silence

Cristina Figueroa/ Opinión/

¿Hay algo después de la muerte? Claro que sí, nuestro cuerpo es cargado de un lado para otro, dentro de una caja para que nadie se asuste mucho al vernos, todos lloran sobre esa caja o solo nos miran sin saber qué hacer; luego nos entierran para que ahí quede nuestro cuerpo a la suerte de los insectos y la intemperie; o nos creman para decorar salas; o nos hacen cualquier cosa. Queda el pesar de nuestra ausencia, una memoria que va desapareciendo con el tiempo, una idea de lo que fuimos que se desvanece volviéndose solo una fotografía. Luego ya no queda nada, después del fin de la muerte, ya no queda nada.

¿Y el alma y el espíritu? No tengo forma de argumentar o de probar que cualquiera de los dos es real. Solo puedo hablar por experiencias y por sentimientos. He llegado a sentir conexiones incomprensibles con ciertas personas; la literatura está llena de la esencia de sus creadores, a veces nos llevan profundo en su interior; el alma se hace muy presente en momentos bellos bajo lo resplandeciente del mundo; y es en los momentos conmovedores, en esos actos que inspiran una gran ayuda; en los momentos a solas en los que vemos a Dios en cualquier detalle, que el espíritu se eleva a mostrarnos que está ahí. No sé qué ocurre con ellos al morir, porque claro, no he muerto; ahí no tengo experiencia de la que pueda hablar. Tal vez mueren con nosotros, o sí es real eso de irnos al cielo y al infierno, y que al final la inmortalidad es inevitable.

Al final ni las palabras son eternas, ningún artista puede vivir para siempre, ni dejando su alma insertada en su más grande poesía.

Pero ¿qué importa? Solo nos queda vivir nuestra sentencia de muerte, ese silencio que nos merecemos desde la primera vez que no entendemos por qué todo ese escándalo nos hizo llorar; nos queda nuestro viaje imprescindible al misterio de lo que se acaba y de lo que cambia para perderse y desprenderse de nuestro conocimiento.

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