sin consentimiento,
les hablan de forma irrespetuosa e incluso las someten a cirugías para impedirles tener
hijos sin su conocimiento. A menudo, los profesionales de la salud son incapaces de
explicarles lo que está ocurriendo en su propio cuerpo. No les creen cuando dicen que
sienten dolor y no logran comprender sus necesidades. A pesar de que se espera que
las mujeres cuiden de toda la familia, son las últimas en ser tomadas en cuenta. No
sorprende, entonces, que sea más fácil obtener información de amigas o en las redes
sociales y acudir a clínicas tradicionales que realmente responden a las necesidades y
la humanidad de las personas.

Cuando tuve la oportunidad de estudiar en Taiwán, me sorprendió gratamente su
sistema de salud, el cual también impactó profundamente mi vida. Me di cuenta de
todos los problemas que enfrentaba y cómo mi entorno no me permitía llevar una vida
más saludable. Pero, sobre todo, aprendí lo fácil que puede ser brindar atención
médica para todos. En Taiwán, cuentan con un sistema de salud modular que se
mejoró tras la epidemia del SARS. La gravedad de la situación los obligó a invertir y
mejorar los canales de acceso a la atención médica. El sistema funciona de la siguiente
manera: tanto la medicina occidental como la medicina tradicional china son fuentes
importantes de atención médica. Ambas son complementarias y tienen sus propios
hospitales, y ambas utilizan el mismo sistema en el cual toda la información del
paciente se almacena en un chip dentro de la tarjeta del seguro nacional. Ante
cualquier emergencia, consulta o problema, uno se dirige de inmediato a la sala de
emergencias del hospital más cercano, donde un profesional realiza un triaje médico.
Este proceso implica revisar los síntomas y determinar a qué especialista y
departamento corresponde el problema. Se realizan todos los exámenes necesarios, se recibe el tratamiento adecuado y se programa una cita de seguimiento con el
especialista. Todo esto tiene un costo bastante pequeño, ya que la atención médica
está subsidiada por el Estado.

Mi experiencia en Estados Unidos, donde trabajé posteriormente, fue completamente
diferente. Era casi imposible acceder a medicamentos con receta sin visitar a un
médico general de la lista de médicos aprobados por el seguro de salud
correspondiente. Las citas solían demorar mucho tiempo en programarse, el
seguimiento era difícil y, después de dar vueltas y enfrentar innumerables problemas,
uno recibía una factura impagable que incluía el costo de cada curita o vaso de agua
proporcionado. Era un sistema complicado, frustrante y muy excluyente. Esta es una de
las razones por las cuales las personas no se someten a revisiones médicas periódicas
y existen tantos problemas crónicos de salud en la población. Además, muchos
recurren a la automedicación de manera constante.

Actualmente, vivo en Europa y me encuentro con una situación similar. Especialmente
en Holanda, todos los casos pasan por un médico general, quien decide si los síntomas
son lo suficientemente graves como para realizar exámenes adicionales y derivar a un
especialista. Sin embargo, el sistema está saturado y las citas pueden demorar meses
para poder acceder a la atención de un profesional. Mis compañeras mujeres me
cuentan lo difícil que es que los médicos les crean, que les realicen los chequeos
necesarios, que les hagan seguimientos y, en general, que les receten medicamentos.

En resumen, existen numerosas barreras a nivel mundial que dificultan el acceso a la
atención médica para las mujeres. Durante gran parte de la historia de la medicina, las
mujeres han quedado excluidas de los ensayos clínicos, lo que significa que muchos
medicamentos y tratamientos no se han probado adecuadamente en mujeres, lo cual
todavía tiene un impacto duradero en su salud en la actualidad. Algunos de los efectos
de esta exclusión son los siguientes:

  • Las mujeres tienen el doble de probabilidades de experimentar efectos secundarios adversos de los medicamentos en comparación con los hombres.
  • A menudo se les receta medicación en exceso debido a que las dosis estándar se basan en los hombres.
  • La ciencia médica se ha basado en gran medida en los cuerpos de los hombres y en la suposición de que las mujeres pueden ser tratadas de la misma manera, lo cual está teniendo consecuencias fatales.
  • Altas tasas de mortalidad materna.
  • A casi la mitad de las mujeres se les niega su autonomía corporal, según un informe del UNFPA. Se les impide tomar decisiones sobre anticoncepción, sufrir abusos sexuales y someterse a esterilizaciones forzadas.
  • Se les pueden anular las decisiones sobre su propio cuerpo, como en el caso de la histerectomía, sin importar lo seguras que estén de no querer tener hijos.
  • Se les puede negar la atención médica necesaria hasta que su vida esté en peligro.
  • Enfermedades que afectan a miles de millones de personas pero que, de alguna manera, están diagnosticadas, investigadas y financiadas muy por debajo del mínimo.

El sistema de salud le ha fallado a las mujeres a lo largo de la historia de la humanidad.
¿Por qué, como sociedad, nos resulta tan difícil comprender y atender adecuadamente
la salud de las mujeres?

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