Giovanna Saenz / Opinión /
En el mundo existe una gran variedad de culturas, religiones, orígenes étnicos, géneros y preferencias sexuales, condiciones socioeconómicas, opiniones, ideales y gustos. Cada persona es diferente y cada una tiene derecho a desarrollar su propia identidad.
Ser diferente no debe ser motivo para discriminar, porque todas las personas merecen ser tratadas con igualdad sin importar su color de piel, creencias, gustos, género, peso, discapacidad costumbres o pensamientos.
En esta sociedad existen ciertos prejuicios y estereotipos que adquirimos poco a poco a lo largo de nuestra vida, pues son costumbres que están arraigadas en nuestras culturas, debido a la forma en que las anteriores generaciones fueron educadas. No fue hasta finales del siglo XX que se empezó a pensar en la igualdad y discriminación. Con el paso del tiempo ha ido evolucionando el pensamiento y la perspectiva, por lo que ahora, en la segunda década del siglo XXI, cada vez hay más personas con estilos de vida “liberales” y la gente cada vez se atreve más a expresarse tal cual es.
Sin embrago, todavía existen culturas muy conservadoras que promueven el machismo, sexismo, clasismo y racismo. Y a pesar de, la ya mencionada evolución del pensamiento, sigue existiendo la discriminación en nuestro diario vivir. Un muy claro ejemplo de esto es la moda de canciones populares, regularmente de reggaeton, que promueven la denigración de la mujer y la presentan como un objeto sexual. Son mensajes que se transmiten con la intención de quedarse grabados en la mente de las personas, que inconscientemente influyen en su forma de ser, pensar y actuar. Otro ejemplo es la utilización de malas expresiones tales como “qué gay” o “marica” pues es un insulto y discriminación hacia personas con otro tipo orientación sexual; incluso utilizan dichas frases sin intención consciente de despreciar, pero de una u otra forma, lo terminan haciendo y se vuelve un círculo de nunca acabar.
En algunas empresas, dentro del procedimiento de reclutamiento de personal, ha habido casos de personas que cumplen con los requisitos intelectuales, de experiencia, aptitudes y demás para algún puesto determinado, pero que no son contratados debido a que tienen tatujes, perforaciones/piercings o por su forma de vestir. Las empresas utilizan la excusa de que deben cumplir con una imagen presentable que según ellos es la ideal. Si alguien se desenvuelve correctamente y hace bien su trabajo, entonces, ¿por qué le dan tanta importancia a si tiene algún tatuaje o no? No es algo que perjudique su capacidad, es simplemente una forma de expresión artística corporal.
Nadie es más inteligente solo por “vestirse bien” y nadie es menos capaz solo por tener alguna perforación.
En Guatemala el 38% de la población es indígena (Instituto Nacional de Estadística, 2014) y la mayoría se encuentra en el área rural. También la mayoría vive con escasos recursos, por lo que existe el prejuicio de que “los indígenas son capaces únicamente de tener los trabajos de la clase baja como de limpieza, construcción o agricultura porque son ignorantes” y esto mismo los limita a tener menos oportunidades, por el racismo. Pero lo que no toman en cuenta es que, lamentablemente, la mayor parte de ellos vive en pobreza o pobreza extrema por lo cual es probable que no tuvieron acceso a una buena educación, pero eso no quiere decir que no sean capaces de aprender. Pocos han logrado sobresalir y conseguir mejores oportunidades pero les cuesta demasiado porque los demás los estereotipan, por el simple hecho de ser indígenas. La procedencia étnica y cultural no debería influir en las oportunidades de trabajo que puedan tener. Expresiones comunes, al menos en Guatemala, como “no seas indio” o “te mejoró la raza”, promueven el racismo.
Así como los mencionados, existen muchos casos más de discriminación, pues el tema es muy amplio, y un solo artículo no se da abasto para hablar de todo lo que abarca, pero a lo que tengo la intención de llegar es que, cada persona tiene su identidad propia, la que incluye origen étnico, religión, pensamiento, género, orientación sexual, gustos, etcétera. Eso no determina la inteligencia ni capacidad, no limita los sueños y aspiraciones, tampoco restringe la creatividad y espontaneidad, no influye en la pasión o vocación de una persona.
Todos tenemos los mismos derechos y las mismas obligaciones, y nadie se encuentra en la posición de despreciar y tampoco de denigrar a otra persona por estos motivos. Si queremos influir en la sociedad, si no estamos de acuerdo con tantas injusticias, debemos actuar. Pequeñas acciones en nuestra vida diaria hacen la diferencia. Dejar de decir las expresiones que mencioné anteriormente y otras parecidas, es una buena forma de hacerlo, dejar de escuchar música que denigra es otra forma de hacerlo. Tratar a las demás personas por su esencia y no por su apariencia es lo mejor. Debemos desprendernos de la superficialidad, para poder actuar y tratar justamente a los demás en general.