Sandra Salguero/ Camino Seguro – Safe Passage /
No es normal –y no debería serlo–entrar a una clase llena de caras largas; repleta de pequeños estudiantes aburridos. El lamento sincero de estos se ve reflejado en sus rostros, en sus frases y consecuentemente, en sus asistencias. El aburrimiento, el desgano y el desinterés puede ser la manifestación de la manera uniforme en que se educa.
No debe caerse en la simplificación de considerarse que esta es la única razón del problema, ya que hay otras que deben buscarse afuera de las escuelas o colegios. Pero, ¿cómo no considerarse esta una causa significativa, si en los centros educativos rebosan los profesores sin vocación?
¿Será necesario que a esa ausencia de vocación de los maestros se le sume (por qué no decirlo) la falta de preparación y falta de motivación de los mismos –pésimos o míseros salarios, malas condiciones laborales–? Además, los planes de estudio desactualizados e inútiles (sistema educativo anacrónico), el bombardeo constante de los medios de comunicación –la oferta de una vida fácil–, el ambiente familiar poco cohesionado –situación económica desfavorable, familias desintegradas, altos grados de violencia–.
Ahora bien, si se es un estudiante de estratos bajos, las causas de desmotivación que pueden llevar al alumno a la frustración o deserción escolar son más extensas: las condiciones de pobreza que llevan a los pequeños a incursionarse al mundo laboral, normalmente bajo condiciones de explotación, la atracción hacia la delincuencia, la mala alimentación y demás factores lamentablemente estructurales. Si antes yo no comprendía o no dimensionaba la expresión “Seño, ¿para qué estudiar?”Ahora sé perfectamente lo que esas palabras revisten.
Es tangible que la educación no está cumpliendo con su fin.
Pero, ¿cuál es este? El fin de la educación es que cada alumno desarrolle su creatividad, conozca sus habilidades, las explote y saque su máximo potencial; esto al conocerse, confiar en sí mismo y pueda defenderse frente al mundo. Lo ideal sería incluso que el alumno llegara a formar un pensamiento crítico (¡cuánto puede lograrse con esto!) y la lista de aspectos positivos podría continuar… Por lo tanto, “el fin último de la educación es preparar al estudiante para la vida pero también para la felicidad.”[1]
Entre las metas de la educación y la realidad actual hay una gran brecha, la cual poco a poco puede ir reduciéndose. No se debe dejar que la mediocridad en la educación se institucionalice.
Por fortuna, hay proyectos que buscan promover el protagonismo de los niños para que ellos puedan aportar algo productivo a la sociedad y se involucren en la transformación de la misma. Se tiene en mente que “Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad”[2]
Estos proyectos se encuentran en una búsqueda constante de mejores formas de educar y de trabajar conjuntamente con los factores que influyen en la educación. Hay un “Camino Seguro” para que los niños, niñas y adolescentes descubran sus grandes capacidades, las desarrollen, las exploten y lo mejor de todo, puedan soñar y crear. Claramente, el proceso es lento y a veces un tanto complicado, pero la visión está y no se desiste. Así como Hanley Denning decía “¡tenemos trabajo por hacer!”. No debemos dejar que se cosechen más frutos de una educación mediocre.
Como una nueva esperanza y oportunidad Camino Seguro/Safe Passage, se encamina a la consecución de ese fin último de la educación, la felicidad misma. No solamente ha logrado transformar la vida de muchos niños… ha logrado transformar la mía.
[1] Francesco Tonucci. Dibujante, psicopedagogo y creador del proyecto internacional “La ciudad de los niños”
[2] Karl A. Menninger
Fotografía: Camino Seguro